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Disquero
La belleza, el misterio, el silencio
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▲ Portada del álbum Labyrinth, la producción más reciente de la pianista georgiana Kathia Buniatishvili, la cual ya se encuentra en Spotify y otras plataformas digitales.
 
Periódico La Jornada
Sábado 21 de agosto de 2021, p. a12

El misterio, roe la RAE, es cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar.

Los arcanos del tarot revelan misterios y la música, que es un misterio, los devela también. Siempre hay algo trascendental que parece oculto, dice el escritor Pascal Quignard.

El nuevo disco de la pianista georgiana Kathia Buniatishvili es un misterio que devela misterios que devela magia: se titula Labyrinth.

Laberinto, roe la RAE, es lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida.

En Amor es más laberinto, Sor Juana muestra a Teseo en su acto de humildad en lugar de soberbia cuando vence al minotauro. De la misma manera, Kathia Buniatishvili nos toma de la mano y nos conduce por su laberinto como Orfeo camina de la mano de Eurídice salvándola del Hades, pero no voltea a mirarla sino hasta que ella está completamente bañada por la luz. Y así cambia la historia del mundo y la del submundo.

El laberinto que teje Kathia no tiene trampas. Tiene en cambio un trampantojo, un bonito trompe l’oeil: el track 10, de los 18 que comprende el disco, se titula Les Barricades Mystérieuses y fue escrita por François Couperin en 1717 como un rondó e introdujo la romanesca tradicional en un efecto resplandeciente, caleidoscópico y seductor.

Anticipó así Couperin el descubrimiento de los fractales cientos de años antes. Esa obra acumula una realidad intensificada y el efecto trompe l’oeil lo consigue siguiendo el style brissé, o en inglés: broken style, muy socorrido en toda la era barroca, que consiste en una textura arpegiada de manera irregular, construido con líneas melódicas ambiguas, en un desplazamiento rítmico a lo largo de una línea melódica cuyas frases tienen longitudes irregulares.

Esta misteriosa y seductora melodía es de tal manera un fractal, un caleidoscopio, una ilusión, un trompe l’oeil.

Tiene su equivalente en una de las obras maestras del escritor francés Pascal Quignard, quien es también músico: la novela titulada Las solidaridades misteriosas, donde los personajes aparecen y desaparecen de la línea narrativa, en deslizamientos irregulares, como un fractal que impacta la memoria: La vida es el recuerdo más conmovedor del tiempo que ha producido este mundo, dice el maestro Quignard.

Tiene otro equivalente: el poema La pareja en el parque, de Louise Glück, reciente ganadora del Premio Nobel de Literatura y cuyo verso clímax canta así: Esto debe explicar la desconcertante música procedente de los árboles.

Les Barricades Mystérieuses, de François Couperin, es el andén décimo de los 18 que conforman el viaje mágico (y misterioso, en efecto) que construye en su laberinto Kathia Buniatishvili, una de las favoritas del Disquero. Aquí hemos reseñado sus obras anteriores, la mayoría construidas también como fractales, caleidoscopios, trompe l’oeil.

Uno de esos discos se titula precisamente KaLEidOScope, juego caligráfico y musical que sigue en línea quebrada, como un fractal, los tres vocablos griegos que dan origen a la palabra caleidoscopio: scopéo (observar), éidos (imagen) y kalós (bella).

Ese disco integra 17 miniaturas armadas con fragmentos de los Cuadros de una exposición, de Mussorgsky; La Valse, de Ravel, y Petrushka, de Stravinski. Y el efecto es tan mágico que al final el piano ya no es piano. Es sueño. El sueño ya no es sueño. Es magia. La magia ya no es magia. Es un vendaval. El vendaval ya no es vendaval. Es una caricia. La caricia nunca deja de ser caricia porque es una sonrisa que palpita como una mariposa de mil y un colores.

El disco anterior a KaLEidOScope es otro juego de abalorios: se titula Motherland y también contiene 17 piezas, entre ellas la hermosa Danza húngara número 8, de Dvorak, que interpreta Kathia Buniatishvili sentada al piano junto a su hermana, Grantsa, y ambas dedican la pieza y el disco a la madre y maestra de piano de ellas dos, Natalia, en una danza, de las tres, que enlaza su madre patria (Motherland) con el planeta entero, desde su natal Georgia, ese punto que sutura Asia y Europa.

Kathia Buniatishvili vive actualmente en París y se nacionalizó francesa, pero su origen armenio, persa, griego, multiétnico, se nota en su manera de tocar el piano y en los laberintos, caleidoscopios y fractales con los que arma su repertorio.

Hay constantes en sus discos: la magia, el asombro, la poesía, el misterio, la belleza. Y autores recurrentes: Arvo Pärt, Johann Sebastian Bach, Erik Satie, Maurice Ravel, Claude Debussy, Gyorgy Ligeti...

El nuevo álbum de Kathia Buniatishvili, Labyrinth, se inicia con un tema misterioso y bello: un pasaje de la música que escribió Ennio Morricone para la película de Sergio Leone Once Upon a Time in America, para enlazar enseguida con la primera de las tres Gimnopedias de Satie y luego uno de los 24 preludios de Chopin.

El track siguiente, el número 4, es un arcoíris, el Estudio Número 5 del Libro Uno de los 18 Estudios de Gyorgy Ligeti: Arc-en-ciel. Hay magia, mucha magia. Y sinestesia: podemos ver colores mientras escuchamos esta música.

El siguiente pasaje es un bailecito delicioso: Badinerie, de la suite Orquestal Número 2 de Bach, en un arreglo sincopado de Kathia Buniatishvili. La badinerie, o badinage, es una danza breve y muy viva, una broma (badiner=bromear). Es breve, leve, alegre y juguetona.

Y así es el talante del disco entero. Su característica central es la belleza. Y su delicioso paladeo del sentido del tiempo: lento y suave.

Ese uso técnico de los tempi enfadó, por cierto, a los críticos conspicuos, cuando en realidad se trata de un valor inmenso. Tocar una pieza que en otros autores tardan un minuto menos, es una verdadera hazaña. Pero no es recurso fácil, es un ejercicio del espíritu, como hizo en su momento el pianista holandés Reinbert de Leeuw, cuyas versiones de las Gimnopedias y las misteriosas Gnosedias, de Erik Satie, duran eternidades menos que las versiones canónicas de Aldo Ciccolini y las modernas de Pascal Rogé, o bien las velocidades distintas de Wilhelm Furtwängler y Herbert von Karajan en las sinfonías de Beethoven.

El tiempo lento que usa Kathia Buniatishvili no es tan evidente como en Reinbert de Leeuw, porque su efecto es fractal, caleidoscópico, para oscilar entre el misterio y la alegría, dada la naturaleza que en el imaginario colectivo suele atribuirse al misterio: colores oscuros, cuando en realidad tiene colores brillantes, claros, esplendorosos, y es por eso que la música es un misterio.

Y en esa luz blanca es como suena Pari intervallo, esa obra maestra tintinábuli de Arvo Pärt, ese sonar de campanas pequeñas viajando en tríadas, y es en esa claridad como suena la bella Sicilienne del Concierto en Re Menor de Bach, y la segunda de las 6 Klavierstücke de Johannes Brahms, que escribió para su amor: Clara Wieck (que no Clara Schumann).

Además del tiempo lento en que se solaza Kathia Buniatishvili, hay una pieza cuya inclusión en este disco irritó a los conspicuos: la célebre 4’33” de John Cage, que es una manera de practicar la meditación al mismo tiempo que una demostración de que el silencio es un ente superior.

Como sabemos todos, 4’33” son cuatro minutos y 33 segundos que transcurren en silencio. Si a muchos irrita que se interprete en vivo, porque los desazona, que lo haya incluido Kathia en un disco los desespera, cuando en realidad se trata de una experiencia bella y agradable: sentarse a escuchar el silencio, que también es un misterio.

Esta obra la estrenó John Cage en el bosque de Woodstock y los presentes cuentan que lo que escucharon fueron los grillos nocturnos, el canto de las aves de noche, el zumbar del viento, el misterio de las hojas de los árboles al moverse. En el disco de Kathia alcanzamos a escuchar cantos de ave, que se colaron al estudio de grabación.

En distintos momentos de escucha, para mí sonó lo siguiente: el zumbido del vuelo de los colibríes en mi ventana, el sonido de la flauta del afilador a lo lejos, el pregón de una vendedora de guanábana, el maullido de un gato en la barda adyacente, el aullido de un perro en el edificio contiguo. Y el silencio.

Le propongo, hermosa lectora, amable lector, escuche el nuevo disco de Kathia Buniatishvili, Labyrinth (está en Spotify y en otras plataformas digitales), disfrute el misterio de la belleza de esa música y, en cuanto llegue el track 17, 4’33”, realice usted el ejercicio de observar con los ojos cerrados y dialogue, en silencio, con lo que escuche usted en el silencio.

disquerolajornada@gmail.com