l sábado pasado, 5 de diciembre, se presentó en el marco de la FIL de Guadalajara un libro fuera de lo común; su autor es Leopoldo Mendívil López, lo edita Grijalbo y su género es a primera vista una novela, pero ciertamente es algo más. Al ir leyendo descubre el lector temas inesperados; el entramado del relato incluye investigación histórica, opiniones científicas de geólogos y expertos en ciencia de la tierra y algo más, mucho más importante para mí: se trata en el fondo de un alegato en defensa de la soberanía nacional, de la soberanía energética.
Conozco al autor y sé de su vocación por escribir e investigar; también sé de su estilo y de la influencia que en él han tenido, recientemente, algunas lecturas de Chesterton. Se trata de un buscador de misterios, va más allá, al trasfondo de las cosas y de los datos; sabe describir personajes y lugares. Sus libros, al menos los que conozco, llevan en el título la palabra secreto
. Ha escrito 10 o 12, no sé cuántos. Recuerdo algunos: Secreto 1910, Secreto Maximiliano, Secreto 1929; Secreto Vaticano, Secreto Biblia y varios más en los que se mezclan, con buena calidad literaria, personajes históricos con personajes de ficción.
El libro atrapa al lector desde el principio; en Secreto Pemex, desde la frase inicial del primer capítulo, cuando nos topamos con un nombre conocido, el del político panista José Ángel Conchello, a quien estimé y traté cuando fue presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, de 1972 a 1975, en los que lo acompañé como secretario general del partido. Recuerdo muy bien el viejo edificio modesto y algo oscuro de Serapio Rendón 11, junto a un restorán-cantina, El Veracruz, tantas veces testigo de reuniones de panistas de todo el país y de diversas edades, profesiones y estatus sociales. Época definida por el regiomontano Herminio Gómez con la frase: cuando el PAN era decente
; diría mejor, de ciudadanos comprometidos que no recibían subsidio oficial, no se enriquecían en los cargos y mucho antes de la alianza de este partido con el salinismo.
En ese primer capítulo de Secreto Pemex se cita un discurso del senador Conchello en el que echa en cara a sus colegas de esa cámara el descuido, el desinterés en la defensa del petróleo mexicano y el abandono, ya desde entonces, en favor de intereses extraños, de la riqueza del subsuelo. Un poco más adelante, se relata el accidente extraño en el cual Conchello pierde la vida; el momento en que la camioneta donde viajaba hacia Querétaro recibió un impacto frontal de un gran camión que saltó el camellón y envistió su vehículo. Accidente desde entonces bajo sospecha, con el que se inicia la trama.
Después, desfilan escenas ficticias del protagonista Atlas Skyberg, quien corre mil y una aventuras para descubrir por qué murió su padre –en la novela viajaba con Conchello– y cuál era el secreto que podía devolver a México el control de su propio subsuelo y sus riquezas. De ese capítulo en adelante va el lector de sorpresa en sorpresa; para tener una idea, entre los muchos nombres de personajes que aparecen y desparecen en el libro, muchos de los cuales aún viven y son nuestros contemporáneos; los menciono con cierto desorden, algunos muy conocidos, otros no tanto. Son Pedro Aspe, Emilio Lozoya, Rocío Nahle, Carmen Aristegui, Octavio Romero, mi maestro de teoría del Estado, Jesús Reyes Heroles; dos ex presidentes: Salinas y Peña Nieto, y hay más.
Encontramos también personajes históricos de otras épocas: Maximiliano, quien firmó en 1865 un decreto autorizando la explotación de un pozo petrolero; Robert Lansing, funcionario estadunidense opuesto a una invasión a México en 1914, quien sostenía que sería mucho más fácil conquistarnos, sin derramamiento de sangre, si se educaba en universidades estadunidenses a algunos jóvenes ambiciosos que eventualmente pudieran llegar al poder en México.
Leer el libro es internarse en el misterio; toparnos con la escurridiza isla Bermeja en el Golfo de México, aludida por Conchello en su discurso; nos enteramos del tratado Clinton-Zedillo; se recuerda la doctrina del Destino Manifiesto; conocemos cómo se desmantelaron refinerías, oleoductos, instalaciones y también al Instituto Mexicano del Petróleo, nos asombrarnos de la manera en que, jubilándolos, Pemex se deshizo de sus mejores técnicos. Recuerdo a uno, el ingeniero Eduardo Soto Yáñez, autor de otro libro: El color del petróleo.
Y, muy importante, el libro es una defensa de nuestro patrimonio, como lo determina el artículo 27 constitucional. Que no se repita el pasado
, es una frase entresacada de la novela, y otra: alguien tiene que defender a México
. En fin, se trata de un alegato en favor de la reversión de una traición; del rescate, ya en proceso, del patrimonio mexicano, de las áreas estratégicas
, hidrocarburos, electricidad y ahora el litio, antes de que seamos, otra vez, despojados.