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Nosotros ya no somos los mismos

Donald Trump pasó a la historia // Los votos que no cuentan, se pesan // Los pataleos inútiles del magnate // 70 millones de fanáticos

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▲ El presidente Donald Trump durante su alocución en la Casa Blanca el pasado 5 de noviembre, donde habló sobre los conteos de los votos electorales.Foto Ap
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ues sucedió ya. Donald Trump pasó a ser, mexicanamente hablando, huésped de Andrés Manuel López Obrador en su propiedad tabasqueña. Ya todos sabemos lo que esto significa.

Con el resultado electoral en Pensilvania, se alcanzó la mayoría suficiente de votos electorales para reconocer legalmente como presidente electo de Estados Unidos a uno de los candidatos contendientes, al margen de los votos que el oponente después consiguiera en las otras entidades que, ya para entonces, estarían fuera del juego. Menos mal que por esta vez los votos del populacho y los del santo Sanedrín coincidieron, no en número exacto, obviamente, pero sí en cuanto a quién había conseguido constituir la robusta mayoría legalmente requerida de esos sufragios que más que contarse, se pesan.

Los pataleos de Trump serán tan intensos e impetuosos como inútiles y, como suele suceder siempre, decrecientes al paso del tiempo. Yo no siento temor alguno ante las amenazas, bravatas y chantajes lanzados por el frenético presidente soberbio, engreído, que se va extinguiendo cada segundo. ¿Quiere usted exactitud? Haga un sencillo ejercicio aritmético: a partir de mañana, sume 21 días de noviembre, 31 de diciembre y 20 de enero. Ése es el tiempo, el doloroso lapso para él y para nosotros (el mundo), que a don Donald le resta en la presidencia que hace cuatro años ganó tan democrática como inexplicablemente.

Ahora el Trump candidato alzado, seguro, imbatible y ausente de todo contacto con el mundo real del que nunca aceptó ser habitante, no me provoca temor ni con toda su insania. Bueno, ni siquiera el descomunal número de delincuentes en potencia o en plena actividad, que constituyen no solamente las pandillas de niños, adolescentes y jóvenes que sobreviven. y superviven, en el inmenso infierno que constituyen los barrios miserables que rodean todas las ciudades (bellísimas muchas de ellas, verdaderos paraísos del lujo, la abundancia de la tecnología). Esos auténticos guetos se extienden por todo el territorio de Estados Unidos y son, ¡quién lo creyera!, la Corte de los milagros que describiera el genio Víctor Hugo en su obra Nuestra señora de París (1931). Quien haya visto la película tendrá que formarse atrás de mí, en la fila interminable de los adoradores de la figura incomparable de la Lollo.

En esos oasis habitados por muchos acomodados, pero irracionales ciudadanos que no se dan cuenta que el sueño americano, que están convencidos alcanzaron, no es sino una tétrica pesadilla de la que cuando intenten escapar será too late: allí y así formaron a su descendencia.

Pues esto me aterra tanto como los 70 millones de personas que, voluntaria y decididamente, demostraron compartir la locura trumpista. Hace algunas décadas ya vimos esta película.

Hablemos luego de lo que el nazifascismo significó para nuestros antepasados y sigue repercutiendo entre nosotros. La elección del martes 3 fue un triunfo. No, el triunfo.

@ortiztejeda