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Marcel Proust, un genio confinado por voluntad, a 98 años de su muerte

El escritor pasó 15 años en reclusión para escribir su monumental En busca de tiempo perdido // Este 18 de noviembre se cumple casi un siglo de su fallecimiento

 
Periódico La Jornada
Domingo 8 de noviembre de 2020, p. 3

Marcel Proust pasó los últimos 15 años de su vida aislado, edificando su monumental novela En busca del tiempo perdido, prácticamente sin ver la luz del día, prisionero en el acto de escribir. Así se sometió al confinamiento voluntario hasta concluir las más de 3 mil páginas de los siete tomos de su reto literario, que logró finalizar antes de su muerte, ocurrida el 18 de noviembre de 1922.

Desde 1906 dedicó la noche para trabajar y el día para dormir, encerrado en una habitación forrada con corcho y gruesas cortinas. Con el tiempo se le vio más esporádicamente en público; en cambio, habitaba el mundo que iba vaciando de recuerdos, sensaciones y la vida humana.

Para Proust, la soledad y el confinamiento fueron un refugio que le permitió acabar su gran obra literaria, que se terminó de publicar de manera póstuma en 1927. El autor francés escribió: el único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos.

Celeste Albaret, quien fue su ama de llaves, se convirtió en su lazo más fuerte con el exterior, comenzó a ser su mensajera, amiga y cuidadora durante los nueve años finales de Proust, quien, aun enfermo, no cesó en su obsesión literaria para encontrar el tiempo perdido; fueron años de vivir retraído en el trabajo constante.

Marcel, hijo de un matrimonio sin problemas económicos, nació el 10 de julio de 1871; fue un niño frágil y enfermizo. Casi muere a los nueve años de un ataque de asma. Vivió protegido en la esfera del amor materno. Su enfermedad respiratoria y las alergias al polen lo alejaron del campo.

Después de la muerte de su madre, se mudó al departamento en el 102 del bulevar Haussmann, en París. Actualmente, una placa en ese sitio indica que desde 1907 hasta 1919 vivió allí uno de los grandes protagonistas de la literatura universal.

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▲ Retrato del autor tomado de la portada de Marcel Proust 1871-1922: A Centennial Volume, de Peter Quennell.

Pero no siempre fue así. Durante su juventud fue un visitante asiduo de los salones parisinos frecuentados por la burguesía y la aristocracia. Esos escenarios fueron habitados luego por su alter ego literario.

Su vida de socialité le costó en la vista exterior sobre su persona, pues era poco estimado como escritor, en cambio, considerado mundano y ligero, una de las razones por las que, dañado por el prejuicio, André Gide rechazó publicar Por el camino de Swann, el primer tomo de En busca del tiempo perdido. Entonces fue editado por el mismo Proust. El error fue corregido y la prestigiosa editorial Gallimard publicó el segundo tomo, A la sombra de las muchachas en flor, que además obtuvo el Premio Gouncourt en 1919.

Enfermo, aislado y sin ver la luz del día, los recuerdos fueron el refugio de la memoria que fue vaciando en su novela, plagada de detalles y sensaciones. El crítico Derwent May, autor del libro Proust (Fondo de Cultura Económica), está en contra de reducir una de las más grandes hazañas literarias a los simples recuerdos de un solitario sensible.

La vida que se nos va, esa misma que queda impregnada en el recuerdo, reconstruida gracias a la literatura, fue lo que Proust nos regaló hace un siglo, fruto de sus años confinado en un mundo interior sin el ruido de la realidad.

Aunque también nos llevó por el camino de Swann para comprender la contradicción que hay en buscar en la realidad los 360 cuadros de la memoria, porque siempre les faltaría ese encanto que tiene el recuerdo y todo lo que no se percibe por los sentidos.