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Bolivia: ¡ojo con los republiquetos
N

i la CIA, la OEA, las ONG de la Usaid, los genios de la tecnología 5G y los paleobíblicos de los departamentos de la Media Luna, ni los duros y blandos del Movimiento al Socialismo (MAS) y el bien intencionado Grupo de Puebla, esperaban tan abrumadora victoria electoral en Bolivia: 55 por ciento de los votos para el Movimiento al Socialismo (MAS), venciendo a todas las fuerzas desplegadas por Mefistófeles.

Una victoria que se logró en condiciones exponencialmente más adversas que las de Evo Morales en las elecciones de 2005 (54 por ciento), 2009 (64) y 2014 (61 por ciento), junto con la saboteada por el feroz golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019.

Desconcertados, algunos analistas con memoria de almanaque, repitieron las herméticas palabras del hermético Samuel Beckett: vuelve a intentar. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. Limitándose a señalar que el golpe fue el 189 en la historia de Bolivia, desde 1825 (a razón de 1.02 golpes por año). Pero omitiendo que el Estado oligárquico fundado al terminar la guerra entre las llamadas republiquetas (1809-24), nació aislado del mundo, de un mundo al que, por otra parte, había ocasionado (René Zavaleta Mercado).

En un lúcido ensayo, el sociólogo boliviano Zavaleta Mercado (Oruro, 1937-Ciudad de México, 1984), escribe: Los historiadores ven a los países desde la perspectiva del presente, y no yerran por fuerza en ello porque la cosa se conoce en su remate; pero cada país, en cambio, se ve a sí mismo con los ojos de su memoria. Que el país como tal estanque su conocimiento en un momento de su pasado, o que lo mistifique, carece de importancia sustancial porque aquí lo que importa es qué es lo que cree que es.

Agrega: El componente de la memoria colectiva en la ideología es, sin duda, algo más importante de lo que se supone por lo común (Consideraciones generales sobre la historia de Bolivia, 1932-1971, en América Latina: historia de medio siglo, Ed. Siglo XXI, México, 1977, p. 75).

Por ende, antes que atribuir los golpes militares de Bolivia a la barbarie legada por caudillos hispánicos de impronta islámica (Octavio Paz), habría que sopesar que aquellas republiquetas surgidas de la rebelión de Tupac Katari (1781), las insurrecciones en el oriente boliviano, y la revolución paceña de 1809 (en cuya Junta Tuitiva participaron representantes indígenas), no fueron vencidas jamás por nadie.

Las republiquetas fueron un conjunto político territorial sin núcleo hegemónico, incapaz de resolver por sí mismo la cuestión de su poder político, aunque en la praxis modelaron una suerte de democracia directa de guerra, dotadas de logística autónoma.

“Los doctores de Charcas –escribe Zavaleta Mercado– fueron los recipientes de la independencia y sólo pueden explicarse como la patología de una clase superior que no había trabajado jamás, que se había acostumbrado a ser un eje de las cosas porque sí.”

Hasta mediados del XX, Bolivia vivió de la explotación de los pueblos indígenas, en guerra permanente con 90 por ciento de sus habitantes. Y sería con el desastre sufrido en la guerra con Paraguay (1932-35), la más importante y sangrienta de América del Sur, sus pueblos empezaron a mirar la realidad con ojos distintos a los del país “…encerrado en sus altas montañas, que eran como el símbolo de su encierro ­histórico”.

De ahí en más, la revolución del 9 de abril de 1952 (que consagró el voto universal), la fundación de Conciencia de Patria (que en 1989 logró que Remedios Loza fuese la primera indígena en ser diputada nacional), y los triunfos de movimientos sociales que expulsaron a la estadunidense Bechtel que impuso la privatización del agua, consiguiendo la fuga del corrupto presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, quien farfullaba el inglés mejor que la castilla.

Finalmente, en febrero de 2009, frente a los representantes de 36 pueblos originarios reunidos en la ciudad de El Alto, Evo Morales refundó Bolivia, proclamando el Estado plurinacional unitario, social y económicamente de socialismo comunitario. Tal fue la causa del golpe, y de la aplastante victoria popular, en días ­pasados.

Zavaleta Mercado perteneció a la generación de pensadores que con sus luces y compromiso político, fueron desenredando la hipercompleja urdimbre cultural del país que lleva el nombre del libertador. Pienso en Carlos Montenegro (1903-53), Augusto Céspedes (1904-97) y Sergio Almaraz Paz (1928-68). Y en Marcelo Quiroga Santa Cruz (1931-80), uno de los referentes de juventud de Luis Arce Catacora (1963), artífice del modelo económico de Evo Morales (2006-19), y flamante presidente electo de Bolivia.