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Diane di Prima: la poesía lo es todo
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▲ Diane di Prima falleció el pasado 25 de octubre en San Francisco.
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os poetas hablan con la verdad cuando nadie más puede o quiere. Es por ello que el hambre de poesía aumenta cuando el mundo se torna oscuro. Cuando crece la represión. Cuando la gente habla en susurros, o no lo hace en absoluto, voltea hacia la poesía para saber qué está pasando”: Diane di Prima.

Las poetas beat de Estados Unidos conforman la primera gran generación de artistas con los ovarios bien puestos en un mundo de hombres, y de ellas la más radical, consistente y duradera fue Diane di Prima, quien se apagó el pasado 25 de octubre en San Francisco, ciudad que había convertido en su casa desde 1968. Originaria de Brooklyn (1934), como otros beatniks trasladó de una costa a la otra el impulso rebelde e innovador de raíz existencialista que marcaría hondamente la poesía estadunidense y de América Latina.

El movimiento beat, desdeñado por plebeyo, imperfecto y exhibicionista en el canon académico, mantiene un aliento sorprendente desde que penetró la contracultura juvenil de masas en los años 60.

Como otras autoras de aquella bohemia fundacional, Di Prima fue invisibilizada, más que por los beatniks mismos, por la tradición clasista y patriarcal de las Altas Letras, al igual que Marge Percy, Anne Waldman, Denise Levertov, Joana McClure, Leonore Kandel y la desdichada Elise Cowen quien, homosexual como su primer novio, Allen Ginsberg, sufrió el infortunio de la bonita desobediente, fue internada en manicomios y terminó por tirarse de un séptimo piso.

Diane di Prima siempre supo qué quería. No la persiguieron los siquiatras, sino la policía. Algunos libros suyos serían prohibidos y la FBI quiso, sin lograrlo, hacerla carne de presidio.

Empecé a escribir a los siete años. Nunca dejé de hacerlo, pero fue al doblar esa edad, a los 14, que me entregué enteramente al poema, recordaba hace pocos años quien fue precoz lectora de Shelley y Keats. A los 19 se hizo amiga por correspondencia de Ezra Pound y lo visitó en el hospital siquiátrico de St. Elizabeth, donde el gran poeta, mientras pagaba sus pecados fascistas, llegó a compartir pabellones y terapias con el viejo y demenciado Juan Ramón Jiménez.

Crecí en el mundo del macartismo, la muerte de los Rosenberg y de Wilhelm Reich, las interminables cacerías de brujas. Cuando supo, a los 18, que los Rosenberg habían sido ejecutados, dejó la escuela y se mudó al inframundo del Lower East Side en Manhattan. Descubrió la literatura ilegal de Jean Genet, Henry Miller y William S. Burrougs, se hizo amante del artista y activista LeRoi Jones, llamado luego Amiri Baraka, pionero de las Panteras Negras. Editó en su Poets Press a los autores emergentes, y acusada de obscenidad, la policía prohibió poemas suyos.

Desde 1961, como otros rebeldes neoyorquinos, se enamoró de San Francisco, vivió en Stinson Beach y se mudó definitivamente en 1968. En 1966 se había incorporado a la comuna ácida de Timothy Leary en Millbrook. Escribió poesía sicodélica antes que los Beatles y hasta el final de sus días fue seguidora de The Grateful Dead. Su futuro editor permanente, Lawrence Ferlinghetti, le publicó en 1971 Cartas revolucionarias, dedicadas a Bob Dylan.

A la postre madre de cinco hijos, uno de sus poemas importantes lamenta un temprano aborto que no quería hacerse, obligada por su entonces pareja, LeRoi Jones. Pero no fue una mujer infeliz, sino de lucha y sensualidad. Michael McClure escribió de su último libro (The Poetry Deal, City Lights Foundation, 2014): Ninguna voz estadunidense o anarquista, ningún corazón que ate el alma, son más claros, feroces y generosos.

Apoyó a Salvador Allende y los sandinistas, se resistió a las guerras de Vietnam e Irak, exploró el budismo. Nunca dijo no al sexo ni a las drogas espirituales, y hasta que el Parkinson la inmovilizó, ya octagenaria, hizo poesía y desobedeció al poder. Íntima amiga de la radical poeta lesbiana y negra Audre Lorde prefirió, como Jack Kerouac, el amor heterosexual.

Su pasión por la poesía fue absoluta. En 2009 proclamó que su juramento siempre fue recordarnos a todos / de celebrar / que ningún tiempo es / demasiado desesperado /ni hay estación del año / que no sea / la Estación de la Poesía. En Poetry Deal (Acuerdo poético) dice a su arte: No quiero nada que tú no me hayas dado ya: viajes a otros mundos, dimensiones de luz o sonido, cabalgatas en el lomo de un leopardo por aquellas rocas negras sobre el mar o la garganta de un río.

Poco traducida al castellano (salvo el infaltable José Vicente Anaya y algunos otros antologadores), aquí se ofrecen algunos poemas de su obra tardía, elegíaca pero vital y festiva. Cumplidos los 86, dejó el mundo en la ciudad que amó y habitó la mayor parte de su vida.