or estricta supervivencia, debemos desobedecer. No hay otro remedio.
Como las autoridades reconocen, la mitad de quienes habitamos nuestro destrozado país no pueden confinarse. Necesitan salir a ganarse la vida. Como es cada vez más difícil conseguirlo, tienen que reinventarse, lo que plantea enormes desafíos. Empieza a cundir el hambre entre ellas y ellos.
No la pasa mal quien se confina con jardín y alberca. Pero la mayoría está en viviendas habilitadas sólo para dormir. ¿Qué hace una mamá con un niño de dos o tres años que no ha visto a sus pares en seis meses? ¿Cómo conviven seis u ocho personas encerradas en dos cuartos por meses? La salud física y mental de muchos millones está padeciendo serias consecuencias por el confinamiento impuesto. No lo soportan más.
La situación económica es cada vez peor. Pierden continuamente credibilidad los mensajes optimistas del gobierno. ¿Cómo confiar en el anuncio de que para marzo se habrán recuperado 20 millones de empleos? ¿Para qué seguir prometiendo una recuperación enteramente imposible? ¿Por qué no reconocer la realidad y actuar en consecuencia?
No tiene justificación ni legitimidad la decisión de impedir funerales o la que sigue impidiendo que vayan a su casa, a experimentar libremente una muerte digna, cuantos exigen salir del hospital. Quienes decidieron cerrar hoy los panteones revelan profundo desconocimiento del país que pretenden gobernar.
México asumió, de modo bastante insensato, un esquema mundial que empieza a cuartearse a medida que se hace evidente su carácter y se revela su origen. Circula ya, por ejemplo, una denuncia bien fundamentada que no cabe en el cajón de las teorías de la conspiración. Abogados alemanes dedicados a denunciar legalmente a corporaciones fraudulentas, como el Deutsche Bank o la Volkswagen, se ocupan ahora de documentar el fraude de la industria farmacéutica, con la complicidad de científicos con historial de corrupción. Según ellos, fue fundamento de la declaración de pandemia y de la campaña para combatirla, contra la opinión de muchos especialistas que rechazaron desde su origen el invento ( https://www.sabhlokcity.com/2020/10/ reiner-fuellmichs-video-about-covid-crimes -against-humanity-hes-on-the-right- track-but-has-missed-out-many-things/).
No hace falta acompañarlos en ese curso legal de difícil pronóstico. Puede bastarnos examinar con rigor lo que sabemos con razonable certidumbre. La desinformación que todo mundo reconoce no es sólo fruto de ignorancia e incompetencia de quienes la han producido. Es una herramienta al servicio de un propósito. Se documentan ya inauditos engaños puntuales: en México y en muchos países, por ejemplo, se ha pagado a familias o a médicos para que se atribuyan al virus algunas muertes, lo que demostraría complicidad consciente en un gigantesco engaño. Se documenta también el fraude que se anticipa ya con las vacunas. Pueden llegar a causar más muertes y daños que el virus y bajo ninguna circunstancia podrían asegurar inmunidad general.
Se documentan también, con creciente rigor, las muertes y otros daños causados por las políticas y medidas adoptadas, que probablemente ya superan las que pueden atribuirse al virus. El virus mismo, que pertenecería a la familia que produce las conocidas gripas invernales, sigue pareciendo un misterio para la ciencia en que pretenden basarse los gobiernos y aún no puede ofrecer fórmulas confiables de prevención y tratamiento.
La naturaleza de la construcción mundial de la pandemia se hace cada vez más evidente: es una estrategia perversa que de buena o mala fe fue adoptada por todos los gobiernos. La estrategia cumpliría dos funciones, que en rigor se reducen a una. Se busca disimular tras el virus el fracaso espectacular del sistema dominante. Como la gente no parece ya dispuesta a soportarlo, se usa el virus como pretexto para establecer un sistema de control de la población que evite el descontento organizado que puede llevar a una insurrección. Quizá se entendería mejor lo que está ocurriendo si apeláramos a la hipótesis de que toda esta operación fue un experimento monstruoso de control social, que se implementó con base en una campaña obscena de miedo para conseguir obediencia sumisa y pasiva sin precedente de la mayoría de la población del mundo.
Necesitamos desobedecer, antes de que sea demasiado tarde. No se trata de volverse irresponsables y prescindir de toda precaución. Se trata de recuperar, por todos los medios posibles, la interacción con los demás que nos permite seguirnos llamando humanos. Se trata de multiplicar las iniciativas para una profunda reorganización social, desde abajo, que para la mayoría será la única manera de sobrevivir ante el desastre climático, económico y socio-político que se agrava continuamente. Muchas personas, tanto en la ciudad como en el campo, especialmente entre los pueblos originarios, lo están haciendo ya. Son fuente de inspiración que deberíamos considerar seriamente.