ace unos días, el Carnegie Hall de Nueva York ofreció en línea, y sin costo, una selección de tres muy buenos conciertos de su archivo, de los cuales el segundo resultó particularmente enriquecedor.
En 1970, el compositor estadunidense Philip Glass estrenó una de sus partituras más significativas, Music With Changing Parts, y en 2018 realizó una nueva versión de la obra, añadiendo metales y voces a la dotación original de teclados y alientos. Fue esta versión reciente la que se interpretó en el Carnegie Hall, con un ensamble en el que la combinación de experiencia y juventud aportó lo mejor de ambos mundos. Lo básico, el Ensamble Philip Glass, dirigido por el legendario Michael Riesman, y con él mismo y el propio Glass a cargo de sendos teclados. Incrustados en el grupo, tres antiguos y emblemáticos colaboradores de Glass: Lisa Bielawa, Andrew Sterman y Jon Gibson. Dotación completa: cinco teclados electrónicos, cuatro ejecutantes a cargo de flautas y saxofones, pares de cornos, trompetas y trombones, un coro de niñas (cerca de 40 voces) dividido espacialmente a la manera de los añejos cori spezzati, y un ingeniero de sonido. Los colaboradores del Ensamble Philip Glass fueron jóvenes estudiantes del Conservatorio de Música de San Francisco y del Coro de Niñas de San Francisco.
Music With Changing Parts es una obra con una importante componente aleatoria (implícita en su título) que contempla, entre otras cosas, una serie de módulos que pueden ser interpretados en orden diverso y con un número variable de repeticiones. (En efecto, tratándose de Glass, la palabra repetición
no podía tardar en aparecer.) Para esta ejecución, en la que se apreció una interesante simbiosis entre música y tecnología, se utilizaron pantallas electrónicas como guía para los ejecutantes, señalando los diversos módulos de la obra, así como el número de repeticiones a realizar. Supongo que los audífonos que portaban los instrumentistas funcionaban como monitores y, a la vez, como proveedores de un pulso para mantener la cordura rítmica en medio de los complejos laberintos de la música de Glass. Me pareció percibir, durante la primera mitad de la obra, un cierto desequilibrio entre las fuerzas musicales: mucho teclado, poco de los alientos, casi nada del coro. Esto bien pudo deberse al ingeniero de sonido o, quizás, a una intención explícita del compositor; el caso es que a partir de cierto momento, el equilibrio mejoró notablemente y fue posible percibir con mayor claridad las intrincadas texturas urdidas por Philip Glass en esta Music With Changing Parts. Esa rica y atractiva complejidad desmiente a quienes califican de simplista y vacua a la música del compositor oriundo de Baltimore. Durante un largo trecho de la obra, el coro de niñas (todas de impecable negro y labios pintados de rojo fuego, y dirigidas por Valérie Sainte-Agathe) sólo vocaliza y, de pronto, el oyente se da cuenta de que están cantando algo; ese algo
es, simplemente, solfeo.
Me extrañó, ciertamente, que en largos trechos de esta transmisión de la obra de Glass el sonido se percibiera un poco apelmazado, con escasa diferenciación de planos sonoros; cosa ciertamente inusual si se considera el cuidado extremo que Glass y Riesman suelen tener con los aspectos técnicos de sus presentaciones. A pesar de ello, esta sesión de una hora y 28 minutos ininterrumpidos de música con estructuras repetitivas (así la llama el propio Glass, para evitar pronunciar la palabra maldita) resultó una potente y satisfactoria experiencia musical, una explosión de volcánica energía sonora desde el primero hasta el último compás, hipnosis y mantra a partes iguales y, sobre todo, un ejemplo cabal del tipo de música, que ha existido en todas las épocas, que alude por igual a los sentidos y al intelecto.
Apenas comenzada la transmisión, las cámaras pasaron fugazmente por la página inicial de la partitura de Music With Changing Parts, que contiene una larga y apretada serie de notas e instrucciones para la ejecución de la obra; me hubiera encantado poder leerlas para así desentrañar mejor la esencia de esta música fascinante. Ya tengo tarea: buscar esa página por todos los rincones de la red.