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España: revolución pasiva, crisis y ascenso de Vox
E

namorarse de nuestras ideas, demuestra narcicismo, algo común entre intelectuales cuya preocupación es la cita compulsiva de su obra. No menos despreciable es el plagio, la ocultación de fuentes, pasar como propio el pensamiento ajeno, es decir, ejercitar el fraude intelectual como forma de vida. Lo dicho, constituye una práctica habitual que ha llevado a premios Nobel, científicos, músicos, literatos o periodistas a sufrir escarnio público. Resulta significativo que Umberto Eco, en Cómo se hace una tesis recomiende al doctorando sin escrúpulos plagiar su trabajo en una universidad remota, asegurándose que los miembros del tribunal no la conozcan.

Vivimos tiempos caracterizados por la mediocridad y la necesidad compulsiva de obtener notoriedad, traducido en poder fatuo y dinero. Su expresión más degradada es la presentación de currículums donde se trola la vida, falsean títulos y se miente compulsivamente. La economía de mercado y el neoliberalismo son el caldo de cultivo para reproducir tales prácticas corruptas. En este potaje sobreviven políticos y seudo intelectuales que desde la academia e instituciones culturales, pasan por especialistas, proponen debates y visten un lenguaje críptico. Los medios de comunicación social, redes y foros tertulianos dan la cobertura a este circo mediático. Allí se reconocen, cubren vergüenzas, y sacan a relucir su plumaje. Adictos a los medios digitales y Twitter están pegados a sus celulares.

Cuando la vida diaria está poblada por quienes argumentan desde la arrogancia, la actividad política y la docencia se trasforman en un quehacer huero, cuyo resultado es la desafección del pensar, sintetizada en el rechazo a la teoría. La pedagogía como práctica de la libertad, al decir de Paulo Freire, se convierte en materia de control ideológico y adoctrinamiento para el mercado. En este contexto, se menosprecia el pensamiento crítico. En su lugar, un trampantojo. Aparecen interpretaciones que acaban siendo modas académicas cuyo resultado no puede ser más perjudicial para las nuevas generaciones de universitarios o militantes que se dejan seducir por cantos de sirena. La lectura pausada, el saber construido en el diálogo e intercambio de experiencias, no tiene lugar en la sociedad del aquí y ahora. Los clásicos son sustituidos por Wikipedia. El silencio de la reflexión sede paso a un ruido ensordecedor propio de la sociedad del vodevil.

Hoy la mayoría de las propuestas en boga de las ciencias sociales están sometidas a una obsolescencia programada. Pensadas para ser deglutidas, no lo son para crear pensamiento crítico. Conceptos y categorías como explotación, colonialismo interno, imperialismo, clases sociales son arrinconados o consideradas una antigualla. Mejor hablar de globalización, competitividad, emprendimiento o articulaciones precedidas por la preposición de…

Pensar desde la coyuntura y aplicar fórmulas mágicas genera interés momentáneo, pero tiene un corto recorrido, aunque las agendas de congresos y encuentros se nutran de tales propuestas. Responden a la lógica del mercado, pero no crean escuela ni asientan saberes. El ejemplo más evidente lo marca la 25ª Cumbre del Cambio Climático. Hoy, políticos, académicos, personajes públicos, empresas trasnacionales y una que otra ONG, se inventan el modo de producción ecológico. Nadie recuerda que una las primeras crisis medioambientales, migratorias o hambrunas que profundizó el etnocidio en América latina, fue producto del cambio alimentario introducido por el monocultivo en los siglo XVI y XVII, junto a la explotación del oro y la plata. Las plantaciones jesuíticas, las haciendas, el repartimiento o la mita, consolidaron los latifundios y las oligarquías terratenientes. Lo mismo en África y Asia. Imperialismo y capitalismo industrial fueron sus hijos, es el modo de producción capitalista el causante del cambio climático, la extinción de cientos de miles de especies o las guerras por el control de las materias primas. Sin embargo, el principio explicativo se invisibiliza. En su lugar, emergen conceptos como desarrollo sustentable, sostenible, globalización, producción responsable, transición ecológica o economía verde. Lo cual tiene su expresión en el consumo bajo la coletilla alimentos ecológicos y compromiso solidario con el planeta.

Es el nacimiento del pensamiento chatarra, conceptos ofertados a empresarios, trasnacionales y gobiernos, los mismos que contaminan. Nestlé, Monsanto, Bayer, las petroquímicas, el capital financiero, y sus representantes, para evitar dar más nombres propios, son los responsables de la desertización, la pérdida de biodiversidad, esterilización de mujeres, asesinatos de sindicalistas y dirigentes medioambientalistas. Sin embargo, gracias al pensamiento chatarra limpian su nombre y se convierten en defensores a ultranza del desarrollo humano sustentable. El cultivo de la soya, el aceite de palma, el maíz transgénico, la agroindustria, los megaproyectos, la explotación ad infinitum de la flora y fauna, la contaminación en todas sus formas, se recubre con este tipo de pensamiento suministrado por seudo académicos e intelectuales. Para avanzar, es necesario desenmascararlos. No puede haber justicia social, ni democracia plena si obviamos que el capitalismo, sea en cualquiera de sus caras, nos lleva al colapso planetario y la sexta extinción bajo el sin sentido del pensamiento chatarra.