Sábado 14 de diciembre de 2019, p. a12
Noche. Anita Ekberg se baña en la Fontana di Trevi.
Día. Amanece en el pueblo. Neblina. Flotamos.
Amarcord: me acuerdo.
Los filmes de Fellini no se entienden sin la música de Nino Rota.
Nos ocupa hoy una novedad discográfica con harto movimiento: baile, paso veloz de gato, neblina, música de pueblo, infancia, alegría, retozo: The Fellini Album. The Film Music of Nino Rota. Riccardo Chailly. Filarmonica della Scala.
Rendimos homenaje así a Giovanni Rota Rinaldi (1911-1979), a quien Fellini llamaba el amigo mágico
.
Desde Lo sceicco bianco, de 1972, hasta Prova d’orchestra, de 1978, cumplió una vida de conciertos en el plató.
Nino Rota es uno de esos casos únicos en la historia. Se trata de un compositor de hondo calado, pero es un gran desconocido. A lo máximo que llega: ‘‘el de la música de las películas de Fellini”.
Ni siquiera el exilio alemán enHollywood alcanza el brillo de Nino Rota.
Cuando llegaron a Los Ángeles por tropeles los grandes compositores alemanes, crearon una manera nueva de ver el cine. Hubo entre ellos gigantes que cambiaron el curso de la historia, como Kurt Weill, el más importante autor de música para escena (hizo equipo con Bertolt Brecht), Arnold Schoenberg (quien pasó a la historia como el héroe que liberó a la música de lo tradicional, anquilosado, y creó el sistema atonal), Erich Korngold y toda la pléyade que hizo de Hollywood la fábrica de sueños posibles.
Dos casos posteriores a Nino Rota: el estadunidense John Williams y el italiano Ennio Morricone. Ellos también pasan desapercibidos. Su oficio de músicos de cine ofusca las mentes fáciles de obnubilar. El primero, Williams, arrinconado en el lado oscuro porque la saga Star Wars, lleva la correlación de ideas a las imágenes y los héroes a pesar de que le deben su personalidad a la música.
El italiano ha logrado una imagen un poco menos claroscura. Se empeñó en subirse al podio como director de orquesta y así se fajó durante extenuantes giras de concierto hasta que el cuerpo le aguantó.
La historia de la música ya les tiene reservados pedestales.
Nuestro Nino Rota compuso tres sinfonías y 11 óperas, mucha música de cámara. Aún no es tomado en cuenta a la horade programar las tempora-das de conciertos y los ciclos operísticos.
Debe su fama, por lo pronto, a la música que escribió para el celuloide.
El disco que hoy recomendamos se consigue en Spotify y en otros formatos digitales, además de, por supuesto, en disco compacto.
Reúne partituras para cuatro filmes fellinianos: Amarcord, Otto e mezzo, La dolce vita, Il Casanova. Abre con ‘‘Danzando nella nebbia”, escena inicial de Amarcord, que significa: yo me acuerdo.
La música se posa de inmediato en nuestra mente y ahí danza graciosa, suave, levemente, en medio de la neblina. Se sucede en nuestra mente la secuencia completa del pueblo de la infancia de Fellini con sus personajes que aparecen y desaparecen entre la neblina como esa magia en que toda infancia retoza, sea el espectador oriundo de ciudad pequeña o grande, aldea o metrópoli. Así de universal es la música. Hermana.
La neblina aclara la memoria. No la nubla. Otorga mayor brillo a las imágenes que cobran vida en nuestra mente. Danzan las escenas por la magia de la música de Nino Rota.
Porque la música de Nino Rota es infancia, terruño, caricia, travesura, suspiro. Neblina.
Su naturaleza entrañable nace de sistemas matemáticos: motivos cromáticos en ostinato y secuencias de acordes glaciares, combinación ganadora.
Ensueño. Su encanto es sueño, señero señuelo. Evocación.
Mohín.
Naricita respingada.
Uno cuando cobra serpentina la conciencia se percata que el cuerpo está danzando, ¿o es la mente la que danza? La memoria no es una señora que dance sola. Siempre se menea como la flor en el campo con el viento, la sombra del mediodía, la gota de agua a punto de caer, la nube inquieta.
Flores, sombras, gotas, nubes, siempre viajan en racimos. Y en pareja.
El emblema de la música de Nino Rota es la galopa, esa danza inspirada en el paso veloz del gato. Ese género, la galopa, es pariente muy cercano del vals y sucesor de la polka (de cuando la polka torció el rabo). Son famosas las galopas del gran Johann Strauss II y especialmente de don Dmitri Shostakovich.
La galopa es una manera muy bonita de cabalgar la vida.
Nos pone de buenas, nos hace sonreír, hace que salga el sol en los días más nublados.
El disco que hoy recomendamos con alegría está lleno de galopas, mininos, sonrisas, valses, bailecitos, bromas, ensoñaciones: neblina.
Sensualidad. La música de Nino Rota derrocha sensualidad. La escena de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. Rutilante.
La dolce vita, donde Anita Ekberg se baña dos veces en la misma fontana. Por cierto, recibió un homenaje hace seis años, cuando Paolo Sorrentino filmó su obra maestra: La grande belleza, donde Marcelo Mastroianni regresa como el gran Gambardella, escritor y periodista que recorre noches y amaneceres de la Via Veneto de Roma.
Anita Ekberg se baña en la música de Nino Rota: ocho tracks del disco que hoy nos ocupa pertenecen a la partitura para La dolce vita.
Seis episodios musicales del álbum pertenecen a Otto e mezzo. El track 5 es la pura gozadera: una galopa, por supuesto.
El amigo mágico de Federico Fellini, don Nino Rota, creó una música emblema, música entraña, música aroma. Neblina.
Ya sabemos que la neblina aclara la mente, desatornilla la memoria. Conocemos el pas de chat llevado a sus consecuencias últimas. Nos encanta la galopa. El trucutrú. Amamos bailar. Amamos la música. Amamos el cine. Amamos a Nino Rota. Amamos la vida. Amamos la magia. Amamos la magia de la música.
Sólo nos falta escuchar este disco.
Y ya, somos mágicos.