Viernes 13 de diciembre de 2019, p. a41
¿Cómo se puede ser positivo ante la mansedumbre? ¿Cómo disculpar el fracaso ganadero de un exitoso empresario en otros campos? Ni yendo en peregrinación a la Villa regresa la bravura a la Plaza México, ni bautizando con piadosos nombres a los toros de Begoña −propiedad de Alberto Bailléres, dueño de la empresa del coso de Insurgentes y de las principales plazas del país−, como Prodigioso amor, Amor guadalupano, Milagros de amor, Amor inspirador, Amoroso santuario o Río de amor, porque la bravura, parece recordarnos la indiferencia virginal, lejos de ser un milagro entraña un compromiso laico con la deidad táurica, con la dignidad animal del toro de lidia a partir de una vigilancia escrupulosa de la sangre y de las cruzas, no para que se toree bonito sino para que el encuentro sacrificial entre toro y torero pueda tener trascendencia.
Luego de 23 años sin venir a la Plaza México, el ganadero de Begoña no quiso hacerle sombra a su socio Xavier Sordo, el ganadero de Xajay, que el domingo anterior tampoco logró detener la estampida de mansedumbre que caracteriza a la actual temporada sino que, solidario, superó el descastamiento de cuanto se ha presentado en el serial.
Los toros no tienen palabra de honor
, dice el lugar común para disculpar sonoros petardos ganaderos, pero sus criadores deben concentrarse más en el campo y menos en la ciudad y tratar de igualar los éxitos extrataurinos con los triunfos en el ruedo.
Ante menos de media entrada hicieron el paseíllo el tlaxcalteca Sergio Flores (28 años de edad, siete de alternativa y 24 corridas toreadas en lo que va de 2019), el limeño Andrés Roca Rey (23 años, cuatro de matador y 22 tardes, ya que debió tratarse una grave lesión en las vértebras cervicales luego de una maroma en la Plaza de Las Ventas, en mayo pasado, interrumpiendo más de cuatro meses su actividad) y el prometedor hidrocálido Luis David (21 años, tres de alternativa y la friolera de 50 festejos, 33 en México y 17 en ruedos españoles).
Mansedumbre y petardos
Por toriles salieron siete mansos perdidos, el último sustituyó al sexto, en el peor petardo que haya pegado la autoridá de la Benito Juárez. La mayoría de las reses recibieron un pujal o puyazo fugaz en forma de ojal, pero el sexto, luego de tres pujales en los que se escupió de la suerte y finalmente una vara, el juez Jorge Ramos y su asesor técnico, Juan Vázquez, fastidiados o incluso aburridos con la falta de casta de los animales, decidieron superar lo padecido hasta entonces.
El juez Ramos primero ordenó, acertadamente, que sobre el lomo del infeliz Río de amor se colocaran banderillas negras como penalización a tan desafortunado encierro, pero el herradero alcanzó dimensiones mayúsculas cuando el primer par de negras se cayó; el segundo, quizá por indicaciones de la alarmada empresa, fue de color blanco, otro banderillero dejó un solo palo negro y por último quedó un par de negras. Para entonces el ruedo estaba tapizado de cojines, no obstante la petición de la empresa al público de no arrojar cojines al ruedo. Finalmente el citado juez ordenó −¿por órdenes de quién?− que se cambiara el toro luego de que había sido picado y banderilleado.
Flores logró rogarle
algunos muletazos a su tardo primero y escuchó un aviso luego de tres pinchazos. En su segundo consiguió minitandas de tres y el remate, pinchó antes de una estocada contraria y trasera y escuchó pitos cuando recibió pueblerina oreja.
Roca Rey y Luis David anduvieron dispuestos, sin poder evitar que la tarde resultara un rotundo fracaso. Ah que los antitaurinos de dentro.