LOS 10 PRINCIPALES LIBROS Tariq Ali (*) Cien años después de la Revolución Rusa, la historia, según la mayoría de los historiadores, había emitido su veredicto. Octubre de 1917 había sido relegado a un pasado que jamás se repetiría, igual que los carromatos que transportaban a los prisioneros al cadalso en París en 1793 o la ejecución pública de Carlos I afuera del palacio de Westminster. La historia no se repite, ni siquiera como farsa, pero sus ecos permanecen. Lo que quise hacer en Los dilemas de Lenin: terrorismo, guerra, imperio, amor, revolución, fue poner a Lenin en el contexto histórico apropiado como un consumado estratega político y pensador de gran talento que dominó la formación del siglo pasado, más que cualquier otra figura política. Lograr esto significó estudiar en detalle las dos corrientes de pensamiento político –el anarco-terrorismo y la democracia social europea– que Lenin absorbió y trascendió para crear una nueva síntesis. No fue ni un santo ni un déspota totalitario, los dos papeles que se le asignaron después de su muerte, en 1924. Oculto bajo el caos y la miseria de la horrenda guerra civil entre los ejércitos Blanco y Rojo (este último apoyado por Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y sus aliados) estaba el entramado de la razón. Lenin nunca perdió de vista este entramado y en sus años finales, baldado por un infarto y confinado a su estudio, regresó con vigor para denunciar los fracasos de su propio bando, e insistió en que si la revolución no se sometía a renovación constante, fracasaría. “Un bolchevique que no sueña es un mal bolchevique”, repetía a menudo. Su propio sueño era un Estado que siguiera el modelo de la derrotada comuna de París de 1871. Ese sueño fue el trasfondo de mi novela Temor de los espejos, que comencé a escribir poco después de la caída del Muro de Berlín (y publicada en inglés recientemente por Verso). En las décadas siguientes, las tragedias de la Revolución jamás abandonaron mi mente del todo, porque octubre de 1917 había sido un suceso formativo para mi generación, y sus fantasmas acecharon en las calles de París, Saigón y Praga en 1968. Releer la historias de 1917 y los propios escritos de Lenin sin intención instrumentalista produjo muchas evocaciones y momentos de descubrimiento. De las cuatro obras que considero indispensables, dos fueron escritas por rusos y dos por estadunidenses. Todas las obras siguientes son útiles para ensanchar nuestro entendimiento. 1. Historia de la Revolución Rusa, de León Trotsky Este apasionado relato, partisano y bellamente escrito por un destacado protagonista de la revolución durante su exilio en la isla de Prinkipo, en Turquía, sigue siendo uno de los mejores recuentos de 1917. Ningún contrarrevolucionario, conservador o liberal, ha sido capaz de competir con esta narración. 2. The Russian Revolution, 1917: A Personal Record, de Nikolái Sujanov Este libro era de lectura necesaria para todos los primeros historiadores de la revolución. Sujanov, menchevique de izquierda, hostil a Lenin, estuvo presente en Petrogrado tanto en febrero como en octubre. Es uno de los pocos testigos presenciales –si no el único– confiables que registraron la llegada de Lenin a la estación Finlandia y lo acompañaron al cuartel bolchevique una hora después. En su relato de la revuelta de febrero, lleno de desdén por su propia causa, trasluce su estilo de escritura: “Martes, 21 de febrero de 1917. Estaba sentado en mi oficina en la sección del Turquestán (del Ministerio de Agricultura). Detrás de un cancel, dos mecanógrafas chismeaban sobre las dificultades para conseguir comida, peleas en las colas de las tiendas, inquietud entre las mujeres, un intento de irrumpir por la fuerza en un almacén. ‘Sabes’, declaró de pronto una de ellas. ‘Si me preguntas, es el principio de la revolución’. Esas muchachas no entendían lo que es una revolución. Y tampoco les creí.” 3. Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed Un radical estadunidense de la costa este, con aires de bucanero, enviado a cubrir la revolución, es hipnotizado por ella y sus notas se combinan para formar un libro que tuvo enorme impacto en Estados Unidos y más allá. Décadas más tarde, Warren Beatty lo convirtió en una película, Rojos, cuyas secciones más electrizantes son las apariciones de testigos que habían conocido a Reed. 5. A través de la Revolución Rusa, de Albert Rhys Williams Williams estaba ya en Petrogrado cuando llegó Reed, y sirvió de tutor apaciguador a su colega, más frenético y activista. En cierta forma su libro es un trabajo más sólido, favorecido por varias conversaciones con Lenin y otros bolcheviques, así como con sus opositores. 5. Año Uno de la Revolución Rusa, de Victor Serge Fue la primera obra no literaria de Serge, compuesta a finales de la década de 1920 y, en su propia expresión, “en fragmentos disgregados que podrían completarse por separado y enviarse al exterior pasado el apresuramiento”. El libro es un testimonio de la popularidad de la revolución, y también de las duras necesidades impuestas al Petrogrado Rojo, confrontado con la contrarrevolución Blanca. Serge trabajaba en el Año Dos cuando se le permitió salir de la Rusia estalinista, en 1936. La policía secreta decidió conservar su manuscrito y el de una novela completa; ambos desaparecieron de sus archivos. 6. Lunacharski y la organización soviética de la educación y las artes (1917-1921), de Sheila Fitzpatrick Un recuento fascinante de una institución que implantó las políticas culturales y educativas de la revolución después de 1917. El comisario era Anatoli Lunacharsky, quien se describió un tanto exageradamente como “un bolchevique entre intelectuales y un intelectual entre bolcheviques”, dado que el Comité Central estaba dominado por intelectuales: Lenin, Bujarin y Trotsky, por nombrar unos cuantos. 7. Autobiografía de una mujer emancipada, de Alexandra Kollontai Kollontai, acérrima opositora a la Primera Guerra Mundial, rompió con los moderados que apoyaban la conflagración y se unió a los bolcheviques; llegó a ser una figura vital en el movimiento de liberación femenina, por el cual luchó toda su vida. Fue la primera mujer de la historia en ser nombrada embajadora en Noruega y escribió: “Me di cuenta de que había obtenido una victoria no sólo para mí, sino para las mujeres en general (…) Cuando me dicen que es en verdad notable que una mujer haya sido designada para un cargo de tanta responsabilidad, siempre me parece que en el análisis final (…) lo que tiene especial significado es que una mujer como yo, que ha ajustado cuentas con la doble moral y jamás lo ha ocultado, fuera aceptada en una casta que hasta hoy sostiene tercamente la tradición y la seudo moralidad”. 8. El Populismo ruso, de Franco Venturi Una vez que obtuvo acceso a archivos sellados en Moscú que contenían documentos del anarco-terrorismo o referentes a él, Venturi hizo buen uso de ellos. Si bien lo entristecía que estuvieran vedados para sus colegas soviéticos, produjo una obra maestra histórica acerca de los predecesores de los bolcheviques. 9. Towards the Flame. Empire, War and the End of Tsarist Russia, de Dominic Lieven El primer capítulo por sí solo explica por qué la revolución tenía que llegar. Un recuento magistral de un imperio en decadencia y un zar “que creó en el centro de la toma de decisiones un hoyo que fue incapaz de llenar”. 10. La tarea del proletariado en la revolución actual/Tesis de abril, de Vladimir Ilich Lenin En tiempos de crisis, Lenin exponía su pensamiento en la forma condensada de tesis que eran explícitas, directas y concisas. Detestaba malgastar palabras. En las Tesis de Abril argumentó en favor de una revolución socialista contra la “ortodoxia marxista”. Fue el éxito de este enfoque político con la masa de trabajadores lo que inclinó a una mayoría de electores urbanos hacia los bolcheviques. El éxito de Lenin globalizó el marxismo, y el Manifiesto Comunista se convirtió en el texto más publicado después de la Biblia. (*) La edición en español de su último libro, Los dilemas de Lenin, publicado por Alianza editorial aparecerá el próximo 7 de noviembre. Asistirá a la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Traducción: Jorge Anaya |