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Vox Libris
El inconcebible universo
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Portada del libro del periodista José Gordon
Periódico La Jornada
Domingo 28 de mayo de 2017, p. a16

Y vi el agujero donde caía el conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Al internarme en el fondo de ese hoyo vi que desembocaba en un túnel donde se abría una puerta; y vi los vasos comunicantes entre todos los mundos. Todo ocurría instantáneamente. Todo estaba interconectado: el yo del poeta era el yo del lector. Cuando se tocaba una flor se perturbaba una estrella.

Cuando en el mundo subatómico una partícula se ha interrelacionado con otra, ¿se siguen comunicando a pesar de la distancia que impide una vinculación inmediata? A Albert Einstein no le gustaba esta idea.

En 1935, junto con Boris Podolsky y Nathan Rosen, propuso una paradoja (conocida como EPR, por las iniciales de los científicos involucrados) que pretendía demostrar que la teoría cuántica era incompleta. ¿Se podría realizar un experimento que mostrara que dos partículas que han interactuado entre sí se siguen afectando a pesar de que se separen para siempre? Esto es como decir que medir u observar lo que le pasa a una partícula repercute en el estado de la otra a pesar de que se encuentren a miles de kilómetros de distancia. Einstein consideraba que esto era imposible, ya que implicaba lo que llamó una acción fantasmagórica a distancia. La paradoja, en realidad, era una crítica a los efectos de la observación en lo observado, planteados por la física cuántica, y a la idea de que podían existir fenómenos de interrelación no locales.

Sin embargo, en 1982 el físico Alain Aspect realizó un experimento que demostró que, efectivamente, las partículas pueden estar vinculadas en un nivel que rebasa los límites de los efectos locales. A ese fenómeno se le conoce como entrelazamiento cuántico. Existe una canción mexicana, un bolero, que consigna esta realidad: Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esta razón. Cuando las partículas se han dado la mano, si han estado en contacto entre sí, aunque se les separe a miles de kilómetros de distancia pueden seguir entrañablemente unidas. El físico Alberto Güijosa, a modo de ejemplo, plantea una analogía con guantes cuánticos:

Si tomamos un par de guantes y mandamos uno a China y otro a Argentina, cuando abrimos la caja en Argentina y descubrimos que tenemos ahí el guante izquierdo, de inmediato sabemos que el guante en China es el derecho.

Lo sorprendente, dice Güijosa, es que un guante cuántico podría estar indeciso: ¿es derecho o izquierdo? La decisión se toma al azar sólo cuando hacemos la medición adecuada. Sin embargo, a pesar de que en Argentina (al hacer muchas veces el experimento con guantes idénticos) obtenemos una secuencia aleatoria de guantes derechos o izquierdos, y en China (por separado) se genera una secuencia igualmente aleatoria, lo milagroso del entrelazamiento es que la indecisión puede estar compartida de tal modo que siempre que obtenemos izquierdo en Argentina inevitablemente obtenemos derecho en China.

Aunque el entrelazamiento del mundo cuántico no es observable a nivel macroscópico, no deja de ser inquietante que los átomos que forman nuestros cuerpos –los materiales sutiles de los que estamos hechos– puedan estar profundamente vinculados.

En otro giro de esta historia entrañable, se estableció que el entrelazamiento cuántico tiene una correspondencia sorprendente con la Teoría de Cuerdas. En 2013, Juan Maldacena y Leonard Susskind siguieron desarrollando un diccionario que conecta el lenguaje del mundo que vemos, descrito por partículas y campos, con el mundo de múltiples dimensiones de la Teoría de cuerdas. Como resultado de su trabajo, vislumbraron una nueva entrada del diccionario, que, curiosamente, tiene que ver con una idea también desarrollada por Einstein, quien junto con Nathan Rosen, propuso lo que se conoce como el puente de Einstein-Rosen (ER), que permite –a nivel teórico– comunicar dos regiones diferentes del espacio-tiempo a través de un túnel que es una especie de atajo. Esto es lo que hoy se conoce como un agujero de gusano.

Lo que Maldacena y Susskind encontraron es que, muy inesperadamente, ER y EPR parecen ser entradas equivalentes en el diccionario. Lo que argumentaron teóricamente es que un agujero de gusano, que implica la conexión de dos agujeros negros en el modelo de cuerdas, tiene una correspondencia con el entrelazamiento de partículas en nuestro mundo de tres dimensiones. Así, dos modelos que hablan de unidad, de una correlación muy básica (uno en el espacio-tiempo, el otro entre partículas), están conectados: la unidad de la unidad.

El físico Gerardo Herrera no deja de sorprenderse ante estos escenarios. Se adentra en el sueño del campo unificado: Es la idea de que estamos unidos, de que venimos de un solo punto en donde todos éramos uno y lo mismo. Efectivamente, ése es el sueño. Todavía estamos muy verdes en el intento de entenderlo. Alrededor de la conjetura de Maldacena hay una gran cantidad de ideas que marcan una vertiente: hay una geometría abierta con varias dimensiones, hay un universo con muy altas simetrías, llegan mucho más allá de lo que habíamos concebido. Puede ser que no sea como lo estamos pensando, pero creo que va por ahí. La física de hoy va más allá de la imaginación.

El físico Alberto Güijosa también se asombra ante los escenarios que proponen los nuevos diccionarios de la ciencia: Nos pintan un retrato muy inesperado, muy distinto al que estábamos acostumbrados respecto a nuestro universo, en donde estamos entretejidos a un nivel más profundo de lo que habíamos pensado.

La poesía ya atisbaba, desde otro mirador, un inquietante sentido de unidad. En el poema Canto de mí mismo, Walt Whitman se dirige al lector intuyendo que se va a encontrar con él (contigo) en el fondo del yo:

Yo me celebro y yo me canto,/ Y todo cuanto es mío también es tuyo,/ Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

Hoy diríamos que los átomos de nuestros cuerpos pueden estar entrelazados a nivel cuántico. En el prólogo del libro Hojas de Hierba de Whitman, traducido por Borges, el escritor argentino dice que el autor resolvió ser infinito. Cuando Whitman canta en primera persona suma al lector, el cambiante y sucesivo lector. Lo que ve Whitman también lo ve el lector. Es el mismo yo:

Yo veo girar una inmensa y maravillosa esfera a través del espacio,/ Yo veo diminutas granjas, aldeas, ruinas, cementerios, cárceles,/ usinas, palacios, cabañas, chozas de bárbaros, tiendas de nómadas sobre la superficie,/ Yo veo, de un lado, la parte sumida en las sombras, donde duermen los dormidos, y del otro lado la parte iluminada por el sol.

Al describir el Aleph, Borges utiliza el mismo recurso de Whitman. En vez de decir Yo veo, Borges dice Vi y enumera, como Whitman, un catálogo limitado de un sinfín de cosas. En esta frase de Borges se revela una estrategia poética para ofrecer la sensación de asomarnos a todo el universo con un simple puñado de palabras. Esto es lo que hace la ciencia, a su manera, con ecuaciones. Sin descartar la complejidad del mundo, se revelan los hilos de la unidad.

La escritora Alicia Molina me contó una historia en donde podemos apreciar ecos de la búsqueda de Whitman en la vida cotidiana. Estaba en una panadería cuando escuchó a una mujer que decía: “Yo paso a la farmacia y en seguida regreso”. Su hijo, un niño de cuatro años la miró sorprendido y le dijo: “¿Entonces también eres yo?” La palabra yo, que creía exclusiva para sí mismo, también podía ser pronunciada desde otro cuerpo, desde la persona que llamamos tú.

Y vi a Walt Whitman que platicaba con Borges. Y vi a un niño que los observaba desde un agujero de gusano. Reía porque estaba, al mismo tiempo, en los dos lados del túnel cósmico y dentro del yo de Whitman y de Borges, en el reino de pronombres enlazados.

Un viejo sueño cruza los cerebros de Albert Einstein, Edward Witten y Stephen Hawking; también los de Walt Whitman, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Es el sueño de que, más allá de las apariencias, todas las expresiones y fuerzas de la naturaleza podrían estar unificadas.

En este fascinante ensayo, el escritor José Gordon nos interna en el ejercicio de la imaginación que realizan ciencia y literatura, con sus respectivos instrumentos, para tratar de sondear un universo que desafía todas nuestras nociones.

Con ilustraciones de Patricio Betteo, este libro, El inconcebible universo: sueños de unidad, nos lleva a un viaje poético y científico de múltiples cuerdas y dimensiones que se quedarán vibrando en la imaginación del lector.

Con autorización del autor, y de editorial Sexto Piso, ofrecemos a los lectores de La Jornada un adelanto de este libro, que se consigue en la Librería de La Jornada (avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac).

libros@jornada.com.mx