na vez pasados el jolgorio del gran cumpleaños, los ríos de confeti y las piñatas, las palabras vertidas en estos días de jubileo superarán numéricamente, por mucho, las que necesitó Juan Rulfo para que siguiéramos hablando de él y, lo más importante, que lo sigamos leyendo. De este coro de comentarios, anécdotas, análisis, paráfrasis, parodias, interpretacio-nes, exhumaciones y adapta- ciones exóticas en que por antojo o por encargo nos embarcamos los que nos dedicamos a esto, ¿cuántas de nuestras pobres exégesis habrán agregado lustre a una sola pluma del gallo de oro en que lo tenemos convertido? Escuchamos, muerto, al que vivo aprendió a escuchar a los muertos y lo dejó dicho en páginas donde cada párrafo es nuevo aunque lo conocemos desde siempre. Las generaciones mexicanas que celebramos el centenario de Rulfo lo leímos en la escuela como parte de los programas de bachillerato. En Internet han de abundar resúmenes y cuadros de síntesis para las tareas, como ocurre con otros autores.
Pero algo hay en Rulfo que no se olvida. ¿El hechizo de sus murmullos
? ¿La historia de fantasmas más real que la vida real? Hace años rebasó el millón de ejemplares, algo inusual entre nosotros. Y todo aquel que lea en esta vida volverá tarde o temprano a Pedro Páramo y El llano en llamas, que muchos aseguran que los han acompañado siempre; algunos resisten la tentación del parricidio literario para no quemarse con los cuates. Las historias del Juan nuestro de cada día, y la forma con que les dio fondo, resuenan y nos gustan tanto a todos que ese es el mayor consenso nacional en literatura, y no sólo porque los mexicanos seamos hijos de Pedro Páramo (o de la Chingada, según la teoría de Octavio Paz). Pedro Páramo es quizá la única obra mexicana que, sin remilgos ni cuotas culturales, pertenece a todas las literaturas del mundo. No sólo nosotros tenemos cosas que decir de Rulfo.
Por ejemplo, la exigente y provocadora Susan Sontag escribía, ya en 1994: “La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura mundial del siglo XX, sino uno de los libros con mayor influencia; de hecho, sería casi imposible subestimar su impacto en la literatura en castellano de los pasados cuarenta años. Pedro Páramo es un clásico en el sentido más verdadero. Es un libro que parece, en retrospectiva, que tenía que ser escrito. Un libro que ha afectado profundamente la creación literaria y sigue resonando en otros libros”.
Se trata de un caso único de intimidad colectiva. La novela no deja intacto a ningún lector. Cada quien guarda y cultiva su Rulfo, llegando a delatar el solipsismo hoy tan en uso en el mundo cultural: es importante en la medida en que es o fue importante para mí. Al fin que la Rulfiada está más allá de nosotros. Sus dos o tres libritos alcanzan para todos. ¿Quién que lee no le a Rulfo?
En el contexto abrumador de la efeméride, ¿qué tan significativa es la aparición de Pedro Páramo en náhuatl? Para empezar, tomó 60 años de rediciones y traducciones urbi et orbi para que la novela más importante de nuestras letras llegara a una lengua mexicana, a la que tiene más hablantes. Gracias a Victoriano de la Cruz Cruz, autor y traductor originario de la Huasteca veracruzana, la pieza central de la literatura nacional cruzó la barrera de la discriminación cultural y regresa a una de sus fuentes principales, como Faulkner u Onetti. Esto lo enfatiza Heriberto Yépez en su prólogo a la edición español-náhuatl (Editorial RM & Fundación Juan Rulfo, México, 2017): Al traducirlo a una lengua indígena, podemos recuperar voces, formas de decir, que Rulfo escuchó en español, pero que venían de las lenguas indígenas
. No sólo por sus nahuatlismos castellanizados como nixtenco
o molcates
. La traducción, cuyos lectores, prevé Yépez, también leen la novela en el original, la descubrirán en su lengua materna: Acerca a Rulfo a una parte crucial de sus voces
. Las famosas primeras líneas (Vine a Comala porque me dijeron...
) se leen ahora: Niahcico Comala ipampa nechilhuihqueh nican nemiyaya notah ce tlacatl Pedro Páramo
.
Esta edición abre camino para enriquecer la naciente escritu- ra en lenguas mexicanas. En todo el mundo existen traducciones de obras extranjeras que se incorporan a otras literaturas. Respecto a las lenguas originarias, un precursor traductor fue Macario Matus, llevando al zapoteco poetas castellanos y franceses. O tenemos a la autora ñuu savi Celerina Sánchez, poniendo en su lengua una antología de textos mexicanos que preparó Lauro Zavala. Por lo pronto, Pedro Páramo ya pertenece al náhuatl. Otras apropiaciones vendrán. Quién hubiera dicho que éste sería el Rulfo del siglo XXI. Ni él lo hubiera imaginado.