La exclusión de la candidata rusa por Ucrania, país anfitrión, uno de los ejemplos
Viernes 12 de mayo de 2017, p. a10
París.
El concurso Eurovisión, concebido como un símbolo de la unidad europea y celebrado por primera vez en Suiza en 1956, se volvió con el tiempo una caja de resonancia de las rivalidades nacionales, ilustradas este año por las diferencia entre Ucrania y Rusia que llevaron a la exclusión de la candidata rusa.
Ucrania, país anfitrión este año, prohibió la entrada a su territorio de la representante de Rusia, Yulia Samoilova, debido a que la carismática artista en silla de ruedas celebró un concierto en la península de Crimea, antiguo territorio de Kiev, anexado a Rusia. Moscú reaccionó con indignación y dijo que no participaba en la competencia.
Ya en mayo de 2016, en la edición celebrada en Estocolmo, la crisis entre Rusia y Ucrania fue el convidado de piedra, sobre todo con la victoria de la representante de Kiev, Jamala, una tártara de Crimea que escogió como tema para el concurso 1944, que hablaba de la deportación de su pueblo por las autoridades soviéticas en la Segunda Guerra Mundial.
Trágico capítulo de la era soviética
La canción fue inspirada en las historias que le contaba su bisabuela, que vivió este trágico capítulo de la era soviética. Rusia, que había anexado a su territorio Crimea en marzo de 2014, había protestado y varios altos cargos en Moscú denunciaron que fue una victoria política
, a expensas del candidato ruso Serguei Lazarev, quien era el gran favorito.
Dos años antes, en plena crisis, el candidato a la alcaldía de Kiev, Vitali Klichkó, había llamado a los europeos a votar por su país como muestra de solidaridad. Los candidatos rusos recibieron silbidos y la victoria de la mujer barbuda austriaca Conchita Wurst, fue interpretada como un gesto contra el presidente ruso, Vladimir Putin, quien la había criticado.
En varias ocasiones, para evitar tensiones políticas, los participantes fueron invitados a modificar o a cambiar las canciones. En 2015, el título del tema de Armenia Don’t Deny (No lo nieguen), considerado una alusión demasiado directa para Turquía, que no reconoce como genocidio las masacres de los armenios en 1915, fue rebautizado como Face the Shadow (Frente a las sombras).
En 2009, menos de un año después del conflicto entre Rusia y Georgia, los organizadores exigieron al grupo de Tiflis Stephane&3G que reformulara la canción We Don’t Wanna Put In, crítica no velada al presidente Putin. Georgia se negó y no participó. Dos años después, Israel logró que sus representantes cantaran Push the Button” (Aprieten el botón), que fue leído como una invitación a bombardear Irán.
En la edición de 2005, el grupo ucraniano Greenjolly tuvo que matizar las letras de su canción Razom nas bagato (Juntos somos numerosos), himno de la Revolución Naranja, que colocó a la oposición prooccidental en el poder.
La lista de los incidentes diplomáticos por las lecturas de los temas que compiten en Eurovisión puede seguir casi hasta el infinito, desde el boicot de Austria al concurso organizado en 1969 por la España de Franco, al rechazo de Armenia de participar en la edición de 2012, con Azerbaiyán como anfitrión.