a festividad del Ramadán, que terminó ayer y conmemora la revelación del Corán al profeta Mahoma, en el siglo séptimo de nuestra era. Normalmente, se observa con ayunos que se rompen al anochecer, actos de caridad y peregrinaciones a La Meca. Por desgracia, este año el Ramadán fue también observado por terroristas islamitas que realizaron cinco atentados, horribles tanto por la calidad humana de sus víctimas como por la jiribilla política con que se perpetró cada uno. Y todo porque a fines de mayo, antes de que comenzara el mes de ayunos, el Estado Islámico llamó a sus fieles a hacer del Ramadán un mes de dolor para los infieles en todas partes
.
El primer atentado, muy comentado ya por su cercanía geográfica, y por la identidad latina y gay de sus víctimas, fue el ataque al club nocturno Pulse, de Orlando, cometido por un islamita estadunidense, Omar Mateen, hijo de un migrante afgano que en sus declaraciones sobre los crímenes de su hijo consideró que Omar se equivocó trágicamente, porque los gays deben ser castigados por Dios y no por los hombres. Ese ataque dejó 50 muertos, con algunos mexicanos entre ellos.
En el plano político, el ataque de Orlando incidió en la contienda electoral estadunidense, de modo favorable a Hillary Clinton, por la torpeza momentánea de Donald Trump, pero la verdad es que no sabemos aún cuál habrá sido el efecto del atentado de aquí a las elecciones de noviembre, para empezar porque en la semana pasada hubo cuatro nuevos atentados, no menos horrorosos que el de Orlando, ni menos cargados de implicaciones políticas, ejecutados en distintos puntos estratégicos del orbe: Turquía, Bangladesh, Irak y Arabia Saudita.
El martes 28 de junio hubo bombazos en el aeropuerto Ataturk de Estambul, uno de los de mayor tráfico de Europa, y un punto de orgullo del régimen modernizador. Allí mataron a 41 personas y dejaron decenas de heridos. Por su parte, el gobierno islamita de Erdogan quedó también en situación difícil. Hasta hace poco tiempo, Erdogan había permitido discretamente que el Estado Islámico transitara y usara el territorio turco, ya que compartía con ese movimiento la antipatía tanto por el gobierno de Bashar Assad en Siria como respecto de los kurdos. Sin embargo, la situación internacional hizo insostenible ese margen de tolerancia o apoyo de Turquía al Estado Islámico, y le ha cerrado los márgenes de tolerancia. Ahora Erdogan enfrenta una situación volátil, con tensiones étnicas, políticas y religiosas.
Después, este sábado hubo otro ataque, también orquestado por el Estado Islámico, ahora en la Holey Artisan Bakery, conocido café en Dacca (Bangladesh), donde los atacantes se atrincheraron por horas, ejecutando rehenes hasta que el ejército por fin se animó a entrar, al costo que fuera. La Holey Bakery tenía bastante clientela extranjera. Los atacantes obligaron a los rehenes a recitar fragmentos del Corán para distinguir fieles
de infieles
, y así escoger a los que se iba a matar. Así fue como asesinaron a nueve italianos, siete japoneses, un estadunidense, un hindú y a dos bangladesíes.
Al otro día, domingo 3 de julio, una serie de bombazos acabó con 143 personas en el centro de Bagdad; muchas de ellas eran niños. Las bombas explotaron cerca de un edificio comercial repleto de familias que habían ido a celebrar el final del año escolar. El ataque magulló además el prestigio del primer ministro Haider al-Abadi, chiíta, quien celebraba la retoma reciente de la ciudad de Faluyá de manos del Estado Islámico. Poco le duró el gusto. En este caso, como en tantos otros, el Estado Islámico buscó minar el poder político chiíta.
Finalmente, este pasado lunes hubo también bombazos en tres ciudades de Arabia Saudita, uno cerca del consulado estadunidense en Jida, otro en una mezquita chiíta, y el tercero en un puesto de vigilancia en la ciudad sagrada de Medina. A la hora de escribir este artículo todavía no se conocía el número de muertos, pero el mensaje político para Arabia Saudita era ya bastante claro: la distancia que ese gobierno quizo poner frente al islamismo sunita no pasará sin respuesta de los radicales, que harán lo posible por acrecentar las tensiones entre sunitas y chiítas, por alejar al gobierno saudita de Estados Unidos, y sobre todo por dejar en claro que tienen la capacidad de desordenar la gran peregrinación anual a La Meca, hecho que quedó patente en el bombazo en la ciudad sagrada de Medina.
Después del ataque en Orlando hubo una discusión importante respecto de la homofobia en varias comunidades musulmanas de Estados Unidos. Esa clase de discusión y reacción tendrá que ser magnificada, ampliada a toda una serie de temas, y retomada en todo el mundo islámico, con carácter de urgente. ¿O se permitirá acaso que, en nombre de la revelación del Corán, el Ramadán de 2017 vuelva a ser una ocasión para matar niños, como en Bagdad, gays, como en Orlando, italianos y japoneses, como en Dacca, y guardias, como los de Medina?