Messi, en la trilogía de las leyendas
Osorio pende de un hilo
ara aquellos que acostumbran jugar futbol en el Play Station –además de patear una pelota en el campo, barrio o cancha de futbol rápido– no hay duda que Lionel Messi es la máxima leyenda de este deporte. El problema surje cuando en la discusión entran quienes vieron, además de a Leo, a Pelé y Maradona.
Los adjetivos para Messi son interminables y la mayoría coincide en que se trata de un futbolista de otro mundo: Lionel es el único con capacidad para jugar en el Planeta Messi. Algunos le critican que le falta dar el paso grande –llevar a Argentina a conquistar un Mundial, como lo hicieron el brasileño y el Pelusa–, lo que podría sonar lógico en un principio, pero al final resulta injusto ante las pinceladas de arte que el rosarino ha regalado a los privilegiados que nos ha tocado observarlo.
Más allá del orden en que podrían ser colocados, todos coinciden en que son los que mejor han sabido dominar una pelota.
A Edson Arantes do Nascimento se le critica que jugó en una época en que le daban un metro para realizar sus jugadas –aunque las patadas que le tiraban ahora serían de roja directa–, pero los que lo vieron de cerca (como don Nacho Trelles) opinan que era un portento de fuerza, rapidez y habilidad, de golpeo con las dos piernas y que también sabía cabecear. Lo tenía todo.
Esta semana se cumplieron 30 años de La mano de Dios y el Gol del siglo. Los dos en un mismo partido y creados por el mismo genio. Cuando terminó el Mundial 1986, un diario de la ciudad de México tituló con grandes letras: Es tuya Diego, sólo tuya
. Y es que esa Copa lleva tatuada a Maradona.
Jorge Valdano, uno de los filosófos del balompié, ha destacado que lo de Diego Armando es inigualable: venció a Inglaterra 4 años después de la guerra de Malvinas, primero con una picardía muy propia del llano y luego un tanto con una calidad que parecía insuperable... hasta que años después Messi anotó un gol similar.
Lo de Maradona trascendió una cancha y le dio a los argentinos una venganza futbolera por lo que había sucedido en la guerra con los ingleses.
Que la Copa América haya coincidido algunos días con la Eurocopa sirvió también para la comparación. No faltan los que aseguran que el balompié europeo es mucho mejor que el de América. Y argumentan con la velocidad, verticalidad y el implacable juego aéreo. Sin embargo, algunos partidos de esta competencia han sido soporíferos y otros sólo se han salvado por ser emocionantes en los últimos cinco o 10 minutos.
El duelo por el tercer lugar de la Copa América Centenario resultó nivelado y emotivo. Colombia copó el podio para Sudamérica, mientras Estados Unidos otra vez fue el mejor de la Concacaf en un torneo oficial, con lo que otra vez quedó demostrado que el llamado Gigante del área ya no es el Tri.
A nivel local, los directivos ratificaron a Juan Carlos Osorio. En solitario, Guillermo Cantú ofreció una conferencia de prensa en la que se ganó el apodo de Cantunflas. De lo poco que se le entendió, entre dudas y contradicciones, fue que con el 7-0 sufrido ante Chile se pensó en la destitución del colombiano, que hubo gritos en las negociaciones y que el técnico aceptó ya no realizar tantos cambios en algunos encuentros.
Unos dicen que es continuidad, otros que continuismo, pero en un Tricolor que devora técnicos parece adecuado continuar con la labor del técnico de la libreta y las dos plumas.
Osorio se muestra como una persona tranquila, que expone correctamente sus ideas tácticas, que hace exámenes de estrategia a sus pupilos, pero quedan dos imágenes de sus últimos días: discutiendo con Santiago Baños, director de selecciones nacionales, y observando a un enfurecido Rafa Márquez dirigiéndose a él con el puño cerrado.