Nada ha cambiado
Lunes 27 de junio de 2016, p. 7
Una de las salas de la exposición Imágenes para ver-te: una exhibición del racismo en México muestra trozos de piel humana con tatuajes, provenientes de personas que murieron en prisión, entre otras piezas que explican una idea que cobró auge en el siglo XIX: que los criminales nacen y no se hacen.
Había teorías que afirmaban contar con pruebas contundentes y aseguraban que era posible distinguir a los delincuentes natos por los rasgos del rostro, que el comportamiento criminal era resultado de una suerte de reaparición de rasgos primitivos en la sociedad europea, y que éstos eran comunes en las razas poco evolucionadas, como negros e indios
, señalan las cédulas elaboradas por el curador César Carrillo.
La información explica que la influencia de esas ideas en el mundo entero fue tal, “que países como Estados Unidos las integraron en su política de inmigración. Los estudios efectuados en México en ese entonces no escaparon a tal influencia.
“Como muchos médicos y científicos daban por hecho que los indígenas eran primitivos, ya fuera por ser poco evolucionados o degenerados, se decía que en ellos se encontraba aún latente y resurgía el comportamiento de los pueblos mesoamericanos antiguos, considerados sanguinarios por practicar el sacrificio humano, costumbre ritual vista totalmente descontextualizada, reducida a una simple matanza efectuada por mero fanatismo.
“Que las cárceles estuvieran llenas de indígenas y sus descendientes, como todavía sucede hoy día en buena parte del país, parecía normal a ojos de dichos científicos y de la élite gobernante, y así aparecía en la prensa de la época. De la misma forma se presentaban las campañas para controlar las regiones indígenas que se oponían a la expropiación de sus tierras, se hablaba de ellas como una necesidad apremiante para civilizar a los bárbaros que se oponían al ‘progreso’ del país, y se argumentaba que con tales pueblos salvajes no era posible más que el empleo de la fuerza, pues lo pedía su naturaleza, irracional y sanguinaria, justificando así las guerras de exterminio que el supremo gobierno emprendía en su contra.”
Algunos visitantes se quedan en silencio frente a estas palabras. Nada ha cambiado
, lamenta Jorge, estudiante de bachillerato, mientras observa los 43 papalotes elaborados por el artista Francisco Toledo, estampados con los rostros de los 43 normalista de Ayotzinapa desaparecidos hace 21 meses.
“Nada ha cambiado… y falta la matanza de Nochixtlán”, dice casi en susurro su acompañante, Laura, quien al salir de las salas comenta que la exposición les deja muchas ideas para reflexionar pero, sobre todo, mucho por hacer para dejar de ser racistas en México
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