ace unos años, el Museo del Louvre hizo una exposición de piezas maestras de arte primitivo, primario o primero. Se trataba de anticipar lo que después sería el Museo del Quai Branly, que recoge muestras de varios recintos, entre ellos el del Hombre, recientemente renovado, el Oceanía y de las Colonias, ya desaparecido.
Como quiera, la pieza emblemática de aquella exposición fue la Venus de Chupícuaro, que provenía de un yacimiento muy antiguo –del año 800 aC al 200 dC– asentado en un valle guanajuatense, que actualmente está anegado por las aguas de la presa Solís.
La figurilla expuesta en el Louvre y que ahora figura como el emblema del Museo del Quai Branly es de terracota y representa a una mujer tatuada, desnuda y frontal. Una venus de cuerpo cuadrado, piernas gruesas, caderas anchas, abdomen un poco abultado y pechos insinuados. Sin lugar a dudas, una alusión directa a la fertilidad.
La pieza emblemática de un museo requiere de un profundo análisis y discusión. Si bien en el de Antropología hay varias semejantes a la de Chupícuaro y otras tantas de diversas culturas, ninguna ha tenido tal distinción.
Hay miles de opciones, y las comparaciones son odiosas, pero encontrar una pieza emblemática que pudiera ser representativa de la mujer prehispánica es todo un reto. En Veracruz ya presentan una, con una figurilla, propiamente un rostro, a la que le llaman La Jarocha, de indudable belleza y plasticidad.
Echando la imaginación a volar, otra opción podría ser una figura femenina que proviene del Occidente, muy posiblemente de Colima, de ese conglomerado de culturas de esa área de México, cuya separación por estados no hace mayor sentido.
Se expone en una vitrina del salón de profesores de El Colegio de México, donada, junto con otras, por la señorita Bertha Ulloa, quien fue historiadora y profesora en ese instituto.
Es una pieza que considero única, rara y excepcional por varias razones: pareciera que la modelo posó para el artista y asumió una postura. Destaca la cabeza, que es grande, incluso desproporcionada, y en la cara los ojos, los cachetes y la boca, que podría interpretarse una sonrisa. El pecho es muy diferente a la mayoría de otras piezas; en este caso se trata de senos firmes, grandes y erectos. Finalmente, la falda y la manera de sentarse dejan vislumbrar la entrepierna, lo que le añade coquetería y sensualidad.
No es una figurilla relacionada con la fertilidad, la maternidad y el mito que la circunda. Eso la hace diferente a muchas otras. Es simplemente una mujer, de carne y hueso, con personalidad propia.
Una pieza maestra, digna de llevar el nombre de Venus de Occidente.