a crisis de la educación en México empeora cada día. Las reformas propuestas por el actual sexenio, apoyadas por el SNTE (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación) y rechazadas por la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) crean un conflicto que agobia no sólo a los padres de familia, sino a todos los mexicanos. En este estira y afloja, los más perjudicados son los niños. En medio de este clima de huelgas, marchas y actos de barbarie –como el último en Chiapas– es bueno recordar a un maestro ejemplar, Patricio Redondo.
Tras la derrota republicana en 1939, Patricio Redondo viene a México como otros republicanos y se detiene en Coatzacoalcos, Veracruz, el 27 de julio de 1940, y de ahí camina a San Andrés, Tuxtla.
–Soy maestro –dice de casa en casa y pregunta: ¿Tiene usted hijos?
La familia de Manolete Pretelin, Norma Turrent de López, don Juan de la Cera y su bella hija Hermila de la fábrica de tabaco donde se aplanan las hojas de tabaco todavía húmedas responden:
–Sí tenemos hijos, pero lo que no tenemos es escuela.
–Eso no importa. Puedo darles clase bajo el árbol.
Todas las mañanas, los niños salen corriendo y se sientan bajo el árbol y así Patricio Redondo les enseña a leer y a escribir con el sistema de Célestin Freinet, que consiste en imprimir sus ideas y pensamientos. La tipografía la hace Patricio con cajas de cerillos. Los alumnos escriben un texto y luego lo imprimen escogiendo cada una de las letras y más tarde redactan el libro de la vida en el que narran sus vivencias y las de San Andrés. Para Patricio Redondo, la escuela tradicional con sus premios y castigos es mala. Apuesta a formar niños libres que piensen por sí mismos y no cotorritos que memoricen perico perro
. Integra las matemáticas a sus actividades diarias: el cultivo y la cría de animales, el respeto a la naturaleza, el conocimiento de las semillas. Da a los niños la única llave que importa, la llave del campo, y procura que la escuela esté rodeada de bosque y que los niños pasen mucho tiempo al aire libre.
Mientras otros colegas refugiados prefieren la ciudad de México, como José de Tapia Bujalance y su Escuela Activa, Patricio escoge San Andrés y convoca a niños y a adultos. Primero les enseña a silabear y luego a escribir frases completas tomadas de su conversación. En 1941, Patricio entra a trabajar en la Escuela Secundaria por Cooperación y con su sueldo manda hacer una prensa escolar. Escribe al grabador Alberto Beltrán: Seguimos dando las clases completamente gratuitas, de preferencia a niños y a mayores analfabetos de la población indígena
.
En el Taller de Gráfica Popular, Albert Steiner le enseña a Beltrán un cuadernito enviado desde San Andrés Tuxtla, porque él le regala el linóleo para grabar a los niños de la escuela de Patricio. A Beltrán le resulta muy conmovedora y les escribe y a su vez le responden preguntándole cómo se viste, cuanto mide, qué come, cómo es su cara, cómo conoció la revista. Encantado Alberto viaja a San Andrés y su primera gran sorpresa es descubrir que Patricio es español. También Patricio le dice a Beltrán: yo creía que era usted un hombre grande y veo a un joven
. Ningún abrazo más fructífero. A Beltrán, en San Andrés, le impresiona la modestia de la casa alquilada que funge como escuela, la sencillez de Patricio, que duerme en el piso; toda su conducta es una lección de vida. En alguno de los cuadernitos lee:
“Mi mamá se enfermó
Se la llevaron al hospital
en una ambulancia
Se estuvo como 1000 días.”
¡Qué manera más clara de describir el drama de la ausencia! En 1944, ya la escuela incorporada al sistema de educación federal cuenta con 60 alumnos y los niños envían por correo a sus amigos los cuadernos Mi afán, Mexicanitos, Xochitl, Nacú que publican cada mes. Patricio Redondo prepara a un grupo de maestros e invita a la Escuela Normal de Xalapa para que practique el método Freinet, que también lleva a las comunidades indígenas de Chiapas. Sus aliados son Hermila de la Cera y sus grandes discípulos Julio Chigo, Emilio y Norma Turrent de López y otros maestros que lo respetan y admiran.
La escuela de San Andrés Tuxtla nunca cierra sus puertas, los niños le hablan de tú al profesor, pueden ir a cualquier hora fuera de clases, hasta en la noche, y los domingos, y aunque la escuela ya está incorporada a la Secretaría de Educación, tienen la libertad de aprender jugando. Salen con su maestro a la Laguna Encantada, al lago de Catemaco a comer pellizcadas
y a visitar al Santo de Eyipantla, y sus paseos tienen mucho en común con los del maestro español de la fabulosa película, La lengua de las mariposas.
A pesar de que Patricio Redondo hace tanto por los niños y la educación en México, una de sus aspiraciones es obtener un documento oficial de la Secretaría de Educación Pública, por lo que en 1960, a los 75 años, entra como alumno en la Escuela de Pedagogía de la Universidad Veracruzana de Xalapa y obtiene el grado de Maestro en Pedagogía con su tesis Técnica Freinet. Hacia 1966, en medio de la construcción de la Escuela, su salud desmejora. Los padres de familia lo visitan con canastas de frutas, alimento para bebés, gelatinas, flores, atole y galletas pero unos meses después de colocar la primera piedra del edificio escolar, el 31 de marzo de 1967, Patricio Redondo muere a los 82 años y San Andrés lo despide con una marcha multitudinaria.
En su tumba, sus alumnos colocan una lápida hecha por Alberto Beltrán –su gran amigo. Beltrán graba en la piedra a un maestro rodeado de niños debajo de un árbol. Dos años más tarde, en 1969, se inaugura el edificio de la Escuela Experimental Freinet que funciona hasta el día de hoy.
Patricio Redondo exigió que sus alumnos no lo llamaran maestro. Nunca se creyó superior, nunca humilló a nadie porque no supiera contestar, nunca usó su título de maestro respetado para lucrar en beneficio propio ni para escalar en política, al contrario, sacó dinero de su bolsillo para la escuela. ¡Cuán lejos estamos de figuras como ésta y cuánta falta nos hacen en medio de tanta grilla y desprestigio educativo!
Trasquilar a los maestros en San Cristóbal, Chiapas, nos ofende a todos, imposible ver sin indignarse a un joven cortándole el pelo a una mujer de edad. Imposible aceptar que se pierdan generaciones de niños cuando lo que más le hace falta a nuestro país es la educación. Un pueblo ignorante se pierde para siempre dentro del concierto de las naciones.