Opinión
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El tercio priísta
A

rmado con 38 por ciento del voto de los mexicanos, el PRI ha venido maniobrando para gobernar esta República. Habría, claro está, que tijeretear tal porcentaje hasta dejarlo en 28 por ciento para apreciar en su real dimensión el presumido apoyo popular. Votantes que provienen, en su mayoría, de la ruralidad, la escasa escolaridad y la pobreza. La intervención de sus aliados (PVEM y Panal) cooperan con al menos 6 por ciento y las marrullerías tradicionales, junto con las de nueva confección (Monex, Soriana) ponen su resto. El equilibrio a duras penas conseguido en las finanzas nacionales no coloca al priísmo en una posición de ventaja ante las simpatías ciudadanas. Por ahora el ánimo dominante le es opuesto, por no afirmar que le es francamente contrario a sus ambiciones de continuidad. El volumen de las transacciones económicas (PIB) no alcanza para mejorar, ni un poquitero ápice, el bienestar colectivo. Los índices de pobreza han aumentado y la desigualdad imperante sigue su ruta ascendente sin esperanza alguna de, al menos, atemperar su feroz carrera. Las reformas legislativas conseguidas a matacaballo no le acercan, al priísmo en el poder federal, tal y como reiteradamente prometieron, las palancas deseadas para cambiar su precaria legitimidad. Se han extraviado, como grupo político, entre el bullicio de una sociedad alebrestada y sus impunes trapacerías. Y, por si lo anterior no fuera suficiente, la violencia se adueña de mayores porciones del territorio nacional, a pesar de las mil y una burocráticas juntas de supuesta estrategia. Mientras el respeto a los elementales derechos humanos de la población prosigue su ruda confrontación con las autoridades de los distintos niveles de gobierno.

Lejos de amilanarse con tan firmes acusaciones, el priísmo se lanza, hinchando el pecho, trasminando datos y agrandando las talegas, en pos de la victoria que otrora fuera, pretendidamente, contundente, legal e irreversible (Jorge de la Vega, 1988). Su ahora declarada aspiración es obtener, cuando menos, una plataforma electoral similar (a la ya menguada de 2012) en las venideras votaciones del fin de semana. Se planta así, no sin titubeos ciertos, frente al enigma que ya le espera este domingo. ¿Cuántas gubernaturas podrá obtener y cuál será el costo? ¿Conservará el mismo número de las que ahora controla? ¿Cuál será, finalmente el porcentaje general de votos que obtendrá en toda la contienda? ¿Le será suficiente para atisbar con optimismo la cerrada pelea que le espera en el ya próximo 2018, esa de tan cruciales consecuencias? Lo cierto es que las cuentas no salen como se ha venido especulando a través de las siempre falseadas encuestas, trascendidos, denuncias de escándalo y opiniones de columneros bajo consigna.

La realidad, por más amañada que pueda presentarse, mostrará a las claras las huellas de fallas, errores, delitos y trampas cometidas por sus militantes, sean éstos de alto octanaje o de simple medio pelo. La herencia asoma su deformado rostro en todos y cada uno de los estados bajo asedio partidista y no inspira ni alienta esperanzas de compostura. Las altísimas cuentas del endeudamiento estatal, sin comprobantes de resultados pertinentes, serían suficientes para descalificar, sin contemplación alguna, a los partidos y sus candidatos que lo ocasionaron. No hay componenda, promesa o aventura que valga hipotecar el futuro de varias generaciones venideras por las ambiciones de unos cuantos depredadores de los bienes públicos. Todos aquellos que incurrieron en deudas impagables con sus propios recursos (Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo) lo hicieron movidos por ilegales afanes. Simplemente lo hicieron por la propia ambición de riquezas indebidas, de ellos y de sus camarillas.

La madera de que están hechos los votantes mexicanos se verá también en estas elecciones en puerta. ¿Cómo escriturarán su próximo futuro los electores? Es más que una duda que atenaza al más pintado. Sin duda, la confianza general de una estricta regeneración es por demás endeble. No se espera que esos golpeados estados salgan avantes del desafío. Los batallones de la mapachería y los fondos de las haciendas públicas respectivas solventarán el dispendio acostumbrado. La energía y habilidad de la autoridad para fiscalizar comportamientos partidarios, controlar al partido-candidato transgresor y castigarlos con el peso de la norma es un trabajo poco esperado. En el estado de Veracruz se podrá aquilatar, con transparente agudeza, el condicionamiento de años padecido por esa sociedad. Levantarse contra sus opresores de casi una centuria no es tarea sencilla. Tampoco lo será rechazar esa alianza entre PAN y PRD que lleva de candidato a un maleante conocido que asegura más de lo peor. Esa plaza es vital para que el PRI aspire, de nueva cuenta, a imponer su derechista talante sobre los desposeídos mexicanos.