a similitud viene a colación por la gran capacidad que Donald Trump, flamante candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, ha demostrado para mentir y contradecirse una y otra vez sin el menor rubor.
Son ya incontables las falacias que Donald Trump hilvanó en esta larga campaña, la cual finalmente concluyó la semana pasada, cuando alcanzó los mil 237 delegados que le garantizan la postulación en las elecciones de noviembre próximo. Su repentina transformación en una persona menos intolerante y menos renuente a aceptar los ideales, normas y estilo del Partido Republicano, no hace más que refrendar su condición de simulador y mitómano. A menos de que en la convención republicana –a celebrarse en julio, en Cleveland, Ohio– sucediese algún desaguisado, Trump habrá ganado la partida a un liderazgo que se oponía rotundamente a aceptarlo como su candidato. Sin embargo, se confirma una vez más la gran capacidad pragmática que prevalece en ese partido. Uno a uno, sus líderes se suman paulatinamente al carro de apoyos a Trump. Vaya, hasta Jeff Bush, a quien maltrató de forma indignante durante la campaña, ha dicho que es necesario respaldarlo. Paul Ryan, el líder republicano en la Cámara de Representantes y el de mayor rango en el partido, advirtió hace un par de semanas que aceptaría a Trump como aspirante, aunque no votaría por él. Hace algunos días insinuó la necesidad de unir al partido en favor de su flamante candidato.
En este contexto y guardando toda distancia, vale recordar las extraordinarias entrevistas que el periodista inglés David Frost hizo al otro gran mentiroso: Richard Nixon, quien siendo presidente de Estados Unidos, estuvo de acuerdo con espiar al Partido Demócrata, con el fin de desarticular sus planes de campaña en las elecciones de 1972. Aunque Nixon fue relecto, dos años más tarde se descubrió su relación con lo sucedido en la tragicomedia de Watergate. Con su renuncia posterior a la Casa Blanca, se adelantó al juicio del Congreso, y su inevitable defenestración. En dichas entrevistas, Nixon aceptó haber engañado a la sociedad, y en una muestra más de su capacidad para mentir, aseguró que en un lapsus de memoria olvidó haber autorizado el espionaje de sus contrincantes. Después de todo, pidió perdón por su comportamiento, pero el Partido Republicano no pudo evitar el ridículo, el desprestigio y la pérdida de las siguientes elecciones. Tal vez una de las diferencias entre Nixon y Trump es que el primero admitió haber engañado a los estadunidenses y, por lo visto en estos meses de campaña, se ve difícil que el segundo acepte motu proprio que sus mentiras y la manipulación han sido la característica más destacada de su sinuosa carrera política.
Para millones de personas sería deseable que a Donald Trump le costara la culminación de sus pretensiones, debido a su evidente ignorancia para entender los problemas económicos, sociales y externos de su país, así como las mentiras e inconsistencias que eslabonó para ganar la candidatura de su partido.