Recuerdos V
ecordemos, pues…
Nos habíamos referido a la conmoción que se había vivido en la entonces bien llamada Ciudad de los Palacios y, por extensión
, a casi todo el país por la presentación en la plaza de toros El Toreo, de Manuel Rodríguez Manolete, quien venía precedido de gran fama y, así mismo, por haber formado con Carlos Arruza una pareja que sacudió al mundo taurino del viejo continente.
¿Qué se vería aquí?
¿Era verdad lo que tanto se pregonaba o sería producto de una publicidad desmedida?
Una vez que nos referimos a los preámbulos del 9 de diciembre de 1945, decidimos que lo más ético sería dejar la continuación de toda esa magia taurina en manos
de un grupo de cronistas de aquellos, sí, de aquellos de tanto renombre.
Fueron de primera.
El monstruo
Don Alfonso de Icaza Ojo, haciendo gala de sus grandes conocimientos taurinos, así como de lo severo de su pluma, dictó para El Redondel lo siguiente: “Realmente Manolete se arrima en verdad, es un extraordinario lidiador e imprime un sello muy personal con capote y muleta y lástima fue resultara cogido por el segundo de sus enemigos”.
Y años después, allá por 1957, en su formidable libro Así era Aquello, el señor de Icaza, amplió más sus impresiones sobre el Monstruo: “Si Belmonte fue el primer revolucionario del toreo, Manolete, arrimándose como nadie se había arrimado y haciéndole faena a todos los toros, fue el segundo. Ha sido desde cierto punto de vista, el único torero realmente dominador, pues no ajustaba su toreo a los astados, sino hacía que éstos aceptaran su forma de torear, caso insólito en la historia de la fiesta”.
Por su parte, el gran historiador Heriberto Lanfranchi, consignó así: “Manolete se hizo aclamar desde que se abrió de capa en el primero, Gitano, dejando constancia inmediata que todo lo que de él se decía era verdad y así prosiguió hasta el último tercio, tras serle confirmada la alternativa por Silverio Pérez, en un faenón indescriptible que le fue coreado de principio a fin (oreja y rabo). Ya en el quinto, Cachorro, al dar la primera verónica fue tropezado y herido de consideración en el muslo izquierdo”.
El licenciado Carlos Septién García, El tío Carlos, escribió lo siguiente:
Sangre de Córdoba
¡Qué exigente te mostraste ayer en los pases por alto de tú Manolete! ¡Qué imperiosa y que suave fuiste en aquellos naturales prodigiosos de Manuel Rodríguez! ¡Qué torera te manifestaste en aquella faena precisa, justa, saturada de mando y temple! ¡Qué comedida fuiste en el conjunto de ese toreo manoletista, reposado, sobrio, educado
, siempre señor de sí mismo y del toro! Luego, en el duro final ¡qué encastada y generosamente te derramaste sobre la arena de México en el duro empeño de un afán conquistador!
Y conquistaste, sangre de Córdoba.
Y México salió de la plaza con la certidumbre de haber visto el toreo más puro que haya conocido. Manolete es, efectivamente, Manolete. Hijo de toreros de siglos, sangre de califas andaluces forjados en el eje diamantino que un Séneca legara para que Córdoba fuese siempre, austeramente, romana.
El tormento
Ya habíamos consignado la espartana decisión del Faraón de Texcoco, que fue a la iglesia, se confesó y comulgó dispuesto a entregarse o a morir en el empeño y, sin nada decir a nadie, fue a entrevistarse con un notario para protocolizar sus últimas disposiciones.
Vaya un hombre.
Vaya tormento.
Y, como le dijo a su esposa, tras de la llamada del Presidente de la República, “pa’ acabarla de ch…”
El compromiso contraído era tremendo, la responsabilidad debe haberle angustiado día y noche, pero él, cual auténtico héroe mexicano, mientras Carmelo lo veía desde allá en el cielo, iba a encontrarse con la gloria o el más allá.
Imagine el amable lector llevar en sus manos y en su corazón el nombre de México.
Yo, en lo personal, tras de mucho tratarlo, pasados los años, llegué a pensar en que era la rencarnación de Cuauhtémoc, lo que jamás he comentado con nadie a lo largo de mi ya larga vida y que hoy lo hago por vez primera, porque si alguna página gloriosa se ha escrito de la fiesta en México es la del 9 de diciembre de 1945.
¡No es justo!
Tengo que cortar.
(Continuaré).
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