abíamos que todo estaba perdido cuando se cambió la sede del diálogo, porque es bien sabido que quien elige la arena, diseña el cuadrilátero e impone las reglas del juego tiene en cierto modo ganada la pelea. Y no es que abrigásemos esperanzas de cambiar la postura oficial. No somos ingenuos. Sabemos cómo piensa Felipe Calderón, y era obvio que en medio de su campaña contra el PRI no iba a anunciar su derrota ni a reconocer públicamente sus errores. Tiene demasiados intereses en juego y ha adquirido muchos compromisos con Estados Unidos. Piensa que el PAN aún puede ganar la Presidencia. Pero había esperanzas, porque del otro lado esperaban la razón y la prudencia, desprovistas de intereses políticos: la poderosa razón de los 40 mil muertos, 40 mil asilados y 3 mil desaparecidos (una tragedia nacional), y la prudencia de revisar una estrategia que no funciona.
Había por otra parte un poeta agraviado (un hombre bueno y de buena fe), miles de víctimas y millones de mexicanos atemorizados, madres desconsoladas y el sacrificio de haber recorrido el país en busca de consuelo. Cabía la posibilidad de un milagro. Algo que permitiera a los agraviados conservar la dignidad, y mostrar a un Presidente con voluntad de cambio. No pudo ser.
Muchos echaron las campanas al vuelo. Celebraron la reunión, aunque los diálogos
no se hubieran encontrado, y las partes no hubieran discutido a fondo el corazón del problema: la militarización. Algunos analistas lo vieron como un importante avance democrático. Y quizá lo sea, si lo comparamos con el despectivo ni los veo ni los oigo
de Salinas. Enrique Krauze lo consideró uno de los actos más dramáticos y significativos que (haya) atestiguado
(Reforma, 26/06/11). Hizo la inevitable comparación con Díaz Ordaz, sicológica, política y moralmente imposibilitado
para el diálogo. Y afirma que en 68 eso hubiese evitado la matanza de Tlatelolco. ¿Olvidó la mano tendida
en Guadalajara?
Triunfó, como era de esperarse, la mano dura: el rostro malhumorado del Presidente, la voz con tono de reproche, el manoteo y los golpes en la mesa, aunque un poco más controlados; la actitud de un hombre que está resignado a pasar a la historia como el Presidente de los 40 mil muertos
: así de claro se lo dijo Julián LeBarón, y así de claro lo tiene asimilado el Presidente. Parece haber adquirido frente a la historia la misma actitud fatalista de George W. Bush, cuando le preguntan sobre la guerra de Irak. ¿La historia?, contesta el texano encogiendo los hombros: para entonces todos estaremos muertos
. Así no se puede dialogar.
Al Museo Nacional de Antropología Calderón hubiera llegado con muchos factores en contra: un público más numeroso, en vez del puñado de respetuosos agraviados, y un escándalo en los alrededores: medios, consignas, pancartas, cantos, insultos. Eligió Chapultepec, convertido para la ocasión en un búnker del Estado Mayor. Un sitio al que sólo podían acceder elegidos con carnet oficial. Un público susceptible de ser controlado. Calderón hizo bien su tarea. Sabía cómo manejarlos; conocía de sobra lo que le iban a decir y qué iban a pedirle, porque el mensaje de los hasta la madre
se había difundido por dondequiera.
Sabía de antemano (otra ventaja importante) cuál sería su respuesta. Así, poeta y mandatario se encerraron más de tres horas en un salón desangelado que anunció desde el inicio cuál sería el resultado. No se vio el boato habitual en actos de Estado cuidadosamente planeados. No tuvo la solemnidad del Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad que se firmó en Palacio Nacional en 2008 con dignatarios públicos y privados (cuando les dijeron que si no podían renunciaran). Tampoco la calidad promocional de los Diálogos por la Seguridad de 2010. Fue obvio que el mandatario decidió aparecer sin aureola presidencial.
Calderón jugó con su laptop, recibiendo quizá por ese medio sugerencias de respuestas de asesores instalados en el cuarto de al lado o en Los Pinos. Las víctimas, en cambio, se dirigieron al mandatario y a la nación con papeles arrugados, sobre los que se habrían vertido algunas lágrimas.
Dice Manuel Vicent (El País, 03/07/11) que hoy las elecciones se ganan con una sola frase. Como si se tratara del lanzamiento del coche del año o de una nueva pastilla de jabón
. Y en Chapultepec, no obstante las crecientes violaciones a los derechos humanos, Calderón improvisó una que le gustó: los soldados no causan violencia por estar ahí; están ahí porque hay violencia
: el retruécano del huevo o la gallina. Olvida que lanzó su mortífera guerra contra los cárteles en 2006 para evitar que la droga llegara a nuestros hijos
. Hoy admite que llega por el narcomenudeo. Un problema que podría haber controlado sin Ejército, sin muertos, sin intervención yanqui y sin violar la Constitución.
Es verdad que muchos esperábamos compromisos concretos sobre la desmilitarización, aunque fuese escalonada como lo pidió Javier Sicilia. Hoy en Proceso (No. 1809) el poeta pide paciencia a sus críticos y defiende sus logros, que no son pocos
. Confía en la próxima reunión.
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