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Andanzas

¿Qué tan ruso es el ballet?

L

a presencia en el Palacio de Bellas Artes de la Compañía Nacional de Danza (CND), dirigida por Syvie Reynaud, el pasado fin de semana, con la reposición de cuatro obras del coreógrafo ruso-estadunidense Giorgi Melitonovitch Balanchivadze –el celebérrimo George Balanchine–: Serenata, Apollo, Chaikovsky, y pas de deux y Tema y variaciones, significa mayor internacionalización y poseer en el repertorio de dicha compañía parte de la obra del más significativo innovador de la danza clásica desde los años 30 aproximadamente.

Luego de la muerte de Sergei de Diaghilev, a finales de los años 20, una cascada de grandes figuras del original ballet ruso, formadas en la Escuela Imperial de San Petersburgo, fueron encontrando ubicación en diversas partes del globo, diseminando así una serie de conocimientos y repertorio de gran calidad.

Balanchine, formado en la Escuela Imperial, miembro muy joven de la famosa compañía rusa, trabajó en varias ciudades europeas hasta llegar a Estados Unidos, donde Lincoln Kirsten lo invitó para formar The American Ballet School de Nueva York y la American Ballet Company, que hasta fungía simplemente como la Ballet Society. Balanchine se volvió crisol del ballet en Estados Unidos desde finales de los años 30 hasta su muerte, pues el viraje proporcionado por la técnica rusa fue nodal para el desarrollo del ballet en ese país.

Sin embargo, habría que rastrear los orígenes del ballet ruso, que en realidad, se remontan a los siglos XIII y XIV, en la Italia prerrenacentista, en la que surge la palabra balleti, y la costumbre de hacer reuniones o celebraciones para cantare e ballare, como incipientes formas del espectáculo de la danza en la alta Toscana, realizadas en los principados por la nobleza e inspirados en las danzas y cantos de los campesinos de la región.

La princesa italiana Catalina, de la casa de los Médicis, de gran poder y prestigio por su favor para las artes, fue quien, una vez convertida en la reina de Francia, llevó a la corte costumbres y refinamientos de las cortes italianas, en las que danza, aromas, intrigas y perfumes no podían faltar. El duque de Brissac llevó ante la reina a un significativo hombrecillo italiano, violinista de origen humilde y organizador de fiestas, danzas, cantos y juegos, llamado Baldassarino de Belgiojoso, desde entonces Bal-thasar de Boijojeux, maestro y organizador del gran espectáculo nombrado, con bombo y platillos, Le ballet comique de la reine, en octubre de 1581. Ese acontecimiento es considerado la cuna, el nacimiento del ballet con músicos, vestuario lujosísimo y docenas de participantes con una rutina de movimientos preconcebida, una duración de casi seis horas, y una serie de movimientos geométricos realizados por diversos grupos de personas.

El éxito fue tal, que pronto fue copiado por las cortes europeas, y así se difundió el ballet como el espectáculo real. Ya en la época del Rey Sol, Luis XIV de Francia, no sólo se adoptaron las enseñanzas de Baldassarino, sino con el maestro de ballet de la corte francesa y compañero de danzas de rey, Pierre Beauchamps, se conformó la Escuela de Música y Danza en París (ca 1661). Este hombre notable impuso las cinco posiciones de brazos y piernas como punto central de apoyo y equilibrio, que es lo que sostiene toda la teoría técnica académica de la arquitectura balletística, así como el turn out de rodillas y cadera en colocación abierta, que distinguen esta disciplina extraordinaria.

La hegemonía francesa de Luis XIV también donó al mundo dichos conocimientos, convirtiéndose en el abrevadero de bailarines y maestros que a su vez esparcían por el mundo las enseñanzas de Beauchamps, y fue así como, ya en los siglos XVIII y XIX, maestros y bailarines italianos y franceses se asentaron en Rusia, impulsados por el imperio zarista, protector y fundador de la Escuela y el Ballet Imperial de San Petersburgo.

Diderot, Petipa, Ceccetti y tantos otros fueron los maestros de dicha escuela, adaptándose a las condiciones físicas y temperamento de los rusos, de la que surgió lo que hoy se conoce como escuela o ballet ruso que, como siempre, es el resultado de la fusión de culturas costumbres y conocimientos. Posteriormente, fueron Isadora, Loi Fuller, Augusta Meyerhood, Mary Wigman y Ruth Saint Denis, Nijinsky y Fokine, entre otros, quienes, desde principios del siglo XX, aburridos de la barra y corsetes, crearon una nueva corriente, con los pies normales, sin echarlos hacia afuera. Y fue precisamente el genio de Balanchine el que aprovechó la estructura académica del ballet y su simetría, pero liberándola.

Balanchine es el ángel portador de esas variantes que han impulsado una nueva fusión del acedemismo balletístico con otras técnicas y corrientes, que hoy por hoy ofrecen a los creadores una danza sin fronteras, en la que lo único incorrecto es lo inacabado, lo dudoso, lo mal hecho.