a trata de esclavos fue común en la antigüedad y una práctica despreciable de los pueblos europeos a partir del siglo XV; primero fue la de cautivos africanos por los portugueses; Cristóbal Colón, en uno de sus viajes de descubrimiento de tierras aún no bautizadas de este lado del Atlántico, regresó con un cargamento de indígenas caribes para venderlos en España y desquitar en algo la costosa inversión de sus expediciones, en lugar de oro o plata, que él nunca encontró en abundancia, pues faltaba llegar a Perú y a México: se conformó con el comercio de carne humana.
Isabel la Católica lo frenó de inmediato y los monarcas españoles a partir de entonces consideraron a los pueblos nativos del continente descubierto como sus súbditos e impidieron que América fuera productora de esclavos. Los ingleses, los holandeses y los franceses, a imitación de los portugueses, durante tres siglos al menos hicieron de la trata de esclavos africanos una verdadera y millonaria industria.
En Estados Unidos, la práctica se generalizó. Si en Europa los ricos tenían unos pocos esclavos que eran sirvientes, cocheros o simples curiosidades de sus casas y palacios, los estadunidenses, que siempre pensaron en grande, los importaron masivamente y en el sur de su país los hicieron trabajar en las ricas plantaciones de tabaco, caña de azúcar y algodón.
En épocas más recientes se habló de trata de blancas
, para equiparar la venta de esclavos con el negocio de los proxenetas, de los empresarios de la prostitución; se consideraba algo antisocial y delictuoso, pero, como otros males sociales, sentó plaza en las sociedades modernas. Ahora, con el creciente e inquietante fenómeno de la migración, se empezó a usar la expresión trata de personas
, con muchas aristas y víctimas, no sólo entre migrantes, sino en otros sectores vulnerables de la colectividad y en el secuestro y cacería de personas. En otro espacio y otro tiempo, se repite la desgracia de la captura y comercio de que fueron víctimas los africanos; distinto momento, idéntica esencia, las personas son mercancías que tienen un precio; son objetos de cálculos de costo y beneficio y, por supuesto, desechables cuando sus captores no pueden resarcir su inversión.
Pero no es sólo esta trata de personas, tan reprobable y contraria a los conceptos cristianos y civilizados de igualdad, libertad y fraternidad universal, la única trata que hoy se practica: la trata de personas se parece a la trata de votos de ciudadanos para las elecciones. Lo que con desfachatez declaró el días recientes la dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación es una muestra de otra faceta de esta práctica reprobable.
No reveló nada nuevo, pero aceptó paladinamente la práctica de venta de votos por cargos públicos, que no es sino una variante más moderada de la otra trata.
¿Qué mercancía salió a ofrecer la maestra –como hábil mercader– en su larga rueda de prensa de hace unos días? Salió a poner en oferta votos que controla o pretende controlar, para las próximas elecciones, votos que no son papeletas cruzadas, sino expresiones de la inteligencia y la voluntad de personas de carne y hueso, y que al ser compelidos de cualquier forma o comprometidos por otro se equiparan a cosas o, al menos, sufren una disminución de la libertad.
La mercancía de la maestra son personas: sus colegas del sindicato, listos a votar y a operar en favor del mejor postor, del que cubra el precio por ella pedido, como Calderón en 2006.
Lo anterior se confirma si recordamos la conversación que en el día de las elecciones se dio y posteriormente se divulgó en los medios. Era la instrucción a un gobernador de su equipo para comprometer votos en favor del candidato panista, que después le fueron generosamente pagados; dijo entonces cosas como éstas: hay que vender lo que tengan
, sacar todo
, como en una tienda en liquidación, y finalmente recomendó hablar con Felipe y vendérselo
. Se refiere, por supuesto, al voto del final del día, al controlable y manipulable.
Empecé hablando de trata de personas y concluyo hablando de trata de votos, dos especies del mismo género; en ambos casos hay poderosos, encumbrados, potentados que disponen de la voluntad de otros como de algo propio. Los romanos decían que la propiedad sobre algo se manifiesta en usar, disfrutar y abusar de una cosa. En la esclavitud y en el caso de los votos ciudadanos hay quien pretende usar, disfrutar y abusar, sin contar con la voluntad de los que son sometidos; sólo que las personas no son objetos y pueden rebelarse.
Los maestros ya lo han hecho. En diversas partes del país rompen los grilletes modernos que emplea no sólo el sindicato que ella dirige, sino también otros, que en sus formas actuales son el desempleo, la carencia de oportunidades, la supresión de becas, los cambios de plaza, los ascensos y mil formas de condicionar derechos y privilegios para lograr que se plieguen. A la voluntad que los pretende controlar. Hoy esperamos que ante la aceptación tan abierta y cínica del mercadeo de sus voluntades, otros muchos abran los ojos y se sacudan el yugo de ese sindicalismo pervertido.