ugenio Toussaint (1954-2011) fue un músico de amplios y vastos horizontes. Pianista, compositor, arreglista, fundador, guía y miembro de ensambles diversos, promotor de colaboraciones internacionales y de complicidades musicales que venturosamente rompieron las tenues y artificiosas fronteras entre formas, géneros y estilos. Sus contribuciones a la historia del jazz mexicano son incuestionables y están firmemente establecidas. Sus aportes a nuestra música de concierto no lo son menos.
Sobre todo en los años recientes de su larga y productiva carrera, luchó denodadamente, y en especial a base de mucho trabajo creativo, contra los numerosos intentos que se hicieron para encasillarlo como una especie de músico híbrido. Es cierto, sí, naturalmente, que sus partituras de música de concierto están habitadas por una dosis notable de jazz y otras expresiones análogas. Pero Eugenio quiso ser conocido y reconocido sencillamente como compositor, sin etiquetas paliativas. Cuando este jazzista de enorme talento comenzó a escribir música de concierto en la que aludía a formas, géneros y estructuras surgidas del mundo académico, no faltaron los puristas escandalizados que protestaron airadamente por una supuesta invasión de su sacrosanto territorio. No faltaron tampoco los espíritus mezquinos que supusieron poder expulsarlo del mundo del jazz bajo la peregrina y vaga idea de una traición a sus principios, como no faltaron los que quisieron negarle su lugar, ganado a pulso, en el mundo de la música de concierto. Sus composiciones en este rubro están llenas de fascinantes acertijos rítmicos, armonías complejas pero no crípticas, y combinaciones tímbricas inesperadas que podían provenir alternativamente de su conocimiento y respeto por Silvestre Revueltas, Miles Davis o Weather Report. La combinación de todo ello, y de su talento natural, dio como resultado una serie de partituras llenas de concentrada energía, de inexorables pulsos motores y de un atractivo sonoro singular que, a despecho de sus detractores, supo convocar y atraer a públicos numerosos de diversa índole. Baste citar como prueba los éxitos cosechados en los años recientes por Eugenio Toussaint en sus interpretaciones como solista de su Concierto para piano improvisado y orquesta.
Eugenio fue, además, un hombre leal y generoso con su gente, y de ello puedo dar testimonio personal. En mis numerosos y gratos encuentros con él, nunca escatimó tiempo ni palabras para tratar de hacerme entender la esencia del bebop, la función estructural de la armonía por cuartas o el lugar exacto de una blue note en un trazo melódico, así como las ventajas relativas de utilizar la sordina Harmon en una trompeta, con o sin espiga. Al calor de numerosas copas de vino tinto (elegido siempre, claro, por el enólogo experto que fue Eugenio) y quizá sin saberlo, me enseñó mucho de música y de músicos, con generosidad irreductible.
Conservo numerosos recuerdos sonoros de Eugenio el músico. Pero conservo muchos más recuerdos personales de Eugenio el amigo. Extrañaré sus estrenos, extrañaré sus tocadas, extrañaré las cálidas reuniones con amigos comunes en las que se hacía música, extrañaré reseñar sus grabaciones, extrañaré nuestras divertidas e instructivas conversaciones con motivo de las primeras audiciones de sus partituras de concierto. Pero extrañaré sobre todo un gesto suyo, imborrable, que lo pinta de cuerpo entero. Sentado ante el piano, tocando solo o en grupo, Eugenio solía terminar cada pieza esbozando una luminosa, lúdica y traviesa sonrisa, y marcando con un gesto casi displicente una última, solitaria nota en uno de los registros extremos del piano. Esa nota inolvidable, esa blue note entrañable me va a hacer falta, nos va a hacer falta a todos.