Usted está aquí: martes 2 de octubre de 2007 Opinión 2 de octubre, 2007

Juan Ramón de la Fuente*

2 de octubre, 2007

El movimiento estudiantil de 1968 forma parte de un extenso entramado de luchas sociales que perfilaron y dieron sentido a un segmento fundamental de la historia del siglo XX en México. La línea de filiación de dicho movimiento nos remite a las luchas gremiales (ferrocarrileros, médicos, electricistas, magisterio, etcétera), a la defensa de la autonomía universitaria, a las revueltas sufragistas, así como a diversos procesos que paulatinamente fueron ampliando los derechos y las libertades colectivas e individuales, y que en la actualidad constituyen el referente de numerosos cambios que representan muchos de los más valiosos logros de la sociedad mexicana.

La lucha que encabezaron los estudiantes de las más importantes instituciones educativas del país, enfrentó a un sistema político marcado por un autoritarismo corporativo que atravesaba todas las capas del poder público: los organismos sindicales, amplios sectores de la prensa y diversos grupos de la sociedad que, con señaladas excepciones, actuaban mecánicamente en convergencia con el aparato gubernamental.

La Universidad Nacional Autónoma de México, fiel a su tradición, dejó ver entonces su perfil decididamente crítico, pero también su extraordinaria vertiente constructiva. Estudiantes, maestros y trabajadores materializaron un frente común que dio fortaleza moral a los contenidos de la movilización. El compromiso social y la autoridad del ingeniero Javier Barros Sierra, entonces Rector de la UNAM, fueron determinantes para que miles de mexicanos se solidarizaran y vieran con simpatía la protesta de los estudiantes, dejando claro el lugar central de la Universidad en la formación de la democracia mexicana.

Pero el movimiento estudiantil de 1968 es un fenómeno que va mucho más allá de los trágicos episodios que se suscitaron ese año. Su huella activa modificó una visión petrificada de la política nacional, fortaleció las reivindicaciones y las demandas de distintos sectores de la población, aceleró los procesos relacionados con el reconocimiento de la pluralidad política, renovó la concepción social de la educación, propició una mayor participación de la sociedad civil, e impulsó las garantías para el ejercicio de la libertad de expresión y el respeto por los derechos humanos.

El 68 se convirtió en un claro punto de partida para explicar una serie de cambios cualitativos en la vida de los mexicanos. En la parte más densa y luminosa de la movilización estudiantil resalta la lucha por la dignidad humana, cuyas causas vivas subsisten como elementos dinámicos que pasan de una época a otra, refrendando sus conquistas y convirtiéndose en núcleos creativos de discusión, desarrollo y transformación de las esferas pública y privada.

Tlatelolco es un referente central de la historia mexicana: la gran ciudad-mercado de la cuenca mesoamericana; el sitio que albergó al Colegio de la Santa Cruz; punto de encuentro intelectual del mestizaje; convergencia de estudiantes y maestros universitarios, politécnicos y de otras instituciones de educación superior, pero también es emblema de una modernidad compleja y contradictoria, signo de la época que vivimos.

La UNAM, con la creación del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, pondrá en marcha el Memorial del 68, un proyecto de recuperación de la historia reciente de nuestro país, de un tiempo cercano que aún nos toca y en el que seguimos inmersos: el tiempo de la crítica y la protesta valerosa, el del cambio y la fuerza de la razón; el tiempo perenne, el de los legítimos anhelos de justicia y libertad.

*Texto del rector de la UNAM que forma parte del libro Memorial del 68, que se presentará próximamente.

 
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