Usted está aquí: martes 21 de marzo de 2006 Opinión El Eco: centro experimental

Teresa del Conde

El Eco: centro experimental

La recuperación por la Universidad Nacional Autónoma de México de lo que fue el museo creado por Mathias Goeritz bajo idea y patrocinio de Daniel Mont, quien murió a los 17 días de su inauguración, el 24 de octubre de 1953, es motivo de orgullo y de celebración sobre todo por la contextualización que se logró darle. Lo resucitó después de avatares mil, el arquitecto Víctor Jiménez.

Por cierto que Goeritz hubiera hecho grandes migas con el primer director con el que cuenta el recinto: el polifacético Guillermo Santamarina (ex titular de Ex Teresa), quien además de tener muchos contactos con artistas interdisciplinarios contemporáneos y desplantes ingeniosos de showman es, a la vez, aunque quizá haya quienes no lo crean, un acucioso académico.

El Eco se reinauguró el 7 de septiembre pasado, exactamente a 52 años de su primera inauguración, y ya ha merecido varios artículos ilustrados con buenas fotografías que dan idea de ''la arquitectura emocional" concebida por su autor y sobre todo de su carácter esculto-arquitectónico. La cuestión de la famosa Serpiente que se encontraba en el patio no ha alcanzado a la fecha una resolución definitiva.

Ese espacio fue ocupado desde septiembre de 2005 hasta hace poco por los 250 balones de futbol intervenidos por Gabriel Orozco, primer artista invitado a exhibir allí. Tuvo la buena idea, muy goeritziana, de invitar a dos colegas más: Carlos Amorales y Damián Ortega a colaborar en la exposición reinaugural.

La segunda muestra, vigente ahora, corresponde a un proyecto interdisciplinario de Saul Villa, junto con aportaciones de José Dávila y Gonzalo Lebrija (los tres internacionalizados). En la sala del piso superior se exhiben esculturas de Mathias y fotografías de quien fue su primera esposa, la fotógrafa Marianne Gast, fallecida en Alemania en 1956, después de la separación de la pareja.

Con el tiempo, debido a su bonhomía, a su apostura, a su talante, al efecto que produjeron sus obras (no siempre positivo) y sobre todo a su carácter de animador e innovador en un medio como el mexicano de los años 50, Mathias, que murió en 1990 después de haber sobrellevado el cáncer por más de una década, ha devenido figura mítica y los datos que dan cuenta de sus actividades, primero en Guadalajara (llegó allí con Marianne el 4 de octubre de 1949) y luego en México y otros sitios han configurado, cual suele suceder, una historia que se alimenta por su cuenta y que no siempre sigue a los hechos.

Se suele olvidar, sobre todo, que precisamente El Eco es la suma de sus actividades en Guadalajara que se desarrollaron por algo más de tres años. Partió de esa ciudad para vivir en el Distrito Federal en 1953 y la concepción, tanto de El Eco como de la Serpiente tuvieron lugar desde allí. Mathias viajaba casi semanalmente a la capital, cuestiones todas que han sido recuperadas mediante un método de confrontación de opiniones por Fernando González Gortázar en un libro primorosamente editado, de tiraje corto, publicado por la Universidad de Guadalajara (UdeG).

El autor sostuvo entrevistas con personajes que conocieron y trataron a Goeritz: Ignacio Díaz Morales (1905-1992); Juan Víctor Arauz (que a José Clemente Orozco le fue tan cercano); Jorge Matute Remus y su esposa (padres de Elena Matute); Enrique Nafarrete y Alejandro Zohn, éstos dos últimos alumnos de Goeritz en la Escuela de Arquitectura de la UdeG, que tuvo su origen en la Escuela Libre de Ingenieros del Instituto Tecnológico de dicha universidad.

Mathias llegó como profesor de historia del arte, cátedra que a instancias de Díaz Morales se convirtió en ''educación visual" con objeto de que a los aspectos teóricos se adhirieran ejecuciones creativas. El era pintor y dibujante, a la vez que historiador del arte, y en esa categoría fue contratado por tres años para trabajar en la UdeG; los inicios de su carrera de escultor tuvieron lugar allí. Tanto el animal del Pedregal de San Angel, como El Eco, se gestaron en Guadalajara.

Según Santamarina, en El Eco se deja sentir la presencia de un fantasma. No se sabe si es el de Daniel Mont o el del propio Goeritz. La situación es que lo de La serpiente del Eco no se resuelve, porque de trasladarla (ella o su clon) al patio donde fue vista por primera vez, las acciones interdisciplinarias, algunas de carácter escénico que allí se realizarían (una coreografía, por ejemplo), tendrían que ajustarse a su forma, con lo que la totalidad del recinto terminaría por ofrecer un carácter de homenaje perenne, o de museo de sitio, lo contrario a la idea de centro experimental.

 
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