21 de marzo
La primavera hace bien a los vivos y a los muertos, a los blancos y a los negros, a los gringos y a los iraquíes. Este sol espeso de marzo atenuará las catástrofes humanas, naturales y combinadas de los meses recientes; el aire diáfano limpiará los hartazgos discursivos; los festivales callejeros despejarán la mente puesta en guerras y elecciones; la resurrección de las flores obligará a dejar de lado causas y gestas históricas de ésas que requieren la atención plena y total de protagonistas, antagonistas, compañeros de ruta y simples mirones; la floración del deseo que nace al mismo tiempo en miles de millones de cuerpos provocará destapes y desnudeces parciales que florecerán en más deseo. Tal es la mitad dionisiaca de esta fecha.
La otra parte es la celebración de Juárez con su cara hierática, la omnipresencia de Juárez con su pasión por un presente que ya se hizo pasado firme y por un futuro que hoy es presente incierto, la recordación de Juárez con su vida austera e imprescindible y con su suprema razón nacional que llegó a pender de un hilo, de un trayecto en carroza, de una vacilación del enemigo, de una frontera.
Día dual si los hay, contradictorio, blanquinegro, el 21 de marzo es también un descanso entre el arranque del ciclo y la refriega de los meses que faltan, un caliente remanso prevacacional en el que se hace acopio de fuerzas para desfilar por el cuerpo del año. Dentro de no mucho habrá que encuadernar el 2006 con tapas duras y colocarlo en un estante. Pero por hoy hay nueve meses y pico por delante y sabe Dios qué va a salir de esa gravidez calendárica.
Resultaría un poco cruel sumarle al agobio de este calor temprano la indignación por el horror del mundo (hay que cuidarla como al fuego olímpico), el esfuerzo de comprensión del absurdo diario, la escasez de agua, las guerras de Levante, la más reciente insurrección francesa, los comicios de aquí y de otras partes. Es preferible dejar este día como un paréntesis para que resuciten los amantes enterrados, florezcan los tomates y las rosas, jueguen los niños a sus juegos de agua.
Mejor será, también, mencionar al indio oaxaqueño que encabezó la reconstrucción de una nación arrasada y poner unas plantas verdes -laurel sería lo heroico, pero también se puede homenajear con epazote, con espliego, con hierbas para la limpia, y hasta con los yerbajos que crecen en las grietas de las aceras- en los sepulcros que guardan a los hombres de la Reforma, primaverales de fondo y de forma, refrescantes en su humanidad, hacedores de guerras y de instituciones que no perdieron en el camino sus vocaciones de dramaturgos, de novelistas o de sastres.
Día extraño, éste que conjunta en celebraciones diversas a esotéricos ansiosos por recibir las vibraciones cósmicas con jacobinos empeñados en la preservación de la Patria; a artistas callejeros con músicos sinfónicos; a los amantes renovados y tránsfugas de la ropa con los niños que todavía pueden conocer el agua en su expresión más gratuita: no para mitigar la sed ni para el aseo personal o doméstico, sino para mojarse y refrescarse el cuerpo.
Mañana será 22, un día común y corriente, y no se habrá acabado ni arreglado el mundo. Pero hoy es un paréntesis, y en él cabemos casi todos.