Cuando el ecologismo se volvió popular
Miles de personas tomaron las calles de la ciudad de México el pasado 16 de marzo. No fue una marcha más, de las muchas que se realizan en la zona metropolitana. Los participantes rechazaron la privatización de los recursos hídricos. Protestaron contra la desigual distribución del llamado oro azul.
En medio de la multitud, un manifestante enarboló una pancarta que resumió el sentir de muchos de los asistentes: "Quítenle el agua a las Lomas de Chapultepec y mándenles pipas. Atentamente: Iztapala-pa". El mensaje es claro: el problema no sólo es la escasez, sino la política que decide hacia dónde se destina la que hay.
La marcha del 16 de marzo no fue una protesta más porque, por primera vez desde que se realiza el Foro Mundial del Agua (FMA), una gran movilización internacional de masas cuestiona la realización del acto y su pretensión de incorporar a la iniciativa privada a la administración de los sistemas de agua potable en el mundo.
El rechazo a la mercantilización del agua fue la piedra de toque que facilitó una metamorfosis notable en varios actores sociales: las organizaciones populares se hicieron ecologistas y los grupos defensores del medio ambiente se convirtieron en movimiento social. Colonos pobres, campesinos, colectivos ambientalistas, equipos técnicos forjaron una nueva convergencia.
La manifestación se desarrolló al calor de una importante victoria cultural. Aun antes de que el FMA diera inicio, la idea de que para garantizar el servicio de agua potable es necesario cobrarlo "hasta que duela" recibió un fuerte revés en la opinión pública. Infructuosamente, los promotores de la privatización tuvieron que declarar que no es eso lo que quieren. "La privatización es un tema superado", dijo Cristóbal Jaime, director de Conagua. Pero nadie prestó oído a sus palabras. El "tema superado" se convirtió en centro de la polémica nacional. La nomenclatura hídrica planetaria no pudo rehuir el debate. Colocada a la defensiva, utilizó la radio para defender sus puntos de vista. Al hacerlo intensificó y masificó la discusión.
A la marcha del 16 de marzo pasado asistieron muchos extranjeros, pero sus integrantes fueron, en su mayoría, vecinos de las colonias populares del valle de México y sus alrededores. Gran cantidad de ellos eran jóvenes, punks incluidos. Participaron organizaciones tradicionales del movimiento urbano popular, como la UPREZ, los Panchos Villas, la CUT y la Asamblea de Barrios. Pero también mucha gente no adscrita a ellas, proveniente de la zona oriente de la capital. Son los que no tienen servicio de agua potable, los que padecen el estiaje. No faltaron los vecinos de la delegación Benito Juárez, que sufren el desabasto del líquido porque las autoridades panistas de la demarcación han expedido indiscriminadamente licencias para construir centenas de nuevos edificios.
Las protestas y reuniones alternativas fueron el punto culminante de varias movilizaciones previas, efectuadas en las ciudades que forman la corona urbana que rodea la metrópoli. En Cocotitlán, en el valle de Chalco, se reunieron 38 pueblos y cerca de 500 personas para discutir el desbordamiento salvaje de la ciudad y cómo enfrentarlo. En Cuautla, donde los habitantes rechazan la construcción de una gasolinera que contaminará los mantos freáticos, unas 150 personas se congregaron en el encuentro En defensa del lugar en que vivimos. En Tecámac, población convertida en la cloaca de la corona, sus pobladores se encontraron para oponerse a la instalación de una planta incineradora de basura, que ya fue rechazada en Tlaxcala, al tiempo que resisten la expropiación de los pozos de agua que manejan autogestivamente.
El malestar expresado en esos encuentros es parte de un descontento que crece entre amplios sectores de la población. La urbanización salvaje ha creado graves problemas hídricos en lugares como Tulancingo, Tula, Tlaxcala, Toluca, Atlacomulco, Puebla, Cuautla, Cuerna-vaca. Sus habitantes padecen agravios, despojos y servicios insuficientes. La marcha del 16 fue el termómetro de hasta dónde llega esa inconformidad.
La fiebre inmobiliaria que rodea la metrópoli ha levantado centenares de ciudades dormitorios, que son verdaderos guetos, organizadas alrededor de viviendas, pozos de agua y tiendas Oxxo. Los desarrollos se alimentan del robo de tierras de cultivo y bosques. La construcción de libramientos y gasolineras ha creado múltiples problemas a los pobladores de las comunidades sobre las que nacen esos proyectos. Por ejemplo, los acuíferos no se recargan. En la era de la basura trasnacional, donde los desechos plásticos y químicos no se pudren ni tampoco pueden quemarse, los basureros se han vuelto un problema adicional.
No se trata de un asunto exclusivamente chilango. Todo México está atravesado por conflictos hídricos. En Guadalajara se ha organizado el movimiento Aguas con el agua, y en los valles centrales de Oaxaca siete pueblos se han organizado alrededor de San Antonio para defender sus recursos.
Las jornadas contra la privatización del agua se alimentaron también de la caótica problemática nacional. Allí estuvieron quienes, como en el caso de La Parota, se oponen a la construcción de presas; los afectados por la "regularización" de los pozos de agua en zonas rurales; los colonos de Tulpetlac, que han sufrido la injerencia gubernamental sobre sus sistemas autónomos de distribución de agua potable; campesinos que en las zonas de riego agrícola son presionados para rentar sus derechos sobre el líquido; los pueblos indígenas que viven en el nacimiento del río Lerma.
El balance no puede ser más claro: el agua se ha vuelto un asunto central de la agenda nacional. El ecologismo se ha convertido en una fuerza nacional y popular.