Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 29 de septiembre de 2002
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Política
Guillermo Almeyra

Los intelectuales ante el imperio

Cuatro mil intelectuales de Estados Unidos se pronunciaron valientemente contra la decisión de la camarilla que gobierna la Casa Blanca de arrogarse el derecho de declarar, en cualquier momento y contra cualquier país, una guerra preventiva, y de preparar la guerra contra Irak prescindiendo de la legalidad internacional y de las mismas Naciones Unidas. Hay que destacar la importancia de este pronunciamiento y además el valor de los firmantes, que defienden a la vez el derecho internacional y los derechos democráticos en Esatados Unidos, pisoteados por la Patriotic Act y por las medidas represivas y anticonstitucionales del gobierno de los petroleros y armamentistas. Sin embargo, hay que lamentar simultáneamente la pobreza cultural, la insensibilidad o, pero aún, la complicidad pasiva de la mayoría de los intelectuales, mexicanos y de otros países, que dejan pasar en silencio la imposición imperial de una doctrina que borra de un solo plumazo las soberanías nacionales e impone el totalitarismo en Estados Unidos y el terrorismo de Estado organizado por Washington en el resto del mundo. La doctrina de la guerra preventiva con su corolario de la responsabilidad colectiva de los pueblos por los actos o las palabras de sus gobernantes, es una doctrina fascista. Supone que se puede matar preventivamente a un niño, porque se cree que, una vez adulto, podrá atacarnos, y que las intenciones de agresión o de reacción (para colmo presumidas por quien tiene motivos de sobra para que lo odien) justifiquen por sí mismas una guerra antes de que se concreten en acto alguno. Por supuesto, para medir las intenciones ajenas, como el proceso de rearme, Washington justifica e instaura su espionaje y su injerencia constante en todos los países. Y con su teoría da el tiro de gracia a la ONU, como Hitler y Mussolini se lo dieron a la Sociedad de las Naciones con sus actos bélicos unilaterales antes de la Segunda Guerra Mundial.

Hay motivo de sobra para que un intelectual, que en teoría debería preocuparse por los principios, por la civilización, por el derecho, por el bien de la Humanidad, se indigne, se movilice, proteste, denuncie la barbarie. Pero no se ve esa respuesta: hay en cambio silencio ante lo que hace el dúo Bush-Sharon en Palestina y sobre la pretensión israelí de determinar quién debe ser el gobierno palestino y de destruir al pueblo, supuestamente para castigar a Yasser Arafat. Y los mismos que sólo juntan firmas o protestan contra el gobierno de Fidel Castro en Cuba, por ejemplo, permanecen impertérritos ante atentados infinitamente peores contra los derechos democráticos en Estados Unidos y ante los crímenes constantes que este país promueve y organiza en todo el mundo.

Pero hay "intelectuales" aún peores. Por ejemplo, en una revista político-literaria abundantemente financiada por Carlos Salinas de Gortari aparecen en su reciente número brulotes contra la Independencia mexicana y contra sus protagonistas. Es la misma línea que había llevado a intentar cambiar, en el gobierno de Ernesto Zedillo, los libros de texto gratuitos para podar de la memoria histórica de los mexicanos a los Insurgentes y también la respuesta a las invasiones estadunidenses. Aclaremos: no hay en ese libelo un intento de eliminar los iconos y bajar de los altares a los hombres de la Independencia, para hacer de ellos personajes de carne y hueso, con contradicciones y límites históricos y personales. Eso es legítimo y es, además, un deber para todo historiador. Hay en cambio una defensa del conservatismo y de la reacción, echando mano para eso de reaccionarios del pasado, como Alamán. Es la misma tendencia que lleva al PAN a tener a Iturbide como héroe máximo. Los argumentos centrales de esos señores sostienen que en la Colonia se estaba mejor, había orden y prosperidad y un poder centralizado que cobraba los impuestos, y que la Revolución causó el caos. También se dice que la Revolución fue obra de curas, "que desataron los indios y la canalla" y por eso fue sangrienta y con olor de incienso y, por último, que Hidalgo y Morelos eran hipócritas e inconsecuentes.

Que historiadores descubran ahora que las revoluciones causan daños económicos, que las guerras civiles son dañinas, que sus protagonistas están siempre llenos de contradicciones parece cosa de Perogrullo. Lo lamentable es que no se preocupen por qué se produjo la revolución de Independencia no solamente en México sino también, contemporáneamente, en todas las colonias españolas de América y que no intenten ni siquiera explicar por qué la baja intelectualidad de la época (curas y oficiales de baja graduación) rompieron con la jerarquía de la Iglesia y con los altos mandos y fueron cuadros insurgentes. No son los curas y los oficiales los que explican la revolución de Independencia, sino la necesidad de ésta lo que provocó la ruptura vertical de los órganos de dominación españoles (Iglesia y fuerzas armadas), cosa que los historiadores por lo menos deberían intuir (sobre todo a la vista de lo que sucedió desde el Concilio de Medellín y sigue sucediendo con los curas de la Teología de la Liberación).

¡Qué raro que cuando Estados Unidos anula la soberanía de todos los estados florezca el revisionismo que intenta borrar la identidad nacional o cunda el silencio entre quienes se autoproclaman elite! 

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