José Steinsleger
Ideología a la cacerola
Buenos Aires, Argentina. La llamada "clase media" de América Latina está constituida por un magma heterogéno en lo social, confuso en lo ideológico, ambiguo en lo político y con sus necesidades básicas satisfechas en lo económico. Al margen de como le vaya en la feria, todas las taras de la condición humana se conjugan en el espectro clasemediero.
De comportamiento pasivo o volátil, conformista o rebelde, las clases medias latinoamericanas aglomeran por igual a personas de distinto origen social y niveles educativos diversos. Básicamente urbanas, de gustos populares, su identidad se construye sobre sectores con aspiraciones de consumo, viajes e instrucción.
Politizadas sin cultura política, la cultura "universal" les fascina. Si europea, mejor. Y quizá porque en el fondo se saben indefinidas, Borges, Fuentes o Vargas Llosa las representan en su expresión literaria más acabada: mezcla de razas y herencias de historia breve, carácter no formado, instituciones ideales, coctel, fermentación.
Y eso, cuando leían y gozaban de cierta prosperidad. Porque hoy, cuando ya nada es previsible ni seguro, Fernando Savater, Paulo Coelho y los manuales de autoayuda se encargan de modelar su mundo de mistificación, de ilusiones y sueños desaforados, de frustraciones constantes y sentimentalismo creciente.
La clase media argentina, por ejemplo, la "más culta" del continente según la leyenda, siempre tuvo gran olfato político: liberal en los años veinte, conservadora en los treinta, nacionalista en los cuarenta, golpista en los cincuenta, desarrollista en los sesenta, progresista en los setenta, socialdemócrata en los ochenta y neoliberal en los noventa. ƑY hoy qué será?
Cavilaba sobre el asunto en medio del ruido de las cacerolas en una zona exclusiva de Palermo, cuando un señor de 65 años que cargaba un perrito más enojado que el dueño me dijo: "ƑTe das cuenta? Estos hijos de puta me robaron mis ahorros". Le digo: "Pero seguro que usted votó a Menem y a Cavallo..." Respondió: "ƑY eso qué tiene que ver? šLa política me importa un carajo! šQue venga Fidel Castro o Pinochet! šYo quiero que me devuelvan la guita (dinero)!"
El monero Daniel Paz, del periódico Página 12, ilustra la situación: en el "Banco del más allá", un cliente introduce su tarjeta y la pantalla del cajero automático se ilumina con una leyenda que dice: "Hola, estoy bien. Pero los extraño mucho. Tengo miedo... šOh! veo una luz al final del túnel". Atónito, el cliente se dirige a su mujer: "Vieja, no sé qué pasa... el cajero habla de una luz..." La señora se estremece: "šššNo!!! šQue no vaya hacia la luz!"
Humor que no alcanza para conjurar la ira de las multitudes clasemedieras. En el corralito bancario han quedado atrapadas sus cuentas corrientes en pesos y en dólares, pensiones, salarios y depósitos a plazo fijo y ya se habla del posible avance de los banqueros sobre las cajas de seguridad.
"šLa deuda se pagó!"; "šAznar ladrón!"; "šBush, la concha de tu madre!"; "šFMI terrorista!". Y esta "gente" partidaria de la "libertad", pero reacia a la igualdad, esta gente que siempre renegó del "pueblo" y permitió que sus verdugos conduzcan la "democracia", pinta con aerosol los bancos, rompe los cajeros automáticos, putea a los jueces de la Corte Suprema que avaló el corralito, se autoconvoca, delibera y golpea sus cacerolas por las elegantes calles de Buenos Aires... sin saber adónde ir.
Algunos sectores de la izquierda alucinan con la situación "prerrevolucionaria". Otros teorizan acerca de la identidad de los "nuevos sujetos sociales". Pero la culta clase media argentina que en 1995 le dio el voto a Menem por segunda vez y festejó el "genio" de Cavallo por temor a que aumentasen las cuotas y préstamos contraídos en dólares, no exige redistribución del ingreso ni justicia social ni reforma agraria ni la "revolución productiva" que el ex gobernante prometió en 1989. Sólo quiere que le devuelvan la guita. Tiene razón. La clase media argentina tiene razón porque tras haber confiado en las bondades de los inversionistas y en los bancos que patrocinaban la corrupción política, ve ahora en sus logotipos la imagen del enemigo. Tampoco se equivoca, pues la realidad, y no "la izquierda", le demostró que en el "libre mercado" y el capitalismo a ultranza, el salario y las cuentas bancarias son la única propiedad susceptible de ser violada.
He visto y oído a la clase media argentina gritar "si éste no es el pueblo, Ƒel pueblo dónde está?". Patético. Porque también gritaba, faltaba más, que no se la confunda con el "pobrerío" y con "los negros de la villa", tomando distancia de quienes cuidan las cacerolas para echar los garbanzos del día, lo único que tienen.
La cacerola se ha convertido en el emblema de 2 millones de argentinos atrapados en el corralito y el hambre en la causa de 14 millones de pobres que se organizan para construir la Argentina del futuro. Espacio en el que los nuevos pobres de la clase media serán recibidos con generosidad, tal como corresponde cuando en lugar de "público" (como dice el FMI), o "gente" (como dicen los liberales), se habla de los pueblos y de sus verdades.