Luis Linares Zapata
Sociedad o privilegios
Durante décadas, en la construcción del México moderno, la sociedad pasó desapercibida como agente constructor de la actualidad nacional. Tutelada por un Estado benefactor quedó envuelta en el nacionalismo revolucionario que puso todo su acento en el gobierno como eje articulador de los esfuerzos organizadores. Pero ahora, y poco a poco, la cultura ciudadana se ha ido abriendo paso en un proceso de desarrollo que ubica a la persona como el pivote y referente del accionar público. Para afianzar tal centralidad del individuo, al ciudadano se le exige sortear grandes dificultades. Algunas de esas trabas provienen de los remanentes corporativos que aún subsisten en entidades cruciales para su desenvolvimiento y, otras más, le vienen de sus propias debilidades y falta de claridad a lo hora de enfrentar sus quehaceres y responsabilidades.
Los variados regímenes impositivos que se han ensayado en el país son transparente ejemplo de cómo la sociedad ha pasado de ser entendida como una masa desvalida e incapaz a otra distinta realidad que la aprecia como actora de sus propias conveniencias. Quizá la característica básica del sistema impositivo mexicano ha sido, hasta hoy, su regresiva naturaleza. Plagado de exenciones, discrecionalidades y subsidios indiscriminados se hizo por demás injusto con las mayorías, insuficiente para financiar la construcción de un Estado digno, dispendioso y cómplice con los que lo presionaban y complicado en su operación. La evasión fue la regla y no su excepcional problema. Los mejor situados en la escala de ingresos han sido los que, en proporción, menos contribuyen con el erario. Hasta los toreros lograron evadir el pago de impuestos.
El resultado fue, y todavía es, una hacienda pública raquítica e incapaz de apoyar los programas que pudieran compensar, redistribuyendo recursos, las enormes disparidades sociales que son el oneroso distintivo del México actual. El gasto público no pudo actuar como correspondía a un aparato económico que creció, durante años, a velocidad suficiente para situarlo entre los más grandes del planeta. Aun el uso depredador del petróleo no pudo servir como sustituto de las carencias impositivas y sí adormeció, al diluirlas, las responsabilidades de cada quien, retardando la maduración de la cultura ciudadana. Hoy sólo se recauda un magro 11 por ciento respecto del PIB, cuando apenas 25 por ciento comienza a ser una cifra significativa y suficiente para impulsar el negocio colectivo en que se multipliquen las oportunidades para todos. Pero esta cifra no es, ni siquiera, la meta. Sobrepasarla es una exigencia que impone la aspiración de lograr un bienestar generalizado y de calidad. Los mismos niveles aceptables y crecientes de seguridad pública están íntimamente atados a recaudaciones masivas. El crimen se combate reduciendo desigualdades y eliminando la marginación al tiempo que se integra un aparato eficiente para mantenerlo a niveles tolerables.
En estos días posteriores a un esfuerzo, poco reconocido, por introducir correctivos al sistema impositivo, sobre todo desde la perspectiva redistribuidora (ISR), la alharaca levantada por grupos de interés, medianamente afectados aún, es ensordecedora y hasta torpe. Los impuestos especiales (lujo) son los culpables del escándalo. Estos son un sustituto, se espera que temporal, para buscar el método de hacer extensivo el otro complemento necesario para una reforma fiscal completa, sin que se castigue desproporcionadamente a los más débiles: el IVA. Con estos dos instrumentos, el ISR y el IVA, se erige una hacienda que responda a los imperativos de progreso. Pero hay que completar el círculo con la cultura ciudadana que le dé contenido y sustento y, sobre todo, vigile y module el accionar del presupuesto gubernamental.
Es lamentable ver y escuchar a los distintos grupos de contribuyentes tratando de evadir sus deberes. Ya se trate de empresarios, productores, asalariados, profesionistas, exportadores o creadores. Es cierto que muchos grupos de personas, empresas estratégicas o actividades básicas requieren del impulso fiscal, pero no de manera total e indefinida en tiempo. No hay privilegios justos, tampoco actividades o personas de calidades distintas ante la ley. Que nadie pague su cuota en especie, ya sea con tiempo de aire o pinturas. Sólo pueden admitirse conveniencias circunstanciales para impulsar regiones deprimidas, mitigar ausencias o errores, atraer sectores con tecnologías de punta, controlar excesos o alentar la cultura multiplicadora de la energía colectiva. Una vez alcanzados ciertos objetivos con tales apoyos se tiene que retornar a una normalidad donde todos, chicos o grandes, creativos o de mediano talento, paguen sus impuestos y no continúen difuminando sus pretensiones de excepción.