VIERNES Ť 30 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Washington, Islamabad, Moscú y Teherán tienen planes para el país centroasiático
Uzbekistán, uno de los principales interesados en un pronto arreglo político en Afganistán
Ť Desánimo en torno al presidente Karimov ante inminente acuerdo interafgano en Bonn
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 29 de noviembre. Como país limítrofe, y tras asumir los riesgos de desempeñar un papel clave en el apoyo logístico a Estados Unidos para su guerra en Afganistán, el gobierno de Uzbekistán está muy interesado en que se alcance pronto un arreglo político postalibán.
La proverbial cautela uzbeka, mezcla de tradición oriental y hermetismo de un régimen autoritario, se traduce en silencio oficial sobre el desarrollo de la reunión que sostiene la Alianza del Norte con tres facciones del exilio pashtún, en las afueras de Bonn, Alemania.
No hay comentario oficial, pero ello no impide que, en conversaciones en corto, siempre off the record, funcionarios cercanos al entorno del presidente Islam Karimov expliquen las razones de su falta de entusiasmo ante lo que los participantes califican de un "acuerdo inminente" en la conferencia de la antigua capital alemana.
Es una cuestión de representatividad, consideran aquí. Cualquier acuerdo que excluya a los pashtunes que están combatiendo en estos momentos por hacerse del control de Kandahar y del resto del sur de Afganistán, quienes tarde o temprano van a reclamar la cuota de poder que corresponde a 45 por ciento de la población afgana, puede crear falsas expectativas.
Hasta ahora, da la sensación de que la Alianza del Norte, desde la fuerza que le da tener los soldados que los otros tres grupos no tienen, hace concesiones sin preocuparse demasiado. Busca legitimidad a través de un Consejo Nacional que deberá elegir una administración provisional, premisa para el reconocimiento internacional y el dinero foráneo.
La situación puede cambiar drásticamente cuando la negociación entre en una segunda fase decisoria, en territorio afgano, a comienzos del año próximo, previa a la Loya Jirga (gran asamblea) que se prevé celebrar en la primavera y de la cual saldrá realmente el gobierno provisional para los siguientes dos años.
Estados Unidos, al forzar estos días la toma de Kandahar, quiere que lo antes posible la correlación de fuerzas en Afganistán sea un tanto diferente a la actual y los pashtunes -los otros pashtunes- tengan ya no sólo voz.
Por ello, insisten los funcionarios uzbekos, el problema vendrá a la hora de repartir puestos entre los distintos grupos. Es prematuro, desde su perspectiva, afirmar que quedó atrás el riesgo de que se redite la guerra civil de los noventa, cuyos coletazos en forma de incursiones del prohibido Movimiento Islámico de Uzbekistán se sintieron aquí con especial dureza, aparte de que no es claro cuándo y con qué fortuna aparecerá la guerrilla talibán en la escena afgana.
El arreglo político postalibán se desprende de la opinión que prevalece en las instancias del poder en Tashkent, es un proceso complejo, que tiene por lo menos tres dimensiones: la interna, el acuerdo en la Alianza del Norte, la interafgana, el entendimiento con los pashtunes del sur, y la externa, el comportamiento de los países interesados en alinear a Afganistán en proyectos geopolíticos.
Todas son importantes y hasta podría decirse que los avances deben ser simultáneos, pues los desequilibrios pueden arruinar todo el esfuerzo de conciliación, frágil en un país que ha tenido guerra durante los últimos 22 años.
Tashkent no oculta que vincula su estrategia de seguridad a una de las facciones de la alianza, la del general uzbeko Rashid Dostum, llamado a garantizar -en pago por el apoyo recibido y hasta por razones de origen étnico- la tranquilidad de la zona colindante.
De ahí que atribuya particular significación al acuerdo interno en la Alianza del Norte. Hasta ahora, más allá de que tadjikos (25 por ciento de la población afgana), hazaras (19 por ciento) y uzbekos (seis por ciento) se unieron para combatir al talibán, unión formal que resultó un auténtico fracaso durante cinco años hasta que comenzaron los bombardeos estadounidenses, no hay evidencias de tal acuerdo.
Por el contrario, cada día surgen testimonios que confirman el malestar que causa en los tadjikos y hazaras el protagonismo que ha adquirido Dostum y su ambición por extender su dominio a regiones que están fuera de su ámbito tradicional.
El triunvirato tadjiko de Kabul -Qanuni, Abdullah y Fahim- reprueba la táctica de Dostum de atraer a su administración a los pashtunes del norte, mediante una amnistía, que le sirvió para incrementar el número de sus soldados, además de apropiarse del arsenal incautado en Kunduz.
Mientras connotados comandantes talibanes se sumaron, con la mayoría de sus hombres, al ejército de Dostum, la radio de Mazar-e-Sharif no tiene empacho en llamarlo "vicepresidente del Estado Islámico de Afganistán y comandante en jefe de las fuerzas armadas en la zona norte del país".
Los tadjikos, al parecer, tampoco pierden el tiempo y, para debilitar a su aliado uzbeko, ya invitaron a Kabul a Abdul Malik, el mayor enemigo de Dostum, desde que lo traicionó en 1997 al entregar Mazar-e-Sharif a los talibán, a cambio de una fuerte cantidad de dinero y sin combatir.
Karim Halili, el líder de los hazaras, e Ismail Jan, amo y señor de Herat, se sienten marginados por el triunvirato tadjiko de Kabul que, a cambio de ofrecer la cabeza de un cadáver político, como Burhanuddin Rabbani, piensan llevar la voz cantante en la administración provisional.
Aquí el panorama se complica, aseguran los interlocutores uzbekos de La Jornada, cuando los pashtunes del sur dejen de ser representados por exiliados sin poder real dentro de Afganistán. Todos los pashtunes, se tiene claro aquí, están interesados en privilegiar la figura decorativa del ex monarca Zahir Shah, como símbolo de su grupo étnico.
Mucho va a depender de quién y bajo qué condiciones, sin excluir un tácito entendimiento con los líderes talibán, emerja como hombre fuerte de Kandahar, la llave para controlar el sur del país.
Por el momento, no se sabe cómo van a reaccionar, cuando ostenten un poder real equiparable a la actual fuerza militar de la Alianza del Norte, jefes tribales como Hamid Karzai, Yunus Jalis o Jalaluddin Jakkani, el prototipo de "talibán moderado" que en cualquier momento se reconvierte a simple líder pashtún.
Tampoco se sabe si va a quedarse en amenaza la intención de Gulbuddin Hekmatyar, exiliado en Irán, de volver a Afganistán para levantar en armas a sus hombres. Este controvertido ex comandante mujaidin llegó a tener un ejército de cien mil soldados, que influyó de modo decisivo en la retirada de las tropas soviéticas.
Ellos y otros líderes pashtunes, dicen los funcionarios uzbekos, no pueden quedar al margen de la negociación de un arreglo político y muy pronto, en Kabul, volverá a plantearse la disyuntiva: acuerdo o guerra civil.
La dimensión externa del arreglo político talibán, advierten, se manifiesta en los movimientos debajo de la mesa que se observan en Bonn, pero empezará a cobrar fuerza a partir de que se consolide un liderazgo pashtún en el sur de Afganistán.
Entonces, Estados Unidos, Pakistán, Rusia e Irán, principalmente, tratarán de inclinar la balanza en su favor, pues cada uno de ellos tiene planes propios, y no necesariamente coincidentes, respecto del futuro de Afganistán.
El despliegue de una fuerza multinacional, aceptada en principio por la Alianza, si al arrancar el mecanismo político de transición la sigue considerando oportuna, obedece no sólo al deseo de contribuir a la estabilidad de Afganistán. Aunque sus promotores lo callen, es también una poderosa herramienta para influir en Afganistán.
Los funcionarios uzbekos, quizá más por realismo que por modestia, no incluyen a su país dentro de los factores externos que pueden incidir en la situación afgana. Les basta con ponerse de acuerdo con Washington y, para ello, esperan al secretario de Estado Colin Powell a comienzos de la semana próxima.