miercoles Ť 28 Ť noviembre Ť 2001

Arnoldo Kraus

Violencia contra mujeres

Al calendario le faltan días. La tolerancia, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida o los desaparecidos, entre otros, son algunos de los temas que preocupan a la humanidad y que son motivo, a nivel internacional, de sendas conferencias -quizá tan inútiles como magnas. Lo mismo sucede con el Día Mundial de la No Violencia contra la Mujer, conmemorado cada 25 de noviembre, sobre todo a partir del interés de organizaciones femeninas latinoamericanas y del Caribe. La naturaleza de los temas y la simple evocación de éstos -guerras, violaciones, ecología- son espejo de las grandes mermas y de las enormes deficiencias morales que envuelven a la humanidad. Al calendario le faltan días: son más los motivos de indignación y de escepticismo que aquellos que merecen celebrarse.

Ni las distancias ni las diferentes culturas ni los tiempos y ni siquiera el nivel socioeconómico perdonan. Por doquier, en distintas formas y con características heterogéneas, la agresión, consciente o inconsciente, contra el sexo femenino es común.

En muchas circunstancias "lo común" se torna costumbre y regla, por lo que casi no existen espacios para el disenso. La mutilación de los órganos genitales femeninos, practicada al menos en 28 países africanos -algunos de los cuales incluyen la infibulación, que es una escisión parcial o total de los genitales externos y sutura de los dos labios mayores dejando apenas un orificio pequeño para orinar, que en muchas ocasiones, debido a que se practica en pésimas condiciones de higiene, causa la muerte o infecciones graves-, o los asesinatos como parte del "paisaje natural" de Ciudad Juárez son ejemplos cotidianos.

A nivel mundial se ha incrementado el número de mujeres que mueren -la gran mayoría pobres- al ser sometidas a legrados o procedimientos poco ortodoxos y sin higiene; la prostitución infantil en varios países asiáticos y latinoamericanos es cruda realidad y se sabe que ha cobrado algunas vidas. La competencia desigual en diferentes ámbitos académicos y profesionales, y el nimio número de mujeres en "las grandes academias" -siempre se subraya cuando una mujer es la primera en ingresar- o la enjuta cifra de mujeres merecedoras del Nobel son otros ejemplos.

Agrego un último suceso, entre surrealista, kafkiano y mexicano: en Yucatán, apenas días atrás, dos profesoras de preparatoria fueron despedidas por haber vestido pantalones -el director las llamó machorras y lesbianas. El mosaico es enorme y abigarrado, ajeno a la sensibilidad humana, distante de los diversos progresos y, en muchas ocasiones, está "dolorosamente presente".

La subordinación ancestral y la inferioridad con la que se ha calificado al sexo femenino, y que muchas veces inicia al nacimiento -mejor hijo que hija-, han sido fenómenos casi invisibles, silenciados. Se ha considerado que esas condiciones no son solamente un rasgo natural de las sociedades, sino incluso algunas de las razones que fundamentan el funcionamiento de la propia comunidad. Obviamente estos dislates han sido semillas para que la violencia genere más violencia.

Esa invisibilidad -sin incluir la hostilidad en el hogar, que por darse en "la santidad de la casa" es a menudo ignorada- y la falta de respuestas adecuadas por parte de la mayoría de los gobiernos del Tercer Mundo son algunas de las explicaciones por las cuales existen, tan sólo en América Latina, más de 400 organizaciones no gubernamentales preocupadas por la violencia contra las mujeres. De hecho, para la mayoría de estas agrupaciones la inquietud fundamental gira en torno a la violencia.

Diversos estudios han sugerido que la pobreza, la militarización, la subordinación económica de la mujer, el fundamentalismo religioso y la falta de propiedades son algunas de las causas principales de la violencia. Habría que agregar menos años de estudio y menor capacidad de movimiento cuando se comparan con los hombres. Las mujeres, huelga decirlo, seguirán estando en riesgo mientras sigan dependiendo social y económicamente de los hombres.

El silencio, como en tantas otras circunstancias, es el mejor aliado para que las situaciones antes enumeradas sigan perpetuándose. Algunas dirigentes de movimientos que bregan por disminuir la violencia contra las mujeres consideran que se requiere un compromiso universal de igualdad entre hombres y mujeres, similar a los que buscan la igualdad racial.

Los días internacionales y los calendarios deshojados son llamados a las buenas conciencias, pero su eficacia es dudosa. El quid en este mundo, donde la construcción debe emerger a partir del escepticismo, radica -"donde se pueda"- en modificar la idea de que las mujeres son diferentes y en combatir los argumentos que sustentan que son física, sicológica y socialmente inferiores. Simone de Beauvoir lo decía mejor: "en un mundo definido por y para los hombres, las mujeres son 'el otro' ".