domingo Ť 25 Ť noviembre Ť 2001

Guillermo Almeyra

Los piqueteros, los cocaleros y ainda mais

Argentina se encamina al naufragio inexorable de la política del talibán Domingo Cavallo (que, con el "riesgo país" a más de 3000 hace que el interés pagado a los prestamistas e inversionistas supere en 30por ciento la tasa normal y sea insostenible). Ya el déficit cero es una farsa, porque las cifras cuadran sólo mediante malabarismos contables. Y la paridad monetaria también lo es, porque las provincias emiten sin control bonos (los Lecop), que son instrumentos monetarios paralelos al peso, que así se devalúa de hecho, mientras el gobierno federal ve reducirse como la piel de zapa su base impositiva.

Las reservas, por su parte, se evaporan día a día. Es sólo cuestión de tiempo la cesación de pagos y una posible devaluación del peso precedida o no por la desdolarización o seguida en cambio por la dolarización.

El ambiente social se caldea, se suceden las manifestaciones y movilizaciones. Una expresión de esta temperatura es el movimiento de los piqueteros, que en todo el país cortan las rutas y el acceso a las ciudades, para exigir trabajo. El mismo utiliza los métodos de lucha y el tipo de organización clásicos del movimiento obrero argentino.

En este sentido es una continuación de ese pasado pero con la enorme diferencia de que la resistencia no tiene como base los contingentes industriales, muy disminuidos y golpeados, ni tampoco las fábricas, sino los desocupados, la población pobre o en pauperización acelerada, y que el movimiento no se da como objetivo afectar la producción y poner en discusión así el derecho de propiedad del empresario, sino politizar la resistencia cortando las comunicaciones, que en la época del just in time y de la mundialización son más vitales que nunca.

Esta resistencia activa va de la mano con formas importantes de resistencia pasiva o de organización colectiva de la lucha por la sobrevivencia, como los "roperos" (talleres autorganizados de refacción masiva de ropas usadas donadas, para su distribución a los necesitados o su venta barata para conseguir fondos colectivos); los grupos de trueque, que movilizan más de medio millón de personas que, fuera del mercado, intercambian bienes o servicios de todo tipo; o los cultivos urbanos colectivos de frutas y verduras para el autoabastecimiento.

La solidaridad y la autorganización comunitaria tanto para la lucha como para la sobrevivencia cotidiana resisten las políticas de la alianza entre la oligarquía financiera y el capital financiero internacional. El pasado resiste en el presente, que utiliza el capital solidario y colectivo acumulado y condensado por décadas por una clase obrera fragmentada, profundamente modificada pero a la que nadie "le quita lo bailado", aunque sus piernas y su vigor no sean ya los mismos.

El caso argentino no es único. Con otro ritmo y otras características, también se están derrumbando en otros países de la región las bases de las políticas neoliberales, que son cada vez más inaplicables. Ellas echaron a los mineros bolivianos de las minas de estaño del Altiplano y los enviaron al Oriente recampesinizándolos desde el punto de vista productivo, pero sin poder borrar su tradición organizativa y política obrera. Convertidos en productores de coca, estos cocaleros enfrentan ahora el intento de arrojarlos nuevamente a otras tierras boscosas, destruyendo su producción que combinaba la coca con el cultivo y la ganadería en pequeña escala.

Los cortes de carreteras, los enfrentamientos con las fuerzas represivas (los muertos, por ahora, son sólo campesinos), la amenaza de volar los puentes con la dinamita que saben usar los mineros, la decisión de formar un ejército propio para enfrentar el del Estado, mantienen la tradición de los trabajadores bolivianos de construcción del poder dual, de relaciones paraestatales paralelas a las del gobierno. Otra vez la historia se perpetúa en el presente de lucha. Y los cocaleros, que utilizan los métodos y las políticas obreras antiestatales y anticapitalistas que durante años popularizaron los mineros, encuentran eco en el movimiento cochabambino que impidió la privatización del agua, o en la resolución de los aymaras del Altiplano que obligó al gobierno a aceptar formalmente sus reivindicaciones utilizando para ello el bloqueo de los accesos a La Paz.

Estos casos, como también el del presupuesto participativo practicado en Rio Grande do Sul, en Brasil, como práctica de democracia, escuela de politización y administración, construcción de subjetividad y de visión colectiva y recuperación de la solidaridad y el espacio público, muestran que no sólo se derrumban las bases de la política neoliberal. También, impulsadas por la recesión, las necesidades y la crisis de quienes dominan, están surgiendo las bases sociales y culturales para una posible y necesaria alternativa. Ť

 

galmeyra@jornada.com.mx