MARTES Ť 6 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Teresa del Conde
Poesía y pintura
Así se tituló la comunicación que presentó Eudoro Fonseca Yerena en el encuentro de escritores al que me referí en mi artículo anterior. Por mucho tiempo la denominación ''pintura'' comprendió a todas las artes plásticas y de aquí que Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) haya tomado al Laocoonte del Vaticano como título para su tratado de estética que corresponde a la famosa expresión de Simonides Ut pictura poesis (como la poesía es la pintura), cosa que no es cierta, aunque es evidente que la mayoría de los pintores gustan de la poesía y que los poetas (Alberto Blanco sería entre nosotros un ejemplo actual, pero hay muchísimos más, empezando por Villaurrutia y por Octavio Paz) suelen apreciar y disfrutar la pintura, cosa que le sucede a Fonseca y de aquí que su intervención -bien urdida- me haya resultado interesante.
Debido a que Alberto Dallal ha convocado a establecer las disposiciones básicas para un coloquio del Instituto de Investigaciones Estéticas, que versará sobre los procesos creativos, para efectuarse el año próximo, me interesa comentar el trabajo del poeta Fonseca, que fue discípulo de Miguel Donosa. Desafortunadamente no pudo permanecer todos los días que duró el encuentro, dadas sus funciones en el CNCA, pero con suma gentileza me proporcionó su escrito. Propuso como punto de partida la aceptación de un supuesto: ''Hay un sustrato común a todo arte y a todo artista, todo acto creativo, todo impulso creador tiene una misma naturaleza y un mismo origen: la madera torcida de la que estamos hechos todos los seres humanos -para usar una expresión de Kant''.
No objeto esto, absolutamente todos los seres humanos estamos hechos de madera torcida -creo que unos más que otros- pero si bien es verídico que el arte llena un hueco (relacionado con la pulsión de muerte freudiana), las relaciones entre poesía y pintura, de existir, han cambiado muchísimo durante los últimos tiempos. Tendríamos que remitirnos a la poesía concreta, que conjunta el logos con la forma, para de allí partir a analizar los intentos nutridísimos que unen actualmente la palabra con lo visual. Nutridos, sí, pero en una gran mayoría de casos banales. Carentes, bien sea de ritmos, signos, metáforas, contigüedades, que según el autor al que me refiero serían capaces de ''abolir los significados habituales de las palabras'', o bien de esas estructuras básicas, inaprensibles a simple vista quizá, que hacen que un dibujo, una pintura, una escultura, etcétera. pervivan su momento al adherirse a la memoria.
Sucede que a veces se crean híbridos, tanto entre los pintores como entre los poetas y por ende me permito poner en cuestión la frase con la que termina el discurso de Fonseca: ''El pintor habla el lenguaje de las formas, el poeta hace visible el color de las palabras''. Claro está que en algunos casos así puede suceder, pero igual que me parece acertado enunciar que ''en un poema cada palabra es insustituible (porque) el poema es un artefacto de alta precisión''' del mismo modo siento incompleta la visión que Fonseca tiene sobre el pintor; ''es por excelencia un productor de imágenes, de signos visuales, de paisajes y retratos''. ƑY si nada hay de esto en una pintura? Entre los pintores del siglo XX que yo más aprecio está Rothko (1903-1970) en su fase intermedia y final. Con él todavía podía pensarse en atmósfera como signo visual. Pero, Ƒqué sucedería con Ives Klein (1928-1962) cuando expuso los cuadros azules todos iguales, o bien cuando dejó la galería Iris Clert en París vacía? Klein estaba en el lindero de lo conceptual y del performance, era esotérico y hasta perteneció a los rosacruces. Sus gestos, válidos sin duda en los momentos en los que ocurrieron, desafortunadamente han tenido infaustos seguidores. Para cuestionar de modo efectivo los modos consabidos de expresión hay que tener algo más que ganas. Lo mejor de esta ponencia que escuché es que hace pensar.