martes Ť 6 Ť noviembre Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

ƑPresidencia erosionada?

La ecuación no es fácil de encontrar: la relación del poder con los medios de comunicación, con la prensa, no resulta fácil en ninguna democracia del mundo. En México esta relación ha cambiado de forma drástica y el tránsito ha sido afortunado; de la censura y la represión, hemos pasado en los últimos años a una libertad de expresión amplia y consistente, y ahora necesariamente conflictiva. No se podría entender de otra forma cualquier proyecto democrático. Sin embargo, con el actual gobierno se ha llegado prácticamente a un enfrentamiento.

El presidente Fox señaló durante su pasado programa sabatino, casi con desesperación, al menos tres afirmaciones que merecen un análisis: "hemos estado bajo una metralla impresionante por una sarta de babosadas"; "ya dejé de leer una buena cantidad de periódicos"; "ni se crean que me van a tumbar a mí con críticas de periódicos". La libertad de expresión, como pieza básica de una democracia, necesita de respeto y de amplitud para desarrollar su trabajo. La prensa mexicana se ha ganado la libertad que hoy existe; incluso una parte significativa de la alternancia se logró por esta libertad de expresión. No deja de resultar una paradoja que un Presidente con todas las credenciales democráticas se sienta molesto con la prensa. Se vale quejarse, aunque no es lo más elegante en estos casos.

La primera crítica es, según el Presidente, por la mirada excesiva sobre lo irrelevante, es decir, que la prensa se fija en lo que no vale la pena y lo que sí, es decir, los logros y lo positivo, no se tocan. El señalamiento no se sostiene porque la prensa refleja lo que se ve y la verdad es que un presidente que quiere romper formas se arriesga a una doble crítica, por lo que dice y por lo que hace. Un presidente que recurre de forma cotidiana al público y que todos los días está expuesto a los medios para dar la nota, resulta ser un presidente que abre muchos frentes, toca muchos temas, dice muchas cosas, hace muchos ofrecimientos y promesas y con frecuencia habla de forma coloquial, y resulta también ampliamente criticado. La prensa refleja lo que ve. Además, los resultados de este gobierno no se distinguen por su acumulación.

La segunda afirmación es una queja, una molestia, es decir, me critican, pero distorsionan lo que digo, mienten y calumnian. Entonces lo mejor que pudo hacer es dejar de leer los diarios, o muchos de ellos, porque dice Fox: "me amargaban un poco el día". En un espacio de libertad de expresión, los medios, y la prensa en concreto, se juegan una parte importante de su viabilidad sobre la base de la credibilidad y la confianza de los lectores. Ya se terminaron los tiempos en que el poder pagaba para mantener complicidad y obtener la complacencia de los medios. Se puede recordar todavía aquella expresión de López Portillo: "no pago para que me peguen"; antes el poder pagaba para que lo alabaran.

Afortunadamente, esos tiempos ya se han ido, pero no deja de ser preocupante que el presidente Fox deje de leer la prensa; cómo se puede gobernar sin información. La libertad de expresión no se puede controlar desde el poder, porque una prensa libre no está para darle gusto al poder; al mismo tiempo cada medio sabe y mide su tono y su modulación.

Quizá lo más preocupante es el tercer comentario: resulta un error que el mismo Presidente haya llevado el tono hasta el extremo de que la crítica pudiera derribar la Presidencia. Este derrumbe no forma parte del imaginario político, pero ahora tal vez será un fantasma que alimentarán los adversarios al foxismo. En un proceso de transición como el que vivimos en México, se han movido los referentes de la política; las formas de evaluar el desempeño de un gobierno de alternancia son una novedad, lo cual implica que todos los actores están aprendiendo a moverse dentro del nuevo espacio democrático.

Un día después del programa de radio, el presidente Fox cambió de actitud y consideró que era necesario hacer una especie de pacto e invitó a la prensa a que deje de "erosionar o destruir la Presidencia de la República" (La Jornada, 5/11/01).

Me permito descartar el supuesto de que la prensa en México quiera destruir la Presidencia, no se trata de una prensa golpista. Acepto que la crítica ha sido muchas veces severa, pero cómo podría ser de otra forma frente al actual panorama del país. Los índices de aprobación del Presidente han bajado, pero no se debe a la prensa. La Presidencia necesita lograr consensos y obtener resultados, es lo que la hará fuerte.