martes Ť 6 Ť noviembre Ť 2001

Marco Rascón

La crisis de todas las fronteras

La crisis de la división del mundo está a la vista, estamos en ella y el mapamundi de los Estados nacionales después de la Segunda Guerra Mundial ya no será el mismo.

Los vientos, sin embargo, no son de modernidad ni paz, sino que anuncian la vuelta del hombre al estado primitivo original; la utilización de la tecnología disponible para fines primitivos; el fracaso de la "democracia occidental" como valor universal; la crisis de las fronteras éticas, geográficas, económicas y religiosas; la crisis de la filosofía basada en valores absolutos y el determinismo del mundo unipolar. Es el fin de la distinción entre guerra y crimen, hoy fundidos en un mismo instinto, pues los Estados nacionales ya son incapaces de ofrecer seguridad a sus ciudadanos y por eso al ciudadano medio los valores políticos no le importan, no así su seguridad personal que adquirió mayor dimensión.

El crecimiento del Islam es un fenómeno nacido de la imposición de las fronteras a través del poscolonialismo en Africa, Medio Oriente y Asia central, donde aparecieron países divididos por los criterios del reparto y la perversión, y que dieron origen contemporáneo a las matanzas de Ruanda, Somalia, al conflicto palestino-israelí y de los kurdos contra Irán y Turquía. El fundamentalismo musulmán nace a consecuencia de las políticas coloniales, los protectorados y, paradójicamente, de la imposición de "la democracia" estadunidense en países llenos de hambre y conflictos tribales.

Africa entera es un polvorín en todos los sentidos. El mapa creado con el poscolonialismo se desvanece frente al hambre, las guerras tribales y la adopción del fundamentalismo islámico, convertido en alternativa contra el dominio de los viejos imperios y la globalización lide-reada por Estados Unidos.

Esta crisis es el complemento de la crisis interna estadunidense, resultado de las elecciones fraudulentas que dejaron un presidente sin legitimidad en la paz. Es el complemento de la crisis interna de Estados Unidos y su derrota en el campo del libre comercio frente a la Unión Europea, los tigres asiáticos y China en particular.

La guerra contra Afganistán es al mismo tiempo provocación y destrucción de su stock balístico: una guerra para probar armas y tratar de unir un país multiétnico, multirracial y multirreligioso en torno del patriotismo de la supremacía blanca y la intolerancia.

Esta guerra es el fracaso de Estados Unidos como productor de mercancías no militares y la declaración de su encierro. Si Hitler y Mussolini llegaron al poder por la vía de las elecciones democráticas, Estados Unidos vive el ascenso al poder de la doctrina de la supremacía blanca, que reconoce en George W. Bush al líder que por fin declara la guerra no sólo al mundo arabe, hindú, chino y japonés, sino también al judío.

En el fondo Bush representa a los distribuidores de ántrax dentro de Estados Unidos, cuya pista anda entre los racistas de Arizona y Oklahoma: cada sobre con bacterias es un pequeño Reichtag que le permite sostener a Estados Unidos y al mundo bajo el terror y en un estado policiaco. Gracias a ello Bush puede mandar y ordenar al Congreso la aprobación fast track de los presupuestos necesarios para financiar la guerra no sólo contra Afganistán, sino contra todo el planeta, y le permite presentar como un triunfo la pérdida económica que significa una guerra. Mientras los atentados en Nueva York y el Pentágono dejaron más de 10 mil muertos y costaron 10 mil dólares al terrorismo, Estados Unidos ha gastado en Afganistán -país pobre, árido y desolado- más de 5 mil millones de dólares en bombas y misiles para matar a 500 civiles y a ningún talibán. Del discurso febril de guerra de Bush podría desprenderse que si Bin Laden o los talibanes estuvieran en Brasil, el Congo o Chiapas, hoy estaríamos presenciando el incendio de la selva del Amazonas, Africa occidental o los Montes Azules, reservas todas de la biosfera.

La crisis de todas las fronteras se profundiza, no por la guerra en sí, sino por la crisis de los valores occidentales ante la brutalidad de la injusticia económica, la destrucción del medio ambiente, el estancamiento económico, que de muchas maneras muestran los límites del esquema imperial estadunidense que se acerca cada día más a la pesadilla de la Alemania nazi, en la que Bush se asemeja más a Hitler en cuanto a su disposición para destruir con tal de sobrevivir como arios.

La miseria de Asia, Africa y América Latina ya tiene efectos desestabilizadores dentro de Estados Unidos. Esta guerra desequilibrada pone en duda su sobrevivencia en este siglo, tal y como lo conocemos actualmente, pues el problema estadunidense no son los talibanes ni los barrios negros de un país africano, sino las contradicciones que se dan en sus entrañas dada su condición multirracial y étnica mientras continúa el ascenso de los Ku Klux Klan al mando de Bush.

Todas las fronteras geográficas y del pensamiento están en crisis y se muestran como explosiones e implosiones en cada país del planeta. México vive la suya. Ť

 

mrascon@ciberoamerica.com