jueves Ť 27 Ť septiembre Ť 2001

Octavio Rodríguez Araujo

Soberanía en peligro

Durante tres siglos la piedra angular de las relaciones internacionales fue, como nos lo recuerda Valaskakis, "la primacía de la soberanía de los Estados-nación reconocidos por sus pares, y la soberanía se definía -añade el autor- como el poder jurídico más absoluto sobre la Tierra, contra el cual no había apelación". Más adelante nos advierte del enorme peligro que significaría "la aceptación de un mundo sin soberanías" (Kimon Valaskakis, "Westfalia II: por un nuevo orden mundial", Este País, septiembre de 2001).

Es obvio que cuando el autor citado escribía su artículo no conocía las declaraciones del presidente de Estados Unidos ni los crecientes apoyos que está recibiendo de la población de ese país y de otros gobiernos, después de los sucesos del 11 de septiembre. Pero estas declaraciones y estos apoyos nos demuestran, sin ambages, que el peligro de la aceptación de un mundo sin soberanías está en curso, es ya una realidad.

En mi colaboración anterior ("La doctrina Bush") quise enfatizar el desprecio absoluto de Bush por la soberanía de Estados-nación al estar dictando al mundo sus condiciones. Me faltó decir, como estableciera Hegel en su Fenomenología del espíritu, que para que exista el amo se requiere la existencia del esclavo y viceversa, y que para que Bush pueda pisotear a otros Estados-nación en su soberanía es necesaria la aceptación de los gobiernos de éstos y, por lo tanto, la aceptación de pérdida de la soberanía que representan o debieran representar.

Para confirmar su supremacía como gendarme del mundo, como auténtico gobierno supranacional, Bush ha declarado "que algunos gobiernos euro-peos tendrán que cambiar sus leyes bancarias para cumplir con las exigencias de Washington", con el objeto de poder congelar los depósitos de los presuntos terroristas en cualquier banco de cualquier país del mundo (La Jornada, 25/09/01 -las cursivas son mías).

Si las decisiones del gobierno estadunidense continúan en esta dinámica y nadie se atreve a ponerles un alto, el resultado será que todos los pueblos del mundo, por la vía de nuestros gobiernos, perderemos nuestra soberanía, a menos que la hagamos valer por los medios que consideremos necesarios. ƑAcaso permitiremos que el gobierno mexicano entregue nuestra soberanía bajo el pretexto, expresado varias veces por sus voceros, de la solidaridad con el pueblo y el gobierno de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo? La misma pregunta es válida para los pueblos de los países a cuyos gobiernos se les ordena ahora que cambien sus leyes bancarias por "exigencias de Washington".

Si el pueblo del vecino país quiere apoyar -como lo está haciendo- la política demencial del ocupante de la Casa Blanca, es su soberanía, aunque esté enajenada por la deliberada desinformación impuesta por el mismo gobierno. Pero no es nuestro problema. Al contrario, unirnos a ese país en su lucha contra el terrorismo equivale a invitar a éste a que también nos ataque. En términos pragmáticos, y por mucho que lamentemos la muerte de inocentes en Nueva York o en cualquier otra ciudad en el mundo, los actos terroristas contra Estados Unidos, aceptando que vinieran de fuera, son problema de esa nación, no nuestros. México no ha sufrido actos terroristas extranjeros desde la Segunda Guerra Mundial, ni ha dado motivo para ello, a diferencia del imperio del norte. Pero si nos sumamos a la campaña estadunidense entonces sí nos volveremos vulnerables, y más, puesto que no tenemos ni tendremos con qué prevenir actos terroristas en nuestro territorio, a menos que aceptemos (también) que la CIA y el Pentágono "nos cuiden", como se hace con las colonias o con las bases militares impuestas en la lógica de la ilegal "soberanía limitada". La neutralidad es nuestra mejor opción, aunque Fox y sus colaboradores todavía no quieran entenderlo.

La defensa de nuestra soberanía es la carta más importante que tenemos los pueblos de toda la Tierra contra la evidente intención de Estados Unidos de convertirse en el gobierno trasnacional que necesitaban los amos de la globalización para garantizar su poder. No podemos aceptar un mundo sin soberanías, porque aceptarlo sería lo mismo que rendirnos ante un nuevo imperio en su cruzada por dominar al mundo bajo el pretexto de combatir el terrorismo y defender las libertades que ahora les niega a los medios y a su propio pueblo. Desdeñar nuestras soberanías es aceptar la soberanía de Estados Unidos en todo el planeta. Fox, en nuestro caso, tiene que entenderlo. Los mexicanos exigimos -estoy seguro- que se nos garantice nuestra soberanía. Si hay dudas en Los Pinos, que se haga un plebiscito de inmediato. Sabremos responder y el gobierno sabrá cuál es el mandato del pueblo que dice o quiere representar.