jueves Ť 27 Ť septiembre Ť 2001

Soledad Loaeza

Ingratos, pérfidos... insolutos

Los mexicanos somos una inacabable fuente de desilusión para el presidente Fox y algunos de sus más influyentes colaboradores. Les exaspera, y nos lo han dicho, que no seamos tan disciplinados y trabajadores como los chinos, o tan civilizados como los europeos, que en los últimos días han expresado ampliamente su solidaridad con el gobierno de Estados Unidos ante los injustificables y criminales ataques terroristas del 11 de septiembre. Hasta el semanario The Economist nos llama ingratos y hay expertos que nos han advertido que pagaremos carísima nuestra insensibilidad. Se nos reprocha con severidad que no hayamos manifestado masivamente apoyo al presidente Bush y que hayamos criticado las formas que adoptó el gobierno mexicano para reaccionar cuando Washington convocó a sus aliados. Sin mucha elegancia se nos recuerdan los sucesivos rescates financieros de los últimos 20 años que nos salvaron de la bancarrota; pero se olvidan de mencionar que esas operaciones fueron también una defensa de los intereses económicos estadunidenses. Es previsible una avalancha de acusaciones y advertencias más o menos veladas de hasta dónde puede llevarnos nuestra perfidia, pero antes de regañarnos y castigarnos, tendrían que tratar de entender la distancia con que hemos visto las acciones del gobierno estadunidense. Con frecuencia los gobernantes se quejan de que sus gobernados no los entienden, ahora nosotros, los gobernados en México, somos los incomprendidos.

En estos momentos muchos grupos de opinión aquí, al igual que en Estados Unidos y en prácticamente todos los países europeos, defienden la necesidad de distinguir entre la solidaridad moral irrestricta que inspira la tragedia y la divergencia política que separa naturalmente a sociedades diversas que tienen intereses también distintos.

Los europeos tienen estas diferencias tan claras que su diplomacia está empeñada desde hace dos semanas en la construcción de un consenso, cuyo objetivo central es influir sobre el comportamiento del gobierno estadunidense para que su respuesta al ataque no sea unilateral, esté bien reflexionada y sea mesurada. Muchas son las voces en Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña, España que se oponen a que se extienda un cheque en blanco al gobierno de Washington. Temen una acción guiada únicamente por las pasiones e intereses estadunidenses y con ello un conflicto de inmensas proporciones y consecuencias devastadoras mucho más allá de sus fronteras. Habría que recordar que muchos de estos países tienen poblaciones musulmanas muy numerosas que podrían verse afectadas si se desata una furia washingtoniana descontrolada.

En Europa y Canadá, al igual que en Asia y en Africa y en otros países latinoamericanos, los gobiernos enfrentan una situación muy similar -aunque en diferentes grados- a la que se ha producido aquí: una notable discrepancia entre los gobiernos que apoyan extensamente a Washington y opiniones públicas que miran ese apoyo con reservas, si no es que de plano lo rechazan.

La crisis internacional ha crispado los equilibrios políticos internos en prácticamente todo el mundo. Esta situación demanda de los gobiernos una enorme capacidad de negociación, así como paciencia y disposición para persuadir a la opinión pública de las razones del apoyo a las posibles operaciones estadunidenses. Washington sabe que sus presiones pueden debilitar a los gobiernos amigos y en algunos casos hasta provocar su caída, como puede ocurrir en Pakistán o en Arabia Saudita.

El miedo también explica, como es natural, la distancia que se ha manifestado en México frente a Estados Unidos en esta crisis. La clave del terrorismo es matar a uno y provocar el pánico en diez; con los abominables crímenes del 11 de septiembre los terroristas mataron a más de 6 mil personas, pero aterrorizaron a millones en todo el mundo. Si el país más poderoso de la Tierra es tan vulnerable, cuánto más lo somos los demás. La constatación de esta fragilidad se contrapone a una solidaridad, que implica el riesgo de convertirse en blanco de ataque de los terroristas. Este es quizá el mayor éxito de los maniáticos ataques porque nadie quiere verse en la mira de los suicidas, menos todavía los países débiles que no tienen recursos para defenderse de agresiones de esta naturaleza.

Como todas, la crisis internacional que vivimos actualmente genera graves dilemas morales y contradicciones que son para muchos incomprensibles, sobre todo para quienes desconocen el mito de David y Goliat; pero en esta historia los mexicanos no somos excepcionales. Es extraño que el poderoso espere solidaridad del débil, lo es menos que éste no la dispense espontáneamente a quien, pese a todo, sigue siendo más fuerte, menos todavía si adopta actitudes amenazantes. Esto no es ingratitud ni perfidia, es una reacción defensiva explicable. También es posible que, como se indignan nuestros críticos, los mexicanos no tengamos solución.