jueves Ť 27 Ť septiembre Ť 2001
Angel Guerra
No a la guerra
Washington ha proclamado el uso de la fuerza a escala internacional contra quienes no estén "con nosotros". El discurso del presidente George W. Bush ante el Congreso de Estados Unidos es el de un grupo gobernante que se siente superior, predestinado a imponer su voluntad al resto del mundo.
La administración Bush, establecida mediante un fraude electoral por las depredadoras corporaciones petroleras y la industria bélica, se distingue por el mayor menosprecio a la ley y a los compromisos internacionales; ergo, su rechazo a la ratificación del Protocolo de Kioto, de los acuerdos sobre la prohibición de las pruebas nucleares y la no proliferación de las armas biológicas, así como la declarada intención de romper con el tratado ABM.
Bush no mencionó siquiera a la ONU. Erigió olímpicamente a Washington en único legislador, juez y policía del mundo entero, cuyas órdenes y sentencias son inapelables, emanadas además, como las de los césares de Roma, de la voluntad divina: "no sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto -afirmó-, pero sí cuál va a ser el desenlace. Y sabemos que Dios no es neutral".
Sus palabras llevan una carga de revancha y de exclusión antagónica al amor a la justicia y la tolerancia que animan los auténticos ideales cristianos. Un fundamentalismo se combatirá con otro: "vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria". ƑEstaría pensando el emperador en turno en nuevas Hiroshima y Nagasaki?
No obstante las invocaciones religiosas y la retórica moralista, tras la fraseología mesiánica del inquilino de la Casa Blanca se esconden intereses muy terrenales. Lo que en realidad busca Washington es recuperar a como dé lugar su supremacía incuestionable, puesta en entredicho en sus centros vitales el fatídico 11 de septiembre, pero manifiesta desde antes en síntomas de crisis terminal de la globalización neoliberal.
Los siniestros y criminales atentados del martes negro proporcionaron al gobierno estadunidense la coartada perfecta para romper en su beneficio el equilibrio geopolítico existente y pasar a una ofensiva estratégica internacional basada en la superioridad militar, y de paso, salir de la recesión activando la economía de guerra. El nuevo proyecto imperial es muy abarcador, pues de inmediato intenta subordinar a Europa y a Rusia, consolidar su dominio sobre el petróleo árabe, apoderarse del de Asia Central, amenazar a China y liquidar el ejemplo palestino de rebeldía.
Para alcanzar sus objetivos aprovecha impúdicamente la solidaridad, el desconcierto y el temor despertados en la opinión mundial por los atroces atentados de Nueva York y Washington. Pero también el entreguismo de numerosos gobiernos, como la mayoría de los latinoamericanos, o el oportunismo de los de antiguas o emergentes potencias que aspiran a sacar lascas de la complicidad con su nueva arremetida.
Los sucesos de los últimos días recuerdan la capitulación de Munich. Y como entonces se manipularon los sentimientos de los alemanes, ahora se hace con los de los estadunidenses. El deseo de justicia es transformado en sed de venganza, y el patriotismo, en chovinismo, xenofobia e histeria guerrerista.
En el momento de los atentados la unipolaridad hacía agua. Después del largo estancamiento japonés, Estados Unidos y Europa marchaban hacia una prolongada recesión, al parecer la mayor del capitalismo después de la depresión de 1929. El modelo económico neoliberal era cuestionado por crecientes sectores dentro y fuera de Estados Unidos. Las vigorosas protestas de Seattle, Praga, Quebec y Génova habían dado legitimidad y rumbo al movimiento antiglobalización. Las contradicciones de Washington con sus aliados europeos, así como con Rusia y China, eran cada vez más ostensibles. Cuba había logrado resistir la desaparición de la URSS y el bloqueo yanqui fue reforzado, y con Venezuela reconstruía el frente de resistencia tercermundista. Revertir este cuadro a su favor, con el pretexto de combatir el terrorismo, es la intención de Washington. Para ello se propone aplicar el terrorismo de Estado a escala internacional con el precio que traería en vidas inocentes segadas, libertades conculcadas y mayor depauperación de los países pobres.
Los que creemos posible y necesario un mundo de justicia e igualdad debemos levantar hoy bien alto la bandera de paz con dignidad. Exigir a Washington en las calles del mundo entero que renuncie a la barbarie de la guerra.
guca@laneta.apc.org