JUEVES Ť 27 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť Se intensifican las medidas de seguridad en Manhattan
Los escombros del WTC, monumento nacional
Ť Hasta ayer se habían sacado 100 mil toneladas de desechos
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington y Nueva York, 26 de septiembre. Las más de un millón 200 mil toneladas de escombros que son lo que queda del acto de destrucción más grande de una estructura construida en Estados Unidos es, dos semanas después, un monumento nacional al que llegan a rendir tributo turistas, sobrevivientes y los que ofrecen la salvación del mundo mediante la oración.
En la boca del desastre, donde desde una cuadra antes se ven las montañas de escombros, un joven de un grupo cristiano llegado de Tennessee trata de salvar a los neoyorquinos. "El infierno es real", afirma Aaron Snodderly a estos reporteros, con las nubes de humo de los incendios subterráneos que siguen en lo que eran las Torres Gemelas. Snodderly dice que él y siete compañeros más viajaron hasta Nueva York para dar un mensaje de salvación: "la muerte sucede todos los días y si morimos sin Cristo nos iremos al infierno".
Caminando por Broadway, a una cuadra del sitio del desastre, la vida social se ha suspendido. Tiendas que quedaron paradas en el tiempo desde el 11 de septiembre. Decenas de edificios envueltos en el polvo de la destrucción. Autos estacionados a cuatro, cinco cuadras, cuyo color es indefinible bajo el gris del polvo. Las calles alrededor siguen cerradas, menos a vehículos de emergencia y de construcción (más bien, de desconstrucción).
Filas de policías y guardias nacionales vigilan el perímetro, y de alguna manera comprueban que la zona sigue pareciendo un lugar donde ocurrió una batalla.
Los socorristas, voluntarios, obreros de la construcción y bomberos siguen con su labor de "rescate y recuperación", pero entienden que lo de "rescate" está desvanecido. Desde hace dos semanas no se ha encontrado a nadie vivo, hasta el momento, sólo 300 muertos confirmados entre los 6 mil 347 desaparecidos.
Se insiste en los milagros, pero está claro que ahora la misión es recuperar esta zona de su desastre. Las gigantescas grúas y otro equipo pesado de construcción empezaron a remover más toneladas de escombros (hasta el momento han logrado sacar 100 mil toneladas, o casi un décima parte de lo que se calcula que está ahí).
Y de todos los ángulos, viendo por todas las calles que bajaban de Broadway, o subían desde el sur, o al lado del río Hudson se ven mosaicos y esculturas de hierro, acero, vidrio y alambre.
Una escultura es de la mitad de un edificio aún completo, y otra mitad ha sido cortada y aplastada, con las tripas de acero y alambre indicando dónde se interrumpió la obra arquitectónica. Otra escultura es una abstracción de un edificio; el inmueble no se ve en sí, sino hasta después de mirar cada elemento, y que el observador vaya reconstruyendo lo que siempre había estado allí. Son esculturas macabras. No deberían ser esculturas; ese es el problema.
Donde estaba el lujoso hotel Marriott, junto a una de las torres, hay ahora un vacío de aire empolvado y humeante. Y en medio de donde se alzaban dos torres de 110 pisos cada una, hay montañas de escombros, algunas de las cuales tienen más de 25 metros de altura.
Dos semanas después el espectáculo arranca el asombro y calla la boca de todos. La gente sigue llegando para mirar y en sus ojos hay pánico, lágrimas, sorpresa y fascinación. Las cámaras no cesan de captar imágenes, aunque todos las han visto mil veces en la televisión, los periódicos y las revistas. Pero parece haber la necesidad de documentar personalmente el desastre, de ser testigo. Turistas, residentes, bomberos que llegaron desde San Diego y de Indiana sin que nadie los llamara dan una última vuelta antes de despedirse.
Este monumento nacional es utilizado, como todos los otros, por los políticos para sus propósitos. Pero para los neoyorquinos sigue siendo la tumba masiva de sus hermanos, hijos, padres, amigos, novios. Es monumento utilizado por algunos para nutrir el patriotismo definido por la cúpula oficial.
Pero otros lo usan como monumento para marcar una herida entre la humanidad. Para algunos este monumento les permite expresar su racismo y su terror a "los otros" del mundo. Pero para otros es un monumento a la nobleza humana, al heroísmo de que cualquiera es capaz, de los que no buscaron salvarse a sí mismo, sino salvarnos a todos.
Mientras en esta punta sur de la isla todo gira en torno a este enorme hueco, Manhattan sigue bajo condiciones anormales. El clima de temor se nutre todos los días con las medidas de seguridad. Todo acceso a la isla está vigilado, hay revisiones de agentes de seguridad de autos y camiones en casi todos los puentes y los túneles que vinculan a esta ciudad con el resto del territorio estadunidense.
La búsqueda de explosivos sigue tensando a la ciudad, y causando un caos de tránsito, donde tramos que antes se lograban alcanzar en media hora (por ejemplo, de Brooklyn a Manhattan) ahora pueden tardar dos horas. El tránsito se ha congestionado a tal punto que el alcalde anunció que se prohibirá la entrada a todo automóvil con sólo un ocupante, con la intención de disminuir el número de vehículos, desde la calle 60 hasta la punta sur de la isla.
Todos los días hay rumores o amenazas de más ataques. También a partir de hoy, aquellas familias que han perdido la esperanza pueden empezar a solicitar actas de defunción de los desaparecidos del World Trade Center. Mientras tanto, las fotos de sus seres queridos siguen empapelando esquinas de esta ciudad, algunos en brazos de algún familiar, otros son abrazados por sus hijos, demasiados con sonrisas.
La lluvia y el tiempo arrancan y destrozan las imágenes, y el viento las levanta por las avenidas, regresando así estas imágenes al mosaico neoyorquino. Un hombre toma nota del número de uno de los carteles con foto de un padre desaparecido. Explica: "No, no lo conozco pero veo que tiene dos niñas que piden que se les regrese su padre. Voy a llamar a ver si quieren jugar con mis hijas".