Ugo Pipitone
¿Qué cambió después del 11 de septiembre?
La conciencia de la fragilidad de la democracia, en primer lugar. Una doble fragilidad: frente al poder de destrucción de algunos fanáticos (religiosos o los que añadan los futuros efectos imitativos) y frente a la tentación "democrática" de estrechar espacios de libertad para garantizar la defensa colectiva frente al fanatismo. Ese es uno de los riesgos mayores: la incrustación de un círculo vicioso en que la defensa de la democracia podría llevar a la aceptación social de sus limitaciones.
El otro riesgo es, si posible, peor: la colombianización de la vida planetaria. Una situación de complicidad más estrecha entre fanáticos religiosos, iluminados varios, narcotraficantes, mercaderes de armas y Estados autoritarios. Dicho en síntesis: una multinacionalidad criminal en que la vida de millones de inocentes se volvería objeto de los maquiavelismos delirantes de un grupo u otro. Una nueva forma de hacer política: a golpe de muertos. Y, obviamente, más muertos, mejor. Esto es lo que cambia desde el 11 de septiembre: el ensanchamiento del umbral de lo peor posible.
¡Qué bueno sería si los poderosos fueran siempre malvados y los pobres siempre virtuosos! Por desgracia, no es necesariamente así. La realidad es más compleja que las simplificaciones morales. Y sin embargo, hay por estos rumbos sectores de izquierda capaces de razonar así: los gringos se la merecían. Y, a veces, en un acto de devoción hacia el propio atraso cultural, llegan incluso a decirlo.
Alrededor de esa cultura necesita abrirse el debate. Creo poder sostener que los sectores de izquierda que razonan en la forma descrita hacen dos errores dramáticos. El primero: no asumir que la historia de la democracia contemporánea está firmemente anclada con la historia de la izquierda. El segundo: no entender que, no obstante sus recurrentes tentaciones "imperialistas", Estados Unidos es una de las grandes democracias del mundo actual. ¿De qué lado puede estar la izquierda? ¿Del lado de algún tipo de integrismo (islámico o lo que sea) que vuelve la crítica imposible en un contexto de unanimismos sagrados o del lado de una democracia que, por tan defectuosa que sea, constituye nuestro ámbito civilizatorio? Hasta la pregunta me parece ociosa.
Por tan difícil que sea solidarizarse con Estados Unidos (en vista de sus no pocas arbitrariedades y arrogancias imperiales) es necesario asumir que el ataque a las Torres Gemelas no fue una ofensiva contra este país, sino contra una forma de convivencia civil que Occidente demoró un par de milenios en hacer posible. Que esta forma (llamémosla democracia) sea recorrida de hipocresías, de violencia social silenciosa, de solidaridades endebles, no puede hacer olvidar la importancia histórica de sus realizaciones en términos de pluralismo, de división de poderes, de laicización de la vida. A menos que nos resulte atractivo el egipcio Sayyid Qutb, quien en un libro de 1964 sostenía que el objetivo era crear una sociedad musulmana universal regulada por la autoridad de Dios, o sea, del Corán. Una de las fuentes doctrinarias de los fundamentalismos islámicos de nuestros días.
Si esta perspectiva nos parece más amenazadora que deseable, es necesario derivar de eso las consecuencias inevitables. Primera: que la democracia sea encarnada por Estados Unidos, por la Unión Europea, por Japón o por varios países latinoamericanos que intentan darle un sustento social más sólido, es un valor irrenunciable. Segunda: los peores peligros a la democracia vienen tanto de un poder económico que cíclicamente está tentado de ocupar todos los espacios de la vida colectiva como de las iluminaciones de los excluidos.
Después del 11 de septiembre el mundo necesita emprender un combate no sólo contra las redes de terrorismo cuyo poder se hizo dramáticamente evidente en las Torres Gemelas, sino también en contra de formas de miseria que, en diferentes partes del mundo, podrían alimentar un desprecio a la democracia capaz de producir desastres globales inimaginables. Después de aquel maldito martes, necesitamos nuevas estructuras de regulación de la economía mundial. Antes era obvio. Ahora es urgente. El combate contra la pobreza es hoy, a nivel global, el terreno más sólido para defender la democracia. La que existe y la que queremos.