martes Ť 25 Ť septiembre Ť 2001
José Blanco
Nueva autocracia
Si el conjunto de facultades extraordinarias que está solicitando Bush al Congreso de su país, especialmente aquellas demandadas para el Ejecutivo por John Ashcroft, procurador general de la nación, le es efectivamente otorgado, estaremos frente a la creación de una nueva autocracia, de un nuevo despotismo policial y militar, en manos de una persona -el presidente Bush-, cuyas luces no son abundantes, según muchos de sus propios connacionales.
La creación de instrumentos legales para disponer de vidas y haciendas, con la supresión del há-beas corpus, entre otros procedimientos de actuación arbitraria, de detención de "sospechosos", de grave limitación de las garantías individuales, de espionaje de personas e instituciones sin freno, hoy pueden ser aprobada porque 90 por ciento de la población estadunidense se halla inflamada de patriotismo reivindicatorio. La juventud estadunidense de hoy no vivió la experiencia de Vietnam y ese antecedente no parece constituir para ellos freno de ninguna especie.
Esa configuración de poder en Estados Unidos, en el que la fuerza y la violencia de las armas disponen, ordenan y actúan, bajo el pretexto y coartada de la "seguridad nacional", podría penetrar con rapidez sin precedente por todos los poros de la política mundial y podemos así vivir un nuevo ciclo de primitiva soberbia macartista, ahora en todas partes del mundo. Estamos en el grave riesgo de dar paso a un escalofriante enseñoramiento de la derecha política y de la derecha social, apoyado en la legalidad. Los intereses de los señores de las municiones y los instrumentos militares asociados a esas derechas conforman un panorama futuro negro; ominosamente negro.
Los espacios públicos de debate y reflexión en casi todas partes han sido borrados por el alud de los preparativos de la guerra. Las voces que claman por la razón y por el entendimiento de los problemas, aun de hechos de la brutalidad de los cometidos el pasado 11 de septiembre, están siendo sepultadas por las expectativas creadas por los medios de comunicación acerca del gran show de sangre a punto de dar inicio. Veremos en vivo y en directo un nuevo alarde tecnológico de los medios directos de comunicación de masas. Los mapas, las naves aé-reas y las del mar, las bombas, los instrumentos guerreros, las disposiciones militares estratégicas, cubren la atención completa de la mayor parte de los ciudadanos en todas partes. En el mejor de los casos algunos Estados discuten sobre cuáles procedimientos militares de los que serán puestos en marcha podrían apoyar o no; en el peor de los casos, los oportunismos detestables, como el del señor Putin, que ofrece apoyo a cambio de legitimar internacionalmente los crímenes rusos en Chechenia. Sí a la guerra al terrorismo, no bajo cualquier forma, es lo más civilizado que pueda hoy oírse o leerse. A lo que no parecen estar dispuestos a entender y debatir los Estados predominantes es a las causas que explican la razón de ser del terrorismo. Esa les parece una preocupación académica y naïf que, en el mejor de los casos, podría tener sentido después, una vez que la venganza haya sido ejercida, no importa sobre qué o quiénes.
El mundo de después, sin embargo, no está siendo visualizado o imaginado. Qué quedará una vez que se hayan infligido miles y millones de nuevas heridas y odios entre los humanos. Nada de esto parece importar. Importan -y en función de eso el mundo habrá de moverse- los intereses petroleros, los intereses de los señores de la producción de armas, y el mantenimiento de Estados Unidos como única potencia dominante. Podremos ver en adelante cómo los foros sobre los derechos humanos, sobre la igualdad de los géneros, sobre el desarrollo de los pueblos pobres, sobre la extensión y la reforma de la educación, sobre los daños ecológicos al planeta, ganarán en levedad hasta desvanecerse.
Las libertades ganadas por proporciones crecientes del género humano en el último tercio de siglo se verán restringidas y la desconfianza social puede ampliarse como mancha de aceite en todas partes; la sospecha será el sentimiento predominante; la visión de mundo, policiaca y de espía, se adueñará de nuestra cotidianeidad; cualquier ciudadano del mundo en desacuerdo con el american way of life puede ser visto como hijo putativo de Bin Laden.
Esa cauda infame de desdichas está inscrita en la agenda de las decisiones parlamentarias y ejecutivas de Estados Unidos. Falta la respuesta de la sociedad civil en todos lados, incluida la de ese país. Falta la decisión de salvar los avances civilizatorios de las últimas décadas. Falta, entre otras cosas, que todos sepamos cómo pararemos el terrorismo, que ahora le ha abierto criminal e irresponsablemente la puerta a la derecha más violenta, irracional y antihumana del planeta. Ť