miercoles Ť 17 Ť enero Ť 2001

Luis Linares Zapata

Chiapas y la inflexión

Los escarceos, principalmente difusivos, entre el Ejecutivo federal y el EZLN han llegado a un punto de inflexión digno de ser explorado en sus variadas consecuencias. La urgencia mostrada por Fox para hacerse cargo del adormecido conflicto chiapaneco lo ha llevado a despertar toda una masa de inquietudes y problemas que lo empiezan a rebasar. La destreza de Marcos para entrar a la disputa de las imágenes y los símbolos comunicativos lo ha colocado en una situación de franca ventaja y serias ramificaciones. La prometida gira zapatista por diversos lugares de la República y su arribo a la ciudad de México comienzan a mostrar delicadas y complejas facetas, muchas de ellas intolerables para un gobierno en busca de su ubicación, del ejercicio pleno de los mandos y controles que mueven su enorme maquinaria. Por enfrentar ahora la reanudación del diálogo interrumpido o, peor aún, para accionar un replanteamiento de condiciones, dicho gobierno se encuentra poco preparado y la realidad se le aproxima a la velocidad de las horas y las ondas sonoras.

Las implicaciones de un periplo por diez estados, como el anunciado por Marcos, al parecer no han sido meditadas con la profundidad que merecen, y cuando se penetra un tanto más en el análisis detallado, las conclusiones obtenidas, si no intolerables, al menos aparecen como de alto riesgo y costos futuros, todavía fuera de una astuta y responsable apreciación.

El gobierno ha dado respuestas aisladas de su poco gusto por el anuncio de Marcos de salir de Chiapas y venir a la capital para impulsar la ley que deberá ser discutida en el Congreso. A veces dice que no pondrá obstáculos, incluso acepta que le gustaría recibir a los zapatistas en el Distrito Federal, y que extenderá visas especiales para aquellos extranjeros acompañantes de la comitiva del EZLN. Quiso, en una ocasión, dar a entender la baja intensidad que para la seguridad nacional tenían las guerrillas. Pero en ciertas apariciones recientes ya adelantó un llamado de atención en términos por demás confusos y sibilinos, sobre los detalles de la ley de amnistía que deben ser observados por los viajeros antes de salir, puesto que, como no hay diálogo, entonces las órdenes de aprehensión podrían seguir detenidas o no, y si hay interrupción, hacerse efectivas. En otras apresuradas declaraciones, algunos funcionarios hablan de la no obligación de proteger a los marchistas, a pesar del peligro que enfrenta cualquiera de ellos, sobre todo, Marcos.

Lo cierto, después de meditar sobre lo que se aproxima, es la creciente consternación que ya campea en los ámbitos del poder central de México y que hace vislumbrar tentaciones por matizar el ánimo a honrar lo prometido. A exigirle al EZLN señales, medidas concretas que aseguren su voluntad y disposición al diálogo y los acuerdos o, más aún, insertar en la mente colectiva lo mucho que se ha cedido y movilizar a la opinión pública para que facilite el recule o el replanteamiento de la presente estrategia iniciada con premura.

Lo indiscutible de todo este asunto sería el triunfo asegurado para un movimiento guerrillero cuyos líderes llegaran a la capital de la República escoltados por incontables (¿miles, millones?) seguidores y curiosos. Ya en la ciudad de México, la intervención de Marcos en el debate que la sociedad y sus partidos han iniciado, no sólo sobre la famosa ley Cocopa, sino de una cuestión de mucho mayor profundidad: la de una nación injusta, le traerá rendimientos por demás impensados a su representatividad efectiva y a sus discutibles posturas. Podrían ser tales que después harían innecesario sentarse a la mesa y reanudar la búsqueda de los acuerdos extraviados. O también, y como la ley tendrá inevitables modificaciones por las distintas acciones partidarias, declarar incumplidas las promesas gubernamentales y refugiarse en el olvido, la indisposición de esta administración (Congreso y Ejecutivo) de encauzar o darle salida a la cuestión indígena, a su marginación e intolerable pobreza.

Todo el mes de febrero y de marzo la sociedad mexicana estará inmersa en la discusión de la insinuada como inevitable reforma fiscal y, sobre todo, en dilucidar o protegerse de los impactos que ésta tendrá en el crecimiento, los negocios, la justicia distributiva, el desarrollo y las debilidades de la hacienda pública. Pero en la población desamparada, esto se mezclaría con la presencia de los zapatistas y su influencia en los partidos, en especial del PRD y el PRI. Conjuntos legislativos poderosos para su aprobación, tal y como la propone Fox. Las presiones sobre esa reforma, urgente y necesaria, se harían todavía más álgidas. A ello habría que sumar las señales negativas sobre la conducta de la economía, condicionada por el factor externo del lento crecimiento en Estados Unidos y los bandazos petroleros para meter a México en una situación incandescente, que bien puede ser anticipada con suficiente claridad.