DISQUERO Ť Pablo Espinosa
Un anillo de diamantes
Las posibilidades discográficas al alcance del melómano alcanzan ya, en los anaqueles de las tiendas de discos, el nivel de lo exultante. En cualquiera de los géneros (jazz, rock, blues, clásico, world music, et al) lo asequible es lo real maravilloso. Un ejemplo de esto lo constituye un álbum que es una joya en sí misma, un anillo de diamantes, un abalorio del tamaño del planeta: Ring (Decca) es una caja que circula en sentido contrario a la de Pandora: contiene sortilegios, magia, bienaventuranza. Dos discos compactos, uno de los cuales es interactivo (si uno lo corre en la computadora, verá escenas de alucine) y ambos materializan lo inefable: el universo --de por sí insondable-- wagneriano, la máxima cumbre del arte de la ópera, todos los misterios revelados, en un solo álbum. Mediante un trabajo de selección apabullante, el escucha tiene aquí nada menos que el summun de la tetralogía, el brillo imperecedero de todos los diamantes del Anillo de los Nibelungos, o bien el Ring, como suele referirse el vasto mundo de la melomanía wagnerita por doquier, desde el mismísimo Bayreuth hasta la sala de la casa. Ring, tetralogía, el non plus ultra de la ópera, el quo vadis de la música orquestal, el uyuyuy de todas las bocinas del estéreo. La interpretación está a cargo de quien para muchos melómanos es el máximo intérprete de Wagner en tiempos modernos: el recientemente fallecido maestrísimo húngaro Georg Solti al frente de la Filarmónica de Viena. He aquí el erotismo, la sensualidad desbordada, el éxtasis en el Venusberg, el Vellocino Dorado. He aquí, escuchas, el Santo Grial en dos discos compactos. La mitología wagnerita, la filosofía de Nietzche, el Eterno Femenino goetheano, el amor en estado puro, la redención por el amor bañado en lágrimas, la exacerbada llama de la vida prendada de un anillo, que es un símbolo de amor. La pasión entera volcada en música. šDioses del Olimpo, cuantísimo placer!
Un juego de abalorios
Después de Wagner, el diluvio. En la historia de la música alemana, el desarrollo del arte sonoro en nuestro siglo no sólo produjo intensidades postwagneritas (Richard Strauss sería el ejemplo máximo). Antes de mediar el siglo surgió una veta densa, semioscura y al mismo tiempo brillantísima: la música del teatro cabaret, la música social, la que los nazis llamaron --en uno de tantos ridículos de la historia-- "música degenerada". Entre una pléyade hoy prestigiadísima, la figura del señor Kurt Weill (1900-1950) brilla con intensidad creciente y ya no tan sometida al eclipsamiento por sus colaboraciones con Bertolt Brecht. No sólo conmemoraremos este año el centenario de su natalicio y el medio siglo de su fallecimiento, las opciones se enriquecen con la próxima visita de la cantante alemana Ute Lemper (La Jornada, 31 de diciembre de 1999) y, por lo pronto, la aparición de un disco doble y formidable: Weill (Deutsche Grammophon) que contiene, entre otras maravillas, una suite orquestal de la Opera de Tres Centavos, otra de Das kleine Mahagonny, el concierto para violín y orquesta de alientos, el Réquiem Berlinés y otras piezas no tan conocidas, como la divertidísima Happy end, la Pantomime I y La muerte en el bosque. En dos discos, la Pasión Según Kurt Weill, las delicias del erotismo, la sensualidad, el amor loco, la parodia social, las ideas libertarias puestas en Música.