Luis Linares Zapata
Productos incompletos
El presupuesto para el 2000, como resultado de una compleja negociación, es un producto aceptable del balance democrático de la Cámara. Ninguna de las fuerzas que le dieron forma podrán verlo, en su totalidad, como algo de su propio peculio. No, por cierto, la llamada mayoría opositora que tanto empeño puso en elaborar una alternativa para finalmente cambiar sustancialmente el proyecto original. Tampoco lo verán como salido de sus tambaleantes votos y ventas las minorías verdes y petistas que fueron y vinieron en fatigosas sesiones y turbulentas presiones. Menos aún los hacendarios del Ejecutivo que, para motivos prácticos, han sido los perdedores de la temporada. Por vez primera les han manoseado su niño consentido, al que vestían con tanta secrecía, elitismo y capricho. Quizá sea el PRI quien más pueda reconocerse en el presupuesto que al fin se votó. Y puede porque tiene la bancada más numerosa y la más disciplinada. Tienen, quién lo duda, los suficientes recursos para allegarse voluntades desbalagadas de aquellos diputados que carecen de ella y, no menos crucial para aprobar los puntos medulares, todavía cuentan con las inconsecuencias y divisiones opositoras que les permiten prevalecer en asuntos como el IPAB.
Pero, en conjunto, bien puede decirse que algunos legisladores podrán encontrar algún retazo de sus intereses encajados en los gastos sociales, ciertos diputados descubrirán sus sentidas reivindicaciones en los recortes a los privilegios burocráticos y algunos otros podrán sentirse satisfechos con las condicionantes impuestas a la discrecionalidad del Presidente. Pero nadie podrá ver esta ley anual como la concreción plena de sus posturas y pretensiones. A muchos les faltará algo, pero se espera que contenga una parte sustantiva de respuesta a los requerimientos de la mayoría ciudadana. Para aquélla que cuenta: la de la nación. Será este presupuesto el primero de lo que bien puede llegar a ser una era normal de hacer política. La que se construya con un poco de todos. Para que nadie quede excluido y viendo los toros desde las azoteas vecinas, rumiando su malestar o solazándose en una adolorida razón histórica.
Las modificaciones numéricas hechas por la oposición no son despreciables ni menores. Son, por el contrario, significativas dentro de los montos que pueden ser alocados, según un conjunto específico de prioridades. Se tiene que tomar en consideración que el grueso del presupuesto está ya condicionado, tanto por el ineludible servicio de la gigantesca deuda, como por el llamado irreductible que se asigna al aparato burocrático. Pero, de lo disponible, se ha hecho un trabajo de reacomodo que trastoca las acostumbradas y solitarias jerarquizaciones del Ejecutivo federal. Y se piensa que para bien del funcionamiento parlamentario, pero también para introducir una mayor gama de intereses que logran, se supone y se piensa, con bases confiables, abrir y asegurar la asignación juiciosa de los recursos públicos.
Se puso en evidencia que, haciendo un esfuerzo de voluntad justiciera, se pueden encontrar medios para ir acortando, con mayor velocidad, la brecha en los rezagos acumulados en pobreza y bienestar. Se localizaron renglones de donde extraer medios suficientes y hubo, también, cálculos mejor fundados, menos taimados, con los cuales reconocer ingresos adicionales para fondear los mayores gastos propuestos. La acostumbrada pero mañosa forma de esconder bolsas de gastos y disminuir ingresos factibles con el propósito de expander el ámbito discrecional del Ejecutivo quedó al descubierto y ello es una bofetada a la soberbia tecnocrática.
Las amenazas de los funcionarios gubernamentales del caos inminente no son más que una prueba de hasta dónde caló la aventura de la oposición. Por fin el PAN se plantó en la ruta de su propia conveniencia y tendrá que meditar en su alianza con la familia González Torres. Ha sido una agradable sorpresa constatar que la izquierda ha hecho su tarea y no se retiró airada de la negociación. La nota alarmante corrió a cargo de los partidos que usufructúan las debilidades del viejo régimen que los procreó, de la todavía notable inmadurez y analfabetismo del electorado. Los manipuleos del PRI para "convencer" a legisladores "disponibles" es una realidad que se quisiera ver desterrada para siempre pero que ahí está. El resto por venir correrá a cargo de la ciudadanía, tanto por lo que toca a presionar por mayores compromisos de los partidos con los intereses de sus votantes como para enfrentar la tragedia de una deuda pública que mermará, hasta casi nulificar, las posibilidades de asignar recursos en la cuantía suficiente a los programas para el crecimiento. Que las elecciones por venir sean un reflejo de lo que en la Cámara sucedió es, más que todo, un deseo navideño. Y, aunque parezca sorprendente, en estas páginas estaremos, quizá, el próximo milenio.