La Jornada miércoles 29 de diciembre de 1999

Arnoldo Kraus
Año 2000: Ƒcelebrar y olvidar?

La imaginación y los dones interminables de los comerciantes echaron a volar, desde hace un buen rato, las campanas para bienvenir el próximo año. Importa poco si en el 2000 se inicia el siguiente milenio o si será en el 2001 cuando "verdaderamente" haya que lamentar un final o celebrar un principio. Lo que en cambio será cierto, es que las razones y los bolsillos de los comerciantes encontrarán suficientes ardides para convencer a los que sí festejaron el último día de 1999 para que lo hagan nuevamente el 31 de diciembre del 2001.

Motivos para aplaudir futuros inciertos parecen siempre sobrar. Razones para reflexionar pasados irrecusables parecen siempre escasear. A la ruleta que gira se le apuesta con convicción, aunque se sepa que perder será seguramente el destino. Al calendario deshojado se le mira como a los periódicos del día previo: no hay nada más lejano ni viejo que la historia ajena o las noticias de un rotativo recién muerto.

Los días hacia delante conllevan el encanto del no saber y la magia de la esperanza, que en muchas ocasiones no es más que una gran mentira disfrazada. Hacia atrás, las manecillas, los calendarios, las "nuevas-viejas" son unívocas e inmunes al engaño. Y es que el tiempo y sus circunstancias, o las coyunturas que hicieron de los tiempos historias buenas o malas, no conocen la retórica.

La euforia representada por el 2000 es, ante todo, una trampa comercial que miente: semeja el mayor de los orgasmos, pero encierra el olvido del espíritu humano. El engaño consiste en ver los tiempos hacia delante y no hacia atrás.

Kafka --otra vez Franz-- planteó el problema de "los tiempos" cuando aseveraba que no era exacto eso de que la Torre de Babel no pudo finalizarse por la confusión de las lenguas. Según su entender, que muy modestamente hago mío, lo que ocurrió es que ni siquiera se puso la primera piedra, pues la gente pensó que tenía tiempo suficiente. Ante la magia del próximo siglo parece suceder lo mismo: sobra tiempo para pensar en los festejos y no lo hay para refrescar la memoria.

Al hablar de memoria, la humanidad, con frecuencia, ejerce esa suerte de protección que acaece con los enfermos graves: al rozar la muerte, o al estar sometidos a grandes sufrimientos, suelen olvidar completamente lo sucedido. Es una forma de protección que se presenta por mecanismos poco conocidos, pero que les permite retomar la vida con temores que invitan al reparo, pero que no paralizan. En el caso de nuestra especie, la amnesia actúa de otra forma: conlleva la repetición de los peores actos y la magnificación de los errores de "los otros".

Instalarse en el presente, obviando el discurso del pasado, es una forma de triunfo y una herramienta que usa el poder para manipular. Se inventa el futuro a costa de la ilusión. Se sepultan los gritos y las heridas de los derrotados. Este siglo acumula cien años de vencidos y diez décadas de amnesia. Basta saber que París arderá de noche y Nueva York será la apoteosis de la felicidad. Ese es también un derecho de los vencedores: inventar una felicidad ciega, personal, ajena. Como lo es el inimaginable placer que representará gastar entre 5 mil y 25 mil dólares por persona para asir la inmortalidad del segundo histórico: diciembre 31, 1999, 23 horas, 59 minutos, 59 segundos. ƑO será más bien enero 1 del año 2000, 0 horas, 0 minutos, 0 segundos? Porque para la filosofía de la felicidad y de la eternidad ese segundo importa.

Esa alegría debe ser balanceada contra otros extremos: mil 300 millones de personas que sobreviven con un dólar o menos al día y otros mil millones que carecen de los servicios mínimos que hacen que la vida se llame vida. Otros olvidos son igualmente execrables: la matanza de los armenios prosiguió con la de los judíos; la de los judíos siguió a Camboya, y después llegaron las hambrunas de Africa; de ahí a Ruanda, Sarajevo, y los ascensos y vigencias cada vez más amenazadoras de todo tipo de fundamentalismos. De eso se ha nutrido el hombre moderno: de una cultura de masas rica en tecnología y felicidad instantánea, pero ajena al dolor y yerma del otro.

Del 2000 seguirá el 2001 y, luego, quizá, el 3000. Y, lamentablemente, habrá que aceptar que el hermoso dictum, "el hombre no se reconoce en lo que le tranquiliza sino en lo que le intranquiliza", es equivocado. La amnesia cura. La memoria enferma.